14.7.05

En recuerdo de Gunnar Björnstrand


"Los comulgantes"

En recuerdo de Gunnar Björnstrand (1909-1986)

En algunas ocasiones, especialmente cuando en las salas se estrenan abortos como "La guerra de los mundos" (el penúltimo desastre de Spielberg), cuando en las televisiones programan por enésima vez "Van Damme´s Inferno", cuando, en fin, la realidad del cine como industria se abre paso a codazos en nuestro concepto de cine-arte, entonces... a veces, aunque sea casi un pecado cometerlo, me pregunto cómo hoy en día podemos utilizar con tanta levedad los términos "actor", "director", "productor"... si, precisamente ahora, tantos años después de los niños malvados del Cahiers du cinema y tantos metros de metraje después de Dreyer.
Observemos al prototipo medio de actor norteamericano. Un tipo con sonrisa profident que de vez en cuando, quizá, se desmarca por la tangente haciendo algún producto pseudoindependiente para que se note que es un tio "cool" o "chill out", aunque luego no tenga ningún problema en hacer un cameo en la serie de turno. Hablamos, por ejemplo, de ese ídolo de masas que es Orlando Bloom (tan preocupado de su peinado como de su acento), carne para carpeta de colegiala enfebrecida; o quizá de su rival, Hayde Christensen, icono para los opositores a caballero Sith. Hay, por supuesto notables excepciones (Tim Roth es el primero que me viene a la mente), pero creo que, en lineas generales, podemos hablar de una seria crisis en el panorama interpretativo. Cada vez es más complicado poder confiar en un actor capaz de hacer esa cosa tan compleja... llenar la pantalla con su simple presencia. Quizá Johnny Depp no está muy desencaminado, y quizá Ewan McGregor lo hubiera logrado si no se hubiera pasado a las órdenes de la caja registradora más pueril de Hollywood.
Sin embargo, el concepto de actor, la idea misma del "actor de cine" (curtido en teatro, por supuesto) se marchitó seriamente el día que murió Gunnar Björnstrand. Tengo también, por cierto, la seria sospecha de que el día que muera Liv Ullman (esperemos que dentro de muchos años) morirá también la Última Gran Actriz del Cinematografo.
Gunnar Björnstrand... uno puede reconocer lo que es un actor cuando de pronto, simplemente, el director muestra su reflejo en el escaparate de una tienda y toda la pantalla entera parece crecer. Hablo de su primera intervención en la deliciosa "Sueños" (Kvinnodröm, 1955, Bergman en la dirección). Algo tan simple como una simple silueta que se proyecta, una mirada... y ahí está el actor, por encima de su personaje mismo, en ocasiones incluso por encima de su director mismo. El arte de jugar con la presencia. Björnstrand sabía de sobra que lo que la cámara impresionaba sobre el celuloide era algo más complejo que su simple reflejo invertido a través de la "camera obscura". Björsntrand sabía que era su alma misma, su aullido, su locura.
Uno de los momentos más aterradores de toda la historia del cine se encuentra en "Como en un espejo" (Sasom i en spegel, 1961), en la que Björnstrand interpreta a un escritor incapaz de conmoverse ante la locura progresiva de su hija. Durante apenas unos segundos, vemos como el actor desaparece a lo largo de un pasillo, se tapa la cara con las manos, se esconde en un recodo... y entonces, surgido de esa terrible soledad que es el corpus trágico de Bergman, nos enfrentamos a su grito. Un grito desgarrador, terrorífico, tan humano que es imposible casi contener las lágrimas. Ese grito, el grito de Björnstrand, fue el mismo grito que emitió Bergman cuando intentó suicidarse en la carretera justo antes de rodar "Sonrisas de una noche de verano". Ese mismo grito, por ejemplo (y sé lo osado de mis palabras) es el grito que se escuchó en Londres hace apenas una semana cuando la miseria terrorista volvió a dejar su huella. El grito de Björnstrand en ese instante es el grito ancestral de la humanidad, el grito de Sartre mirándose al espejo, el grito que se escapa de los cementerios, de los paritorios, el grito mismo de la existencia ante su imposibilidad de acabarse... y de no acabarse nunca.
Partiendo de esta secuencia, uno observa gritar a Tom Cruise porque su pobre hijita va a ser destrozada por unos alienígenas malvados (o lo que es peor, uno escucha gritar a la hijita y entonces desea ser alienígena para destrozarla personalmente). O quizá observa gritar a Will Smith a bordo de su coche de policía rebelde. Ya ni hablamos de si escucha gritar a Eduardo Noriega o a Fele Martínez, y deberían gritar muy alto ante la injusticia que se comete al considerarles actores. Y sabe que el grito, el grito auténtico del actor (que es el grito del cine, y por lo tanto, del arte) ya lo lanzó Björnstrand hace muchos años, y que, si acaso, el único capaz de repetirlo será un actor privilegiado (¿Peter Stormare, quizá?) a las órdenes de Lars Von Trier.
Mientras tanto, ustedes me permitirán que yo recuerde, con una tristeza difícil de expresar, la extraña sonrisa de Björnstrand al final de "Cara a cara... al desnudo" (Aniskte mot aniskte, 1976) y en especial, su gloriosa despedida (de ustedes, de nosotros, de todo el mundo) en "Fanny y Alexander" (1982). Cuando Bergman le rueda en la última cinta en la que colaboran, encuentra el cadáver del actor que muere debajo del actor que vive: y le enseña, así, vestido de payaso, encima de un escenario, cantando una hermosa canción sueca. ¿Es posible una despedida más brillante que esa?
No olvidemos nunca a Gunnar Björnstrand. Sería olvidar, definitivamente, a todos los actores.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

estoy totalmente de acuerdo con tus bellas palabras. me has emocionado. jose

Anónimo dijo...

Adoro esta entrada. Está muy bien escrita y estoy totalmente de acuerdo: Gunnar Björnstrand fue uno de los más grandes. Incluso en "Fresas salvajes", en la que no interpreta más que un papel secundario, está soberbio. Siempre exquisito. Junto con Max von Sydow los ases de Bergman. Sin ellos su cine no habría podido ser tan brillantemente interpretado.