18.10.11

Sobre "Habemus Papam" de Nanni Moretti


  La polémica. Siempre la polémica religiosa, las carcajadas y las indignaciones al fondo de la sala. Siempre los dimes, los diretes, las curias, los callejones sin salida, el tremendo esfuerzo por no perder el Norte, el respeto, la escucha activa. Yo quería escribir sobre Habemus Papam por dos motivos: en primer lugar, porque ya se encuentra danzando por Internet una copia con subtítulos en castellano que acude a cubrir una de las -intolerables- carencias fílmicas de nuestro país. En segundo lugar, porque es una de las cintas más exquisitas, amargas, inteligentes e inmisericordes que he visto en los últimos meses.

    Y comenzaré por el principio. Habemus papam, contra lo que ciertos representantes del Vaticano han afirmado -sin verla, lamentablemente- no es ni blasfema, ni irónica, ni hiriente. No busca la polémica ni el chiste fácil, no se regodea en tópicos manidos, sino que trata al creyente con una sorprendente y desarmante sensación de cercanía y de respeto. Moretti no hace chistes fáciles sobre curas. Moretti no quiere hacer comedia italiana bufa de los setenta. Moretti es uno de los tipos más inquietantemente brillantes del cine de su tiempo, y de ahí que Habemus papam sea una película triste y hermosa, un drama sobre la religión y los hombres, sobre sus sueños y sus fracasos.

    Porque, hay que repetirlo las veces que sea necesario, Habemus papam no es una comedia. No hace gracia, ni pretende hacerla. Incorpora algún chiste Made-in-Moretti, algún guiño cómplice e inocentón, sin sangre. En su lugar, toda la cinta es una inmensa reflexión desoladora sobre la desconexión entre Dios y sus hombres, la bondad y la valentía, la Fe frente a la ciencia, el cuerpo y el alma. Es incluso una cinta decididamente teológica, con voluntad de diálogo, sin gritos, sin golpes, una reivindicación de la posibilidad de una Ecclesía sin miedo y sin oropeles, de un Dios pobre pero Todopoderoso, de una verdadera mesa de debate ente ateos, agnósticos, creyentes, hombres desilusionados, mujeres desilusionadas, propios, extraños. Moretti habla sobre Dios, pero sobre todo, habla de los errores de los hombres y de su capacidad para pensar más allá de los corsés de la tradición. Sin destruírla. Sin quemar iglesias. Sin disparar en la cabeza de nadie. Hablar sobre el perdón, perdonar los actos y las palabras, compartir precisamente aquello que nos separa.

    Ahora bien.

    Ahora bien, el problema de Habemus Papam es, precisamente, que funciona como esas cartas lacanianas que nunca llegan a su destino y van pasando de mano en mano hasta volver a la casilla de salida. El Vaticano, en lugar de condenar y demonizar la cinta, tendría que haberla visto y habérsela tomado con toda seriedad: con la seriedad que impone un director (ateo, marxista) que les ofrece la posibilidad de discutir sin caer en los tópicos. Un director que les tiende una mano hermosísima y artística, más allá del panfleto. Carta triste sin destino, porque nadie dará la cara, nadie pronunciará una palabra sólida, nadie defenderá la posibilidad de la concordia real entre ciudadanos de Occidente. Y eso resulta asquerosamente clarificador, demoledor, asfixiante. Imaginemos un mundo ideal en el que, como actividad recomendada de las JMJ, se hubiera proyectado la película y se hubiera dado la oportunidad a los asistentes de colaborar, esgrimir, posicionarse. Un acto democrático de escucha al Otro y de construcción de identidades sociales y religiosas. Ustedes dirán -y con razón- que los críticos no religiosos apenas han prestado atención a La última cima o a Alexia. Pero ese debería ser precisamente el elemento diferenciador. El quiz de la cuestión. Lo que Moretti propone está en las antípodas de Malick, y sin embargo, encuentra resonancias, puntos de contacto y puntos de ignición.

    Sin embargo, mucho nos tememos que la mirada de Moretti quedará suspendida, in media res, sin respuesta activa por parte del Vaticano. Y así, una de las cartas más brillantes y afiladas quedará sin respuesta, sin acuse de recibo, carta atea flotando en un mar de gritos y de lamentos, carta que podría haber demostrado la inmensa capacidad del cine para debatir y para reflejar estados de ánimo, temores y temblores.

    Al menos, su director ha sido valiente y lo ha intentado. Pero a la luz de lo que ocurre en las calles, quizá ya ni siquiera sea suficiente. Quizá la discordia entre existencia, ciencia y Fe quedará por el momento interrumpida hasta que alguien se atreva a volver a decir que el Pueblo atraviesa un profundo momento de duda, y que la peor manera de solucionarlo es dándole la espalda y pasando a otra cosa.

1 comentario:

Daniela Campos dijo...

Habemus Papam es de las mejores películas que vi el año pasado, me gustó mucho la historia, porque a pesar de tratarse de una película que refleja la iglesia católica, buena actuación la de Michel Piccoli con el personaje del Papa electo que no se siente seguro del llevar el cargo, mostrando más su lado humano, más cintas como estas hacen falta.