14.5.13

Crítica: "Stoker"



Cartel
 
Hay una cierta verdad en el cine de Park Chan-wook que pasa por la potencia descarnada de la forma fílmica. 

(Imagino que escribiendo esta primera frase ya habré horrorizado lo suficiente al lector casual, incauto, que espere una crítica a-lo-Fotogramas, así que por favor, no inviertan su tiempo escribiendo las habituales quejas de: “¿Por qué no escribes para que la gente te entienda?”. De nada).

En general, hay directores que creen que la verdad de sus cintas reposa en lo que dice su guión y que aderezan, en algunos casos con gran talento, las peripecias narrativas con una serie de maniobras de estilo heredadas del MRI. Al otro lado del espectro, hay creadores puros de cine, prestidigitadores que pueden rodar con riesgo y precisión la trama más descabellada del mundo. Yo siempre he sospechado que a Park Chan-wook le importan un bledo sus historias, que admite con frivolidad y alegre desparpajo el hecho mismo de rodar truculencias descabelladas, tremendísimas e incomprensibles vueltas de tuerca narrativas sin el menor sentido, destarifos, locuras, barbaridades.

Stoker, a nivel de guión, es un despropósito de dimensiones descomunales. Y sin embargo –todo el cine del director se despliega en la misma dirección-, es una película increíblemente potente, estremecedora, una película que se construye precisamente en su voluntad de construir un universo. Es imposible que le guste a esa gente que piensa que el cine es un libro rodado, esos que comentan las cintas diciendo “Pues va de una mujer…”, los que niegan las imágenes para quedarse en la anécdota, el chiste, la graceja. Dicho en otras palabras: Stoker es un perfecto detector de analfabetos cinematográficos.

Cuando Bazin dijo aquello –mil veces citado, pocas veces reflexionado hasta sus últimas consecuencias- de “Por otra parte, el cine es un lenguaje”, le lanzó una losa terrorífica al espectador. Hablamos cine, pero sus mecanismos expresivos –las formas fílmicas- no están al alcance del espectador medio, muy ocupado en intentar entender, por lo general, de una manera bobalicona y algo grisácea, quién está liado con quién y quién es el malo de la película. El espectador medio odia el cine, y en su lugar quiere una viejecita avejentada que le acune, le retrotraiga a la infancia o le entretenga. Cada vez que alguien dice que el cine es entretenimiento, me llevo las manos a la pistola.

Cartel

Y ahí entra Park Chan-wook, con ese desprecio honesto por las expectativas del espectador medio, con sus ganas de dar por el culo a base de belleza, ese placer de contemplar un fundido, un corte de plano, una montaje paralelo y notar un verdadero estremecimiento, una tensión cinematográfica plena. Todo es forma, bendita, directa, gloriosa forma. Y en la superficie de ese caos, de esa montaña rusa en la que nada tiene sentido, hay pequeñas descargas de violenta e irreductible verdad que se cuelan por las junturas del texto. Un simple ejemplo. Casi al final de la película, el personaje interpretado por Nicole Kidman dirige un monólogo extremo y desgarrado a su hija. Chan-wook mantiene el plano, se apoya sobre la mirada perdida de la actriz, generando imposibles sugerencias sobre el punto de vista. El director recoge primorosamente con su óptica la tensión de la escena hasta donde es humanamente posible, haciendo que el trabajo de cámara cobre una nueva dimensión, una dimensión construída única y exclusivamente a base de odio. Eso es el cine, el cine que habla cine.

Y es que si el cine es un lenguaje, entonces probablemente se puede permitir el lujo de escupir, aullar, gruñir y gemir en cine. Y ahí entra Chan-wook y hace un desfile animalesco y arriesgado de muecas, de tics, de trucos de magia. Su cine se vuelve radicalmente sensual, un aquelarre de manierismos, todo eso que les hubiera gustado hacer a los creadores de Dexter pero que sólo consiguen una o dos veces por temporada.
            
Por lo demás, yo les enchufaría una copia de Stoker a todos los defensores del cine de Clint Eastwood, los zombies de los sótanos cinéfilos y académicos que siguen pensando que no se ha rodado nada interesante desde El padrino, las polillas empachadas de tanto clasicismo que creen encontrar en cada texto diatópico la última prueba de la descomposición política de Occidente. Yo me hubiera enamorado –lo estoy, un poco, supongo- de India Stoker y me hubiera pirado con ella a disparar a todos los chinos de buen corazón que conducen su Gran Torino, los deportistas amigos de Mandela, los listos del pueblo. Corren tiempos salvajes, y es necesario que el cine siga vomitando sangre. Pero que no lo haga en forma de literatura –la literatura en sus formas convencionales está todavía más muerta que el cine en sus formas convencionales, lo que ya es decir-, ni lo haga contentando a académicos ni a maripuris aburridas que se masturban con la foto de Mario Conde. Préndenos fuego, Park Chan-wook. Préndenos fuego.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Maravillosa crítica y maravilloso film. Elegancia y frialdad. Arte.

Un saludo.

Unknown dijo...

¿Entonces el cine no es entretenimiento? ¿La única forma de que el cine tenga validez es si no divierte o entretiene al espectador, independientemente del mensaje? ¿A ti te ha entretenido la película entonces o te ha aburrido, pero aún así te ha gustado por la forma?
¿El cine debe ser realizado por y sólo por aquellos superiores intelectualmente que puedan comprender de una forma no "bobalicona y grisácea" la historia?

No estoy siendo troll, verdaderamente me gustaría saber la respuesta a esas preguntas porque no lo he terminado de comprender bien en tu texto. Realmente creo que se deberían desarrollar algunas de estas ideas para que pueda comprender verdaderamente tu opinión al respecto, pues así parece (sinceramente) un poco prepotente.

Anónimo dijo...

Estoy muy de acuerdo con tu tesis, el vehículo sin pasajeros que metaforiza la utilidad del cine de Park Chan-Wook, que simplemente pretende evadir e incluso proveer las truculencias más arriesgadas para poner los pelos como escarpias a los espectadores, pues, en el fondo, es lo que quieren. No desean una película de reflexión, con un plano intelectual profundo que permita hacer un análisis concienzudo y maravillar al tan poco transitado "buen" espectador que requiere el cine. La concepción del cine tal y como es para mí, como es para André Bazin. Yo vi Oldboy, de su trilogía de la venganza, y la verdad es que salí bastante decepcionado de la sesión. No busco historias fútiles, repletas de sangre y tortas en gran parte de los 120 minutos de largometraje. Busco una tesis tangente, una reflexión sugerente, una metáfora entremecedora.
Aunque, no nos engañemos, de vez en cuando, para aliviar el peso de nuestra existencia nunca está de más tener a Park Chan-Wook.
Seguiré leyéndote, un saludo.

Nattvärdsgasterna dijo...

Me quedo con lo preciso de la reseña:

Stoker es un detector de analfabetos cinematográficos. Pero como esto es cine haciendo cine, Stoker también detecta analfabetos de soledad y silencio.