Siempre me han fascinado las extrañas conexiones entre lo ideológico, lo cinematográfico y lo musical. El cine musical -suponiendo que exista tal cosa- siempre anda dando vueltas en las relaciones entre el cuerpo, el ritmo y su representación. Si tomo al azar algunos de mis "musicales" favoritos de los últimos años descubro que funcionan por la mostración del cuerpo -9 songs-, por su destrucción -Dancer in the dark- o, como en el caso de Searching for Sugar Man, por su progresivo desvelamiento. La profunda repugnancia que me propuso, a la contra, Los miserables, reside también en ese no saber qué hacer con el cuerpo más que exhibirlo en una rancia postal de gran estudio con una banalísima sugerencia ideológica detrás. No nos engañemos. El plano de la eyaculación en 9 songs es mucho más preciso y revolucionario -en el mejor sentido de la palabra- que las casi tres horas de sermón kitsch.
En Searching for Sugar Man se habla de la música en voz baja, de los controles ideológicos sobre la música y de las pequeñas resistencias humildes de los ciudadanos que no pueden -o no quieren- ser ciudadanía. Del mismo modo, se habla de otro de mis temas obsesivos: la manera en la que la música -o la cultura popular en general- es al mismo tiempo repositorio y lienzo de los desgarros más profundos de la época. El zeitgeist se reproduce siempre a 33 revoluciones por minuto, y cuando la gente olvide todos los discursos de Reagan se seguirá escuchando -para bien o para mal, ya es otra historia- el Girls just want tohave fun de Cyndi Lauper. ¿Quién es el icono pop, después de todo, sino un cuerpo que se posiciona en el umbral en el que colapsan nuestras angustias, nuestras alegrias, nuestros orgasmos y nuestras cicatrices? Pequeños exorcistas portátiles que trepan por los cascos sennheiser hasta esa habitación en el fondo del alma en el que los cadáveres, exquisitamente maquillados, nos guiñan el ojo. Cómo consiguen triunfar en ese territorio, qué quieren que les diga, es algo que nunca he llegado a entender. Cómo es posible que canciones como Desolation Row, As tears go by o Boogie Street existan en su magnificencia, en su inefabilidad, que puedan haber salido de una única mente, masterizadas, improvisadas, sugeridas por no se sabe qué Dios demente pero piadoso. Cómo es posible, ya digo.
Y ahí me interesa Searching for Sugar Man, en tanto es una película para gente que ama la música como nosotros la amamos. Usted, querido lector y amada lectriz, pensando ahora qué canciones resuenan en su interior y esbozando una sonrisa cómplice, acaba de ponerse en la línea de fuego del documental de Bendjelloul, y por eso mismo debería verlo. Usted, que me lee con el Spotify encendido y que sabe lo tremendamente necesarias que son las salidas de emergencia. Mañana es lunes, y ahí fuera nos espera mucha gente que nos quiere de maneras crueles, alienígenas y desesperadas. La cultura pop va de eso, y en Waiting for Sugar Man puede escuchar a gente que analiza letras de canciones en busca de ciudades imposibles, que colecciona discos censurados, que se ha tomado esto de no sentirse roto muy en serio. Qué débiles somos, en el fondo. Pero tenemos nuestros discos.
Searching for Sugar Man es la exhumación hermosísima de un cuerpo acodado en el vientre/fosa común del olvido pop. Su cuerpo emerge en una resurrección de justicia y folk, y ya no es simplemente un documental sino una pieza audiovisual que habla de la justicia, del encuentro, del pasado. Es urgente en su hermosura y honesta en sus intenciones. No encontrarán aquí demagogia ni consignas fáciles de corear. No hay programas políticos, nombres, barricadas explícitas. Lo que hay, sin duda, es mucho más importante: una reivindicación del sujeto en su libertad, su rabia y su capacidad para prenderle fuego a todo.
Pero no desde el dogma político. Desde la cultura pop. ¿Y no es eso mismo lo que yo intento proponer, página tras página, en todo lo que escribo? Searching for Sugar Man es cine, es música, es todo lo que hace falta para sentirse realmente bien. Déjense de placebos, subterfugios y filosofías de Twitter. Háganme caso y vayan a verla.
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