Hay
una cierta verdad en el cine de Park Chan-wook que pasa por la potencia
descarnada de la forma fílmica.
(Imagino que escribiendo esta
primera frase ya habré horrorizado lo suficiente al lector casual, incauto, que
espere una crítica a-lo-Fotogramas, así que por favor, no inviertan su tiempo
escribiendo las habituales quejas de: “¿Por qué no escribes para que la gente
te entienda?”. De nada).
En
general, hay directores que creen que la verdad de sus cintas reposa en lo que
dice su guión y que aderezan, en algunos casos con gran talento, las peripecias
narrativas con una serie de maniobras de estilo heredadas del MRI. Al otro lado
del espectro, hay creadores puros de cine, prestidigitadores que pueden rodar
con riesgo y precisión la trama más descabellada del mundo. Yo siempre he
sospechado que a Park Chan-wook le importan un bledo sus historias, que admite
con frivolidad y alegre desparpajo el hecho mismo de rodar truculencias
descabelladas, tremendísimas e incomprensibles vueltas de tuerca narrativas sin
el menor sentido, destarifos, locuras, barbaridades.
Stoker,
a nivel de guión, es un despropósito de dimensiones descomunales. Y sin embargo
–todo el cine del director se despliega en la misma dirección-, es una película
increíblemente potente, estremecedora, una película que se construye
precisamente en su voluntad de construir un universo. Es imposible que le guste
a esa gente que piensa que el cine es un libro rodado, esos que comentan las
cintas diciendo “Pues va de una mujer…”, los que niegan las imágenes para
quedarse en la anécdota, el chiste, la graceja. Dicho en otras palabras: Stoker
es un perfecto detector de analfabetos cinematográficos.
Cuando
Bazin dijo aquello –mil veces citado, pocas veces reflexionado hasta sus últimas
consecuencias- de “Por otra parte, el cine es un lenguaje”, le lanzó una losa
terrorífica al espectador. Hablamos cine, pero sus mecanismos expresivos –las formas
fílmicas- no están al alcance del espectador medio, muy ocupado en intentar
entender, por lo general, de una manera bobalicona y algo grisácea, quién está
liado con quién y quién es el malo de la película. El espectador medio odia el
cine, y en su lugar quiere una viejecita avejentada que le acune, le
retrotraiga a la infancia o le entretenga. Cada vez que alguien dice que el
cine es entretenimiento, me llevo las manos a la pistola.
Y
ahí entra Park Chan-wook, con ese desprecio honesto por las expectativas del
espectador medio, con sus ganas de dar por el culo a base de belleza, ese
placer de contemplar un fundido, un corte de plano, una montaje paralelo y
notar un verdadero estremecimiento, una tensión cinematográfica plena. Todo es
forma, bendita, directa, gloriosa forma. Y en la superficie de ese caos, de esa
montaña rusa en la que nada tiene sentido, hay pequeñas descargas de violenta e
irreductible verdad que se cuelan por las junturas del texto. Un simple
ejemplo. Casi al final de la película, el personaje interpretado por Nicole
Kidman dirige un monólogo extremo y desgarrado a su hija. Chan-wook mantiene el
plano, se apoya sobre la mirada perdida de la actriz, generando imposibles sugerencias sobre el punto de vista. El director recoge primorosamente con su óptica la tensión
de la escena hasta donde es humanamente posible, haciendo que el trabajo de cámara cobre una nueva dimensión, una dimensión construída única y exclusivamente a base de odio. Eso es el cine, el cine que habla cine.
Y es que si
el cine es un lenguaje, entonces probablemente se puede permitir el lujo de
escupir, aullar, gruñir y gemir en cine.
Y ahí entra Chan-wook y hace un desfile animalesco y arriesgado de muecas, de
tics, de trucos de magia. Su cine se vuelve radicalmente sensual, un aquelarre
de manierismos, todo eso que les hubiera gustado hacer a los creadores de Dexter pero que sólo consiguen una o dos
veces por temporada.
Por
lo demás, yo les enchufaría una copia de Stoker a todos los defensores del cine
de Clint Eastwood, los zombies de los sótanos cinéfilos y académicos que siguen
pensando que no se ha rodado nada interesante desde El padrino, las polillas
empachadas de tanto clasicismo que creen encontrar en cada texto diatópico la última
prueba de la descomposición política de Occidente. Yo me hubiera enamorado –lo estoy,
un poco, supongo- de India Stoker y me hubiera pirado con ella a disparar a
todos los chinos de buen corazón que conducen su Gran Torino, los deportistas
amigos de Mandela, los listos del pueblo. Corren tiempos salvajes, y es
necesario que el cine siga vomitando sangre. Pero que no lo haga en forma de
literatura –la literatura en sus formas convencionales está todavía más muerta
que el cine en sus formas convencionales, lo que ya es decir-, ni lo haga
contentando a académicos ni a maripuris aburridas que se masturban con la foto
de Mario Conde. Préndenos fuego, Park Chan-wook. Préndenos fuego.
4 comentarios:
Maravillosa crítica y maravilloso film. Elegancia y frialdad. Arte.
Un saludo.
¿Entonces el cine no es entretenimiento? ¿La única forma de que el cine tenga validez es si no divierte o entretiene al espectador, independientemente del mensaje? ¿A ti te ha entretenido la película entonces o te ha aburrido, pero aún así te ha gustado por la forma?
¿El cine debe ser realizado por y sólo por aquellos superiores intelectualmente que puedan comprender de una forma no "bobalicona y grisácea" la historia?
No estoy siendo troll, verdaderamente me gustaría saber la respuesta a esas preguntas porque no lo he terminado de comprender bien en tu texto. Realmente creo que se deberían desarrollar algunas de estas ideas para que pueda comprender verdaderamente tu opinión al respecto, pues así parece (sinceramente) un poco prepotente.
Estoy muy de acuerdo con tu tesis, el vehículo sin pasajeros que metaforiza la utilidad del cine de Park Chan-Wook, que simplemente pretende evadir e incluso proveer las truculencias más arriesgadas para poner los pelos como escarpias a los espectadores, pues, en el fondo, es lo que quieren. No desean una película de reflexión, con un plano intelectual profundo que permita hacer un análisis concienzudo y maravillar al tan poco transitado "buen" espectador que requiere el cine. La concepción del cine tal y como es para mí, como es para André Bazin. Yo vi Oldboy, de su trilogía de la venganza, y la verdad es que salí bastante decepcionado de la sesión. No busco historias fútiles, repletas de sangre y tortas en gran parte de los 120 minutos de largometraje. Busco una tesis tangente, una reflexión sugerente, una metáfora entremecedora.
Aunque, no nos engañemos, de vez en cuando, para aliviar el peso de nuestra existencia nunca está de más tener a Park Chan-Wook.
Seguiré leyéndote, un saludo.
Me quedo con lo preciso de la reseña:
Stoker es un detector de analfabetos cinematográficos. Pero como esto es cine haciendo cine, Stoker también detecta analfabetos de soledad y silencio.
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