27.2.12

Shame (I): Lo real del cuerpo


   Si supiéramos qué hacer con el cuerpo, todo sería extremadamente más fácil. El problema es que el cuerpo siempre está aquí en medio, envejeciendo, pudriéndose o excitándose, carcomiéndose en un desfile de metástasis, clavándote el deseo o la muerte. Hasta hace poco no hemos empezado a pensar realmente la tiranía del cuerpo, ni la ideología del cuerpo. La ideología del cuerpo, al final, quiere decir el discurso por el que cada uno hace que fluya la pulsión.

    ¿Por qué me ha sacudido Shame con tanta fuerza? En primer lugar, porque introduce claramente el cuerpo en mitad del texto, lo clava, lo hace evidente. La cinta comienza con un reloj, con un segundero que avanza interminablemente y con un cuerpo desnudo que goza, se masturba, orina. El cuerpo lo atraviesa todo, viaja en el metro, está encerrado en una especie de telaraña virtual que se retuerce sobre su pescuezo. El puto ordenador lo sabe todo del goce, y todo el goce está prendido entre sus cuatro esquinas, del bukkake al creampie. Pero, quizá se han dado cuenta, debajo de la ventanita por la que consumen pornografía se encuentra un reloj atado a la barra de tareas. 22:50/lunes de un 27 de Febrero de 2012, un día que dura siglos. Tic tac, tic tac.

    La humanidad puede escindirse en su relación con el cuerpo. Una inmensa mayoría de gente no tiene problema alguno con su piel -para eso están, después de todo, las cremas de belleza- y es capaz de controlar la fuerza de su deseo en los límites de un discurso, ya sea el sagrado -la castidad o el sexo procreador, hermosos y respetables ambos-, o el progresista -el goce celebrativo, o sea superfuerte no me creo cómo puedes ser tan guarra, tía. Los discursos controlan, median, y regulan lo real del cuerpo.

   Y luego, en otra dirección, los que no saben qué hacer con su deseo, ni con su pulsión, y están literalmente crucificados a una demanda de goce intolerable imposible de satisfacerse. Shame habla muy alto y muy claro de esta desgarradora posibilidad: lo real del cuerpo sin discurso es un tormento que creo que atraviesa el binomio Laclos/De Sade y llega hasta Pasolini, o incluso hasta el Bergman de Sobre la vida de las marionetas. Hoy citamos a Merteuil: Qué tormento vivir y no ser Dios.

    Esto es, qué tormento tener este cuerpo revolucionado y cabrón que ya no contiene lo simbólico, que ya no atraviesa con su dulce velo lo imaginario, este cuerpo en pie de guerra que piensa por su cuenta y me arroja contra un abismo de perversiones polimorfas. Un simple ejemplo. Brandon, el protagonista, intenta controlar su propia catástrofe corriendo por una Nueva York fantasmal escuchando nada menos que las interpretaciones que Glenn Gould registró sobre El clave bien temperado de Bach. Y ahí yo sólo puedo arrodillarme ante Steve McQueen, porque encuentra la fórmula: el pobre imbécil que fuerza de manera normativa el cuerpo en una ciudad apocalíptica, desintegrada, y que sin embargo mira de reojo a un trascendencia que se le escapa en los chats porno. Padre, ¿no ves que estoy en llamas? (No es de extrañar, por otra parte, que muy precisamente la última palabra que se pronuncie en Shame sea, muy precisamente, Dios). ¿Y por qué precisamente el Bach de Glenn Gould, sino porque es sin duda el más desesperado, el más enfermo, el más metódico, el más honesto, el más compulsivo? El cuerpo lacerado por la angustia y la alienación del pianista arrojándose con/contra/en un Bach necesariamente trascendental, y al otro lado, Brandon luchando con todas sus fuerzas contra la pulsión, sabiendo que ha perdido de antemano. ¿No es, definitivamente, una de las cosas más hermosas -y demoledoras- que puede rodar un ser humano?
 
  Si Shame ha sido despreciada por una legión de incontables espectadores que no han entendido ni un sólo fotograma es, en primer lugar, poque ellos -benditos sean-, han conseguido pactar algún tipo de equilibrio sano con su cuerpo. Por supuesto, alimentan sus pequeños deseos perversos pero tienen la fuerza y la suerte de no dejar que se sienten en su mesa a la hora de cenar. Otros, menos afortunados, tenemos que pelear cada día con lo real del cuerpo y encontramos escrito en cada movimiento la angustia, la mortalidad, el fracaso. Shame nos representa como a tantos otros les representan los anuncios de detergente, las teleseries de después de comer o las comedias románticas. Y por eso tenemos que aceptarla como ese manifiesto hinchado de dolor que podemos llevar muy cerca de nuestro corazón, ya podrido de deseo, de fuego, de libertad, de perversión y de fantasmas.

    Pero de eso trata, sin duda alguna, el cine que amamos.

3 comentarios:

Lluís Bosch dijo...

Bueno, pues el caso es que no he visto Shame pero ahora me la apunto. Sin embargo, si he visto De la vida de las marionetas y además el DVD reposa ahí, en la repisa de los DVDs. Es posible que para Bergman el cuerpo fuese un problema. Y entonces, claro, me acuerdo del cuerpo de la joven zombi de Solaris, ese cuerpo desesperado atravesando la puerta de acero empujada por un deseo terrible. Mientras los demás miembros de la tripulación podrían estar mirando pornografía.

Anónimo dijo...

Me parece una pelicula que refleja una realidad de la cual, algunos reniegan y como bien dices,aunque el cuerpo lleva innato determinados estados como animales que somos afloran de tal manera que en casos como este , no tiene prejuicios, da una sensacion de nuestra animalidad, que en ocasiones es muy dificil controlar, en otros casoso no nos interesa y por último otros lo dejan en la trastienda, aunque realmente no es lo que piensan

Anónimo dijo...

que podria decirme de la naranja mecanica,la he visto,y con su diferencia marca discrepancias entre los que la analizamos, y como veo quedefines de una manera diferente ,bueno si no me responde lo entenderes, escribes cuando quieres no se trata de un cionsultorio cinematografico.Un saludo
Me engancha tu manera de escribir