15.6.11

Crítica: "Insidious"

En la crítica que Mónica Jordán publicó hace un par de días en Miradas de Cine, daba en el clavo al conectar los núcleos del terror que se disparaban en Insidious con la problemática de lo temporal. Si para ella el punto de ignición era el tiempo entendido como huella del pasado (el corazón del género de terror es eso que los amigos del psicoanálisis llamamos "el retorno de lo reprimido"), sería lícito pensar que esta posibilidad se abre a múltiples lecturas. De algunas de ellas pienso hacerme cargo en los siguientes párrafos.
Seleccionemos al azar a un sujeto de Occidente. Su relación con el tiempo suele ser problemática: lo llena de cosas estúpidas, pensando probablemente que el alegre consumo de sustancias farmacológicas o de placebos tecnológicos le va a salvar de las huellas de lo real. Las huellas del tiempo son necesariamente reales, mientras que las huellas del deseo o de la identidad tienden a ser virtuales. Facebook, Badoo, AdultFriendFinder son espacios que actúan como el limbo de "Insidious": literalmente, espacios sin tiempo, espacios en los que el tiempo no existe. El sujeto que se desdobla en un viaje astral 3.0 es el sujeto que se olvida su cuerpo real (su cuerpo enfermo, su cuerpo imperfecto, su cuerpo de senos fláccidos e impotencias, su cuerpo de excremento, pelo y pus), y se apunta a la moda del otro lado, del tiempo descerrajado.

El cine de terror contemporáneo ha sido exquisitamente hábil para proponer una adaptación palomitera del ser-para-la-muerte, y ya de paso, injertarla en el tejido de lo familiar. Las relaciones entre el tiempo, el terror y la familia, se repiten como un mantra, semana tras semana, en las carteleras. En Paranormal Activity, por ejemplo, todo lo que había era un tremendo ejercicio (fracasado) de puesta en forma, un baile entre el horror y el tiempo: el plano fijo, mantenido minuto tras minuto, obligando a mirar al espectador, a construír. Y, en la misma dirección, imprimiendo sobre las escenas las coordenadas temporales: fechas, horas, minutos, segundos para el horror. Lo mismo ocurría en la muy superior El exorcismo de Emily Rose, en la que los relojes eran los heraldos últimos de la angustia, y marcaban con dulces mordiscos el cuerpo torturado de la protagonista. A las 3:33 de la mañana, Occidente se planteaba que, después de todo, el demonio existía y estaba agazapado en un rincón de lo íntimo. En Insidious, el juego es el mismo: ver cómo la familia se desmorona porque alguien/algo llama a la puerta de atrás. La cinta, de hecho, comienza de manera exquisita: un niño sueña. La cámara se desliza del sueño del niño al interior de un reloj de pared en un moroso travelling. Al principio, bajo los engranajes no hay nada. Luego, lentamente se dibuja el siguiente rostro:


La cinta ha desplegado las cartas encima de la mesa y mantendrá la apuesta. Se equivocará en varios momentos -lo que Jordán referencia como guiños al Giallo, por ejemplo, yo lo metería en el cajón de la pereza intelectual y de la cutrez en la dirección de arte-, pero también acertará en el escalofrío, en el juego de tensión/calma, en el juego con los nervios del espectador mediante lo que se muestra y lo que se sugiere. A veces la cinta se convierte en un putón verbenero y kitsch que se pinta los morros en el cabaret del remordimiento, otras veces quiere ser un documental gélido y perverso. Peca de ingenuo, saca la lengua, utiliza trucos baratos o mata de miedo. Una de mis escenas favoritas -la conversación entre la medium y los padres en el salón de la casa- es terrorífica precisamente porque no ocurre nada en absoluto: el rostro de los que hablan se presenta rugoso, feo, sin maquillaje, descarado en su inmediatez. Simplemente eso: rostros familiares que se enfrentan al horror.

Por lo demás, ¿quién es la mujer que sonríe desde el reloj de cuerda? ¿Habrá una segunda parte que mejore los baches de guión y de dirección artística? ¿Seguirá el cine de terror viviendo esta excelente edad de oro por la que andamos transitando en la última década y media?

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