18.11.13

El vendedor de libros: Un aullido político-cultural

Walter Benjamin

"El trapero es la figura más provocadora de la miseria humana"
(Walter Benjamin)
I.    
Debajo de la casa en la que crecí -la casa de Ciudad Lineal a la que a veces vuelvo para asistir a algún sarao cinéfilo- se deja caer un hombrecillo anónimo, borrado de sí mismo, que ha aparecido desde la tramoya de la crisis y vende libros de segunda mano. Tiene un carro de la compra lleno de manchas y un gesto de mendicidad nada disimulada. Madrid se está llenando de vendedores anónimos de libros y revistas que rebuscan por los contenedores de reciclaje y mercadean con ediciones de bolsillo, tochos desgastados de Stephen King, V.C. Andrews o Ira Levin con la portada descolorida. Disponen los libros, con extremo cuidado, entre el aburrimiento y una desesperación ceremonial, junto a las basuras que han sobrevivido de esta huelga reciente. Librería/basurero de asesinos en serie y novelones rosas con mujeres rubias que sonríen en la portada. El vendedor de libros es como las estatuas silenciosas de las Ramblas, ya entrado en años, un triunfador en el MBA de los exiliados, carne de paro, silueta de paro, piel cincelada en años con el gesto jodido de la vida jodida.

    Mi vendedor de libros acuna entre sus brazos un cartón de leche en el que ha escrito, simple y llanamente, dos euros. Mi vendedor de libros me aterra porque me recuerda a mí mismo, y al pánico que sentí durante una época en la que las cosas vinieron mal dadas y me planteé empezar a vender mi biblioteca por las tiendas de viejo. Hay una pornografía intolerable en contar estas cosas, ustedes vienen aquí a leer sobre cine pero yo casi siempre les defraudo, porque me pesa mucho la infancia en el barrio pobre y las heridas en las palmas de la mano de mi padre por manipular chapas de metal haciendo horas extras en el tajo. Así me pagaron la carrera por lo privado, a costa de hacerse más viejos y acabar teniendo el mismo gesto que mi vendedor de libros. Dos euros, dice el cabrón, entre la mendicidad y un nobilísimo aire de bibliotecario borracho de penuria, Dios le bendiga.

II.
Si yo tuviera ideología.
Lo pienso a veces. Si yo tuviera una ilusión ideológica quizá podría pensar que la Historia reaccionará y le comprará a mi vendedor de libros una colección de Lafuente Estefanía -últimamente se mueren muchos ancianos, y los tomos de Lafuente Estefanía no tienen mucha salida en el mercado de la literatura lumpen. Me imagino durmiendo arropado en una bandera, durmiendo el sueño de los justos.
Pero no tengo ideología.
Y al no tenerla, escucho la llamada a la oración de los indigentes del metro, las historias de terror que trae mi mujer a casa cada noche -es Trabajadora Social-, me atravieso en el silencio de mi vendedor de libros, y su gesto de asfixia es un reflejo perfecto de mi zona cero ideológica, de mi pánico ante la Historia.
Kierkegaard decía por algún lado que no podía soportar la envidia al contemplar la fe religiosa, sin fisuras, del humilde creyente analfabeto que se dejaba caer en el banco de la Iglesia. Yo sufro la misma envidia al leer a mis compañeros que tienen ideología, o la sostienen, y leen periódicos o escuchan emisoras de radio pensando que pueden cambiar las cosas.
Pero mi ideología es un agujero negro en el que dormita un niño desesperado, mi ideología es un fracaso cínico que no cesa nunca. 
Si yo tuviera ideología, o Dios, o simplemente una respuesta, no me moriría de pánico cada vez que salgo de casa y me encuentro con el vendedor de libros. 

III.
Acudo a una librería en el centro de Madrid. Ando buscando unos libros y, en efecto, los encuentro. El Seminario 7 de Lacan cuesta sesenta euros (treinta libros del vendedor que me estará esperando, con su simple presencia, a la salida del Metro). La biografía que acaba de publicar Elisabeth Roudinesco cuesta cuarenta y dos (veintiún libros del vendedor que me estará esperando, con su simple presencia, a la salida del Metro). 
No tengo ideología, pero el Lenin reactivado de Slavoj Zizek cuesta 30 euros.
No tengo ideología, pero el Maquiavelo de Althusser cuesta 31 euros.
No tengo ideología, pero cada uno de los tomos que componen las obras completas de Walter Benjamin cuesta entre 30 y 40 euros. Llevan siete.
No tengo ideología, pero cuando la tenía, pensaba que la respuesta iba a estar en uno de esos libros que nunca tendría por qué vender, libros que eran verdaderos, y que me permitirían entender conceptos como lucha de clases, plusvalía, libros que daban soluciones concretas a problemas concretos, libros que me juraban que la revolución estaba a la vuelta de la esquina, en un parpadeo, como aquel librillo verde de Simone de Beauvoir que decía -no podré olvidarlo nunca- "Cualquier estudio lógico de la situación 
confirma que en menos de veinte años el comunismo será la única manera de gobernar a nivel global". 

En cualquier caso, ya es de noche, la temperatura ha bajado de los diez grados y ahí fuera, en ese otro universo incomprensible, los rateros de la cultura andan rebuscando entre ejemplares de La Razón, suplementos dominicales, revistas del corazón y octavillas del Mediamarkt, rebuscando, rebuscando con extrema pericia en busca de un libro para colocarlo, por dos euros, bajo el sol del invierno de mañana.
Si el trapero es la figura más provocadora de la miseria humana, entonces, ¿qué es un trapero de libros?

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