20.10.11

WINDING REFN #03: "Pusher I: Un paseo por el abismo"


   La trilogía Pusher puede ser interpretada como una exploración paulatina entre las redes subterráneas -los túneles textuales- que conectan la violencia con los restos de la loncha/modernidad europea que se terminó de esnifar el respetable en los últimos noventa y principio del milenio. También es un ejemplo de la evolución de un modo de representación propio que surge impactado/impresionado por las dos primeras películas de Tarantino y que se propone una cierta traducción nórdica, gélida, desapasionada. Pusher I es como Snatch, pero sin sentido del humor y sin sorprendentes vericuetos de guión. Más bien es un trozo de carne de gangster cocainómano congelándose lentamente en una ciudad podrida que ni se siente ni se padece como Europa. Y a partir de ahí, Winding Refn introduce la épica y la estética, el videoclip y la planificación a medio camino entre la fascinación postmoderna y el cinema verité.

    El imprescindible héroe masculino y quebrado de Winding Refn se mantiene más allá del sexo pero más acá del cuerpo, estimulándolo y poniéndolo a punto para una batalla interminable consigo mismo. Eso es, en esencia, Valhalla Rising y Drive, el pánico hacia el sexo y la sublimación de un amor siempre casto e intocable que, a decir de algún cómplice especialmente afilado (véanse los implacables tweets de Roberto Amaba al respecto) esconden una homosexualidad flagrante, galopante, y si me apuran, pseudonazi. Yo no comparto en absoluto su opinión, y antes me parece que los héroes célibes de Winding Refn tienen más que ver con un código incomprensible e indescifrable que fascina al director y que atraviesa todo el underground heterosexual (porque también existe) de parte del siglo XX: Ian Curtis no mantuvo relaciones sexuales con su amante, Annik Honoré. Algo hay también en los cuentos de Eric Rohmer, el héroe silencioso de Sergio Leone. La renuncia a lo sexual tiene un punto de pánico, pero también un punto de respeto sagrado, por mucho que el psicoanálisis no esté dispuesto a concedérnoslo. Después de todo, no hace falta leer a Zizek para saberlo: en el momento en el que se pasa por el catre, el objeto de deseo deja de ser especialmente interesante y se convierte en una materia adiposa sentimental que se queda pegada en la suela del zapato emocional. En una cierta narrativa -la narrativa a la que pertenecen Drive y Pusher I- la mujer es una puta que, pese a serlo (o quizá porque lo es), está demasiado lejos del héroe. En ella recae el misterio de la maternidad, pero también el misterio de un halo sagrado e inefable del que nada entienden las otras mujeres. Las que no son la heroína inyectable del cuento, las que no saben lucir los defectos con la mueca niña y desgarradora de Laura Dasbraek o de -ay- Carey Mulligan. Es algo que Tarantino nunca entenderá, porque para Tarantino la mujer es un falo enorme que habla y que asesina sistemáticamente. En Winding Refn, por el contrario, la mujer es como el rostro de Dios para una cierta tradición judía: pertenece al misterio, a un universo velado por capas de excitante fantasía, su verdad es tan demoledora que no puede ser accesible para el Hombre Común, y en el caso extremo (Moisés/el camello de Pusher I) ni siquiera para el Héroe.

    Winding Refn lleva a sus espaldas una cruz cristiana -quizá protestante- con forma de heroína contra la que intentó revolverse en Valhalla Rising pero que le acompañará durante toda la vida/toda la muerte. Donde Bergman incorporaba la conversación existencial a tres metros sobre el suelo, Winding Refn introduce un espasmo de yonqui y una ostia en la cabeza con un bate de béisbol. Pero ambos vienen a decir más o menos lo mismo: todo lo que duele el Otro, todo lo puta que es la vida cuando se pone puta, y lo efímero que resulta siempre cualquier paraíso. Las últimas escenas de Pusher I -la rave, el pánico, el universo estallando en miles de pedazos- anunciaban al cine europeo un nuevo tipo de cine. Un cine con olor a letrinas, a Kierkegaard sangrando por la nariz cortándose con un cristalito, a pásame el turulo, tronco, que mañana esto cierra y el amanecer, ya te digo, será implacable.

1 comentario:

Roberto Amaba dijo...

Ah, pero usted omite de manera maligna lo que todo el mundo conoce, que esos comentarios me fueron revelados a través de una sensitiva que entró en contacto transdimensional con Anna Freud.

Bueno, intentaré ir viendo lo que me queda del amigo Refn.

Un saludo.