11.10.13

Coleccionar Vinilos #04: 180 gramos II (180 gramos de música clásica)

Glenn Gould
 
 La relación entre vinilos y música clásica ha cambiado sustancialmente en las tres últimas décadas. En principio, el coleccionista de vinilos a-la-moda suele estar más interesado en un espectro concreto de la música popular que cubre desde finales de los cincuenta a principios de los ochenta. Eso explica, entre otras cosas, las burbujas de precios que experimentaron en el último lustro los originales de los Beatles y de los Rolling Stones, que solían rondar en torno a los cuarenta euros por plástico. Las propias discográficas, conscientes de la tajada que se estaban perdiendo, "pincharon" la burbuja de la segunda mano sacando reediciones integrales que oscilaban entre los once y los veinticinco euros por pieza. El famoso remaster en vinilo de los Beatles todavía sirve de ejemplo como despropósito de manual: los plásticos -cuya calidad está fuera de toda duda, por cierto-, son prensados sobre los Masters originales que a su vez fueron tratados digitalmente... para intentar que el CD sonara como los vinilos primigenios.

    El caso es que la música clásica, al menos en nuestro país, suele ser el patito feo del vinilo. Igual que las reediciones de jazz o de soul tienen un cierto aire arty que cualquier vinilero exige de su colección, nadie parece ligar demasiado enarbolando las sinfonías de Karajan, ya no digamos los ofertorios de Penderecki -alguno de los cuales, por cierto, no están ni en spotify ni en youtube. A esto hay que sumarle un dato: las técnicas de grabación en música clásica -así como el abaratamiento de costes tras la caída del Muro- han generado un abismo en el que, por mucho que nos pese, el CD ha brillado como joya de la corona. Hoy una edición más o menos mediocre de La pasión según San Mateo en CD sonará mejor que una vieja edición de la Decca rescatada entre las ruinas de un mercadillo.
   
   Nunca olvidaré la impresión que me supuso, la primera vez que entré en una tienda de vinilos de segunda mano en Viena, el estricto orden y pasión con el que se ofrecía la selección de clásica. Pasillos enteros de compositores, sellos, cofres con óperas, que se superponían delicadamente ante un enjambre de audiófilos de la vieja escuela. En España, por lo general, la sección de clásica es un sótano con el cartel "Todo a 2 euros" en el que portadas semidestrozadas dejan asomar grabaciones sin clasificar en la que lo mismo te encuentras un Schoenberg que una Zarzuela, que un engendro firmado por Luis Cobos o que un elepé de la tuna de la Universidad de Salamanca. Terrorífico.

    En este panorama han aflorado una serie de sellos, principalmente italianos, que hacen su Agosto a costa de lo que llamamos un loophole, esto es, un agujero en el inmenso tabique de los derechos de autor. Algunas de las grandes grabaciones de los maestros de los cincuenta y sesenta -y en esto, hasta donde llega mi muy limitado conocimiento, el jazz tampoco se salva-, han quedado "libres de derechos" en ciertos países y pueden ser lanzadas al mercado sin pagar ni un euro. Catálogos enormes quedan a disposición del disquero que, lo único que tiene que hacer, es pagar -si así lo desea, que no suele ser el caso- una cantidad simbólica por la maquetación de la portada y las fotografías de la edición original. Lo de dentro, lo que suena, es completamente gratis. La conclusión ya se la pueden ustedes imaginar: discos low-cost prensados sobre ediciones en CD sacadas por otros sellos durante los ochenta y noventa.

Vivaldi

    La palma se la llevan los chicos de Doxy Records -ojo, no confundir con la mítica Doxy de Sonny Rollins-, italianos de dudosa reputación que han conseguido una distribución brutal por toda Europa, mezclando grabaciones de Glenn Gould con singles de los Beatles, bandas sonoras... a un precio de escándalo, por supuesto. Doxy son los nuevos reyes del loophole, están en la Fnac, en Amazon, y probablemente, en más de una tienda que venda vinilos a estrenar. Su catálogo es una apisonadora, un pozo sin fondo dulcemente ceñido por la etiqueta "180 gramos". Siempre dentro de los márgenes legales, Doxy vende precisamente esos discos que usted -si ha llegado hasta aquí- y yo mataríamos por tener en nuestra estantería. Y generalmente, por debajo de los veinte euros. Pero como decía mi abuela, "el dinero de los pobres va dos veces al mercado", y el molesto zumbido que emerge de los bafles por debajo del piano de Gould canta la traviata de manera inmisericorde: amigo, le han vendido -y me han vendido- un cd copiado en un trozo de vinilo que, eso sí, pesa 180 gramos.

    Me falta por hincar el diente a las nuevas ediciones que, de un tiempo a esta parte, Deutsche Grammophon/Decca están sacando al mercado. No me refiero tanto a la recuperación de catálogo -terreno en el que Smithsoninan les va a sacar ventaja en calidad/precio si siguen haciendo bien las cosas- como al lanzamiento de los últimos trabajos de Max Ritcher o Francesco Tristano en elepé. Pero como ustedes ya saben, hay algo que los 180 gramos también han traído a nuestro pequeño patio de recreo vinílico: el aumento de precio.
   

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