28.9.11

Rumores del Apocalipsis (Goldman & Saachs rules the world)



   La bomba-Rastani, esto es, la bomba económica explotando dulcemente en la cara de Occidente, el viejo experto modelo Guy Debord (9 de cada 10 inversores en bolsa recomiendan los planes quinquenales de Stalin para que su perro crezca con un pelo sano y fuerte), el viejo experto modelo Sociedad-del-Espectáculo, profeta loco de los tiempos que corren, oráculo del pánico, novedad de la semana en la teoría de la conspiración según el Financial News. Ay, Rastani, que has dicho a las claras lo que todos sabíamos: que Ziggy Stardust no domina el mundo, que el Sgt. Peppers no domina el mundo, que no hay nada como una inmensa línea de cocaína descendente en el tabique ansioso de los mercados, come on baby light my fire. Ay, Rastani, tus amados discípulos postmodernos y apocalípticos celebran tu rostro inquieto, ese cruce de elementos mozárabes, anglosajones, económicos y hermosos que subyugan y provocan cascadas de squirting a las perras del mercado, las perras de diamante puro y las perras de tabique de diamente, las perras del ocaso último de este Occidente que cambió el Zaratustra por el Quién se ha llevado mi queso, el queso dulcísimo y light y diurético e hipocondríaco y quizá homeostático, aunque mal formulado. No es Quién se ha llevado mi queso. Es Quién ha robado mi queso.

   El queso de Rastani es el queso pobre, pútrido y apolillado de un lumpen-proletariado que no entiende quién se ha llevado su Ipad. Porque el Ipad debería ser tan sagrado como el vermú de los domingos, vermú que Rastani se bebe a todas horas en tragos largos y económicos, y así le pasa, que acaba bailando por la televisión el triste vals de las verbenas/Wall Street o la triste milonga del economista arruinado, economista onanista y pesimista que nunca se leyó el Zaratustra pero que se hartó del queso del Otro, el queso con membrillo de la burguesía y el queso del Cuarto de Libra con Queso de las futuras generaciones arruinadas. Así hablaba Rastani, en su crepúsculo color de cadáver, en su crepúsculo del eterno retorno de los mercados, la piscina, el hidromasaje, la superchería y la zarabanda. Rastani tiene que bailar de la ostia con su corbata de economista loco sujeta en la frente y dos travestis esperándole a la sopa boba del capitalismo. El capitalismo, ya se sabe, o pasa por la dirección de la bragueta o es menos capitalismo. Nadie se explica en Inside Job con la precisión, la pasión y la erudición como la Madama de Wall Street, Madama que daba de esnifar, de soñar, de beber y de gozar a sus queridos y humildes yonquis del dólar. "Dios la bendiga", suspira Rastani mientras deja caer una lágrima teatral, purísima, lágrima prístina que arranca destellos de diamantes al ocaso de Occidente, lágrima de profeta loco enamorado, morisco, judeomasónico, adicto de su peinado barato y luz/César Victorioso de los ejércitos del dólar. Ay, Rastani, Rastani, moro de la morería.

    Por lo demás -siempre cierro mis crónicas del Apocalipsis dicendo "por lo demás"-, el ejército no-victorioso se hacina en el colchón familiar, un colchón manchado y desgastado por las batallas de la Historia, preguntándose qué ocurrió con el dinero que le metieron al Tunning o al Máster del niño, títulos universitarios de cofradías oxidadas que se felicitan al compás de las Competencias. Por lo demás, silencio, silencio, calaveras de plomo y más silencio.
    Silencio, he dicho.

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