6.5.14

Desigual: La madre, la revolución, el silencio

1.
  Llevo los últimos días enfrascado en la lectura de diversos posts sobre la polémica del bendito anuncio de Desigual, desde el muy coherente texto de José Antonio Palao hasta entradas radicalmente feministas y enfurecidas como la de Joana García. Quizá ustedes han escuchado ya aquellas polémicas declaraciones de Slavoj Zizek cuando afirmó que, en ocasiones, la única opción realmente revolucionaria es no hacer nada. Nada en absoluto. Quizá no había entendido correctamente esa máxima hasta tener que decidir una posición personal con respecto al problema planteado por los publicistas de Desigual: ¿qué hacer con esas imágenes?

2.
    Porque, sin duda, hay algo perturbador en ellas, algo turbio, algo que tiene que ver con la concepción y con la maternidad que está muy lejos de celebrar el día de la madre. Algo que tiene que ver, en principio, con una madre loca.

La vida es chula

    Una madre que, además, está directamente tragada por un espejo. Las imágenes son perturbadoras precisamente por esa colección de gestos histéricos, incontrolables, que en lugar de celebrar una felicidad imposible, hablan de un pánico centrífugo que arrastra la figura de ese hijo hipotético hacia una dimensión de posesión absoluta. Dicho en otras palabras: lo que Desigual propone no es únicamente la idea de que el marido no pinta gran cosa en esto de la concepción, sino también, y en el límite, que el hijo no es sino un capricho estúpido e incontrolado para una madre histérica a la que, literalmente, una buena mañana se le pira la puta cabeza. El hijo se convierte, en la fantasía imaginaria del espejo, en un complemento, un extra, un añadido que sin duda exige su extraña configuración de mujer total (a la moda, trabajadora, guapérrima, y por supuesto, madre).

La madre

    El hijo loco que emergerá de esa madre loca tiene, además, una lectura en términos puramente económicos: es el regalo que merece por el día de la madre, y a su vez, la garantía de completud que permite rematar con la escritura del mantra de la casa: La vida es chula. Chula, sin duda, en el interior de ese espejo que otorga la cifra misma del goce y que encierra en su interior la angustia que atraviesa todos esos gestos de la modelo empeñada en demostrar -ante ella y ante la cámara- que, sin duda, es extremadamente feliz. Enferma de felicidad, como lo están por lo demás todos los que se empeñan en sostener, en el territorio del goce, que la vida es chula.

3.
   Ahora bien, el problema de las imágenes no es únicamente su lectura. El problema es su escritura en las redes sociales, este mismo post. El problema es citarlas, compartirlas para denunciarlas, dándole la razón al discurso que las generó. Un discurso que -volviendo a Zizek-, sólo se podría combatir desde el silencio, desde el borrado social de las imágenes.

   Y sin embargo, nosotros también desde el pánico de otro espejo (el virtual), hablamos.

   Luego aquí está la paradoja: La puesta en verdad del contenido de las imágenes las ha valorizado. Ese no hacer nada que nos exigía Zizek (y que hubiera supuesto el fracaso de la campaña publicitaria) resulta improbable precisamente por el horror mismo que hay en las mismas: un horror ante la pregunta fundamental del sujeto -¿y si no soy más que el juguete imaginario de una loca?-, así como el horror y la culpa que se desata ante el deseo de ser madre -bajo la óptica, por supuesto, de todos aquellos que nos negamos a aceptar sin más que La vida es chula.

    Sin embargo, no es la madre, sino la marca, la que finalmente nos ha consumido por la vía del inconsciente. Se ha situado en la vía del discurso esquizo capitalista (puedo decir lo que me de la gana, después de todo, estoy loco, ¿no?), genera un cortocircuito placentero con nuestros instintos ultraconservadores y nuestros miedos primigenios ante lo femenino, y por el camino, construye el imaginario de la comunidad de goce. ¿Que más se puede pedir?

    Sin duda, se hubiera podido pedir nuestro silencio, pero es imposible. Al menos, yo lo experimento como imposible, precisamente porque hay que decir aquello que duele, y joder, hay que reconocerle a los publicistas que han dado en el centro de la diana. Luego, ¿cómo podremos superar la imposición ética del silencio, y a su vez, demostrar(nos) que no aceptamos pasivamente todas las imágenes? ¿Dónde se encuentra la salida del círculo vicioso del Capital y su naturaleza imaginaria? ¿Cómo podemos ser coherentes entre la inacción que exigen ciertas barbaridades ideológicas (y sin embargo, extrañamente verdaderas en su pánico) y la sensación necesaria de posicionarnos en contra con todas nuestras fuerzas?

1 comentario:

José Antonio Palao Errando dijo...

Vamos a ver. ¿Por qué no directamente Lacan, o en su caso Miller?
La mujer que se mira, bella, radiante, ha decidido ser elFalo. Ahora bien, su escisión, muy histérica, es entre tenerlo y serlo. Como madre realiza el deseo de poseer el falo (el hijo) que la abulta, que le permite ostentar un "goce fálico", esto es un goce de propietario. Fíjate cómo literalmente se introduje el cojín por la vía vaginal.
Pero vuelve la mujer subespecie histérica y el tener se convierte en castrar. El goce de robar el falo, de hacerlo mío, de crearte la herida a ti hombre, se sustancia en el pinchazo al condón. Eso para el hombre es horror, por eso no vamos a protestar por el anuncio: la mirada masculina prefiere ignorar, no mirar, no haber visto, no saber de la castración. La mirada femenina, sin embargo, se siente muy identificada, porque la identifica con el agente de la castración, con la que sabe gozar de la castración de Otro, que es el gran anhelo histérico.
Todo ello, además, subrayado por ese maniquí intraespecular con los miembros amputados. Una ambibavalencia entre el ser, el tener y el sustraer en la que una mujer sabe, tiene el coraje de desenvolverse, de usurparle a la nada una identidad. Y del que un hombre nada querrá saber.
"La cobardía es masculina, la audacia es femenina" http://www.telam.com.ar/notas/201402/51483-por-que-se-quejan-las-mujeres.html

(Un consejillo de abuelete: mejor leer a los psicoanlista que a parafraseadores o falsos, en todo caso torpemente apresurados, divulgadores. Digo yo...)