El extraño enigma de Pascal Laugier, director. Su extraña posición ante una materialidad, la del mundo, que se impuso en su filmografía por la vía del exceso. Laugier construyó Saint ange a medio camino entre la TvMovie y la herencia del gótico, en la lógica postmoderna de un Maupassant pegándose la siesta un domingo en Antena 3. Laugier es quizá la promesa más sólida del horror francés, y quizá por eso, sus cintas se deben someter a un escrutinio exhaustivo, delicado. Todavía no sabemos si puede decir lo que es necesario decir o si, por el contrario, se desinflará de manera catastrófica durante la próxima década. En su nómina tiene una obra maestra casi indiscutible -Martyrs-, una película estrepitosamente mala -la que nos ocupa, Saint ange- y una cinta potente pero parcialmente fallida -The tall man. En ese tríptico ha generado un trazo quebrado y lleno de sugerencias que, a lo peor, es la cartografía de ese terreno a mitad de ninguna parte en el que se enquistan los estilos cinematográficos menores. La eterna canción de niño destinado a la fama que se quedó en la cuneta pegándole al pegamento-género. Porque si algo puede perder a nuestro director, es sin duda, su autoimpuesto peaje en las barreras del género.
Creo, necesito creer que Laugier tiene la mirada y la experiencia del que puede llegar al fondo de las cosas. Me pregunto si tendrá el valor. Y para justificar semejantes afirmaciones me temo que apenas cuento con un par de herramientas que un critico nunca debería utilizar: mi intuición y las entrevistas que el propio Laugier ha concedido. Menos mal que yo no soy crítico. Me gusta leer las entrevistas de Laugier, leer con atención sus declaraciones abruptas, su manera de expresar una incredulidad sobre el mundo que desemboca en el horror. Leer, por ejemplo: "Además, en este mundo brutal, no veo la razón de hacer una película blanda. La sola idea de hacer una comedia romántica me resulta repugnante". Quizá, querido lector, amada lectriz, sólo hago trampas jugando al solitario de la cinefilia. Pero quiero decirlo, ya que estamos: en este mundo brutal no veo la razón de hacer una reflexión cinematográfica blanda.
En cualquier caso, Saint ange, cinta cojitranca y fea, cinta rodada entre el aburrimiento y la intuición de que tras las imágenes se puede esconder otra cosa. Sería interesante saber cuántas veces se la tragó Bayona antes de rodar su famoso cuento gótico, su noble película que tiene al menos una escena -el cierre, nada menos- literalmente fotocopiada de la cinta francesa. Sería interesante pensar ese universo como la colección de apuntes, bocetos desquiciados y feos que Laugier necesitaba para llegar hasta el centro del pánico. No hay que culparle por rodar una mala película: en cada fotograma se puede notar el esfuerzo por decir algo más, aunque también el miedo por escribir ciertos frames. Saint ange tiene como mayor defecto ese desplegarse como una cinta en la que cualquier escena realmente peligrosa para el espectador está controlada y troquelada por las normas del género. Lo abrasivo, lo religioso, lo político, todo se parapeta tras una capa rancia y apolillada con olor a mal Henry James. Y el problema, como ya sabemos desde ciertos andenes de la postmodernidad coñazo, es que cualquier idiota puede parapetarse en el género y rodar a salto de mata.
Y sin embargo, Laugier algo sabe de sus obsesiones, y ahí es sin duda donde Saint Ange se convierte en la promesa necesaria. La relación de amistad entre las dos mujeres atravesadas por la tragedia y situadas en el filo de su cine se convertirá en el núcleo de su obra. El pánico ante fuerzas que lo desgarran todo en nombre del conocimiento, el pánico ante una ciencia deshumanizada, la presencia de una ingeniería social capaz de generar un tormento de horror y caos sobre el cuerpo del inocente... Todo eso volverá en Martyrs, pero también, bajo otra forma mucho más sutil, en The tall man.
Al contrario que otras figuras como Aja o Gens, puede que Laugier sea más que un corredor de fondo del horror. Tiene el poder de generar cartografías ideológicas complejas sin romper sus compromisos con cierto publico. La pregunta del millón de dólares, es, ¿Tendrá valor para llegar a ser un auteur, o se quedará por el camino?
Y sin embargo, Laugier algo sabe de sus obsesiones, y ahí es sin duda donde Saint Ange se convierte en la promesa necesaria. La relación de amistad entre las dos mujeres atravesadas por la tragedia y situadas en el filo de su cine se convertirá en el núcleo de su obra. El pánico ante fuerzas que lo desgarran todo en nombre del conocimiento, el pánico ante una ciencia deshumanizada, la presencia de una ingeniería social capaz de generar un tormento de horror y caos sobre el cuerpo del inocente... Todo eso volverá en Martyrs, pero también, bajo otra forma mucho más sutil, en The tall man.
Al contrario que otras figuras como Aja o Gens, puede que Laugier sea más que un corredor de fondo del horror. Tiene el poder de generar cartografías ideológicas complejas sin romper sus compromisos con cierto publico. La pregunta del millón de dólares, es, ¿Tendrá valor para llegar a ser un auteur, o se quedará por el camino?