6.10.11

Lars von Trier: En el final, no fue el verbo


   Von Trier, niño roto e hijo imprevisible y barroco de la (post)modernidad, ha llegado a la conclusión que atraviesa todo su cine: no hay lenguaje. La palabra es una cosa demasiado seria, hace demasiado daño o puede prenderle fuego al interior de los sujetos. El acto de aniquilar brutalmente la última nota de Björk en Dancer in the dark. El acto de intentar injertar simbólicamente una palabra en el cuerpo de la esposa herida en Anticristo. El acto de gritar y ahogarse hasta la angustia más intolerable en los minutos finales de Epidemic. Von Trier está aterrorizado ante el poder definitivo de la Palabra, siempre lo ha estado, siempre suspendido de un hilo violento sobre el abismo de la pulsión.

    ¿Para qué sirve la Palabra? Para construír el mundo. Para frenar el torrente total y aniquilador de lo Real. No creo en el Lacan casi final que parece mofarse de la dimensión simbólica. No creo en sus discípulos. Es imposible entender el drama de Von Trier sin el primer Lacan, de la misma manera que es imposible entender la pasión de Tarkovski sin el último Dios Alfa-y-Omega del Apocalipsis.

    Entre Von Trier y el Holocausto, la palabra prostituída y convertida en estupidez pura. Entre el Holocausto y Von Trier, la presencia de la víctima y la humillación que atraviesa toda su filmografía. Grace destruye Dogville en una celebración de pólvora y pulsión, se convierte en el ángel justiciero que no tuvo el Holocausto, sueña una Historia/histeria que Occidente nunca tuvo. Auschwitz derruído hasta los cimientos es el Dogville polaco sin la redención de la víctima. ¿Qué le queda al superviviente? Únicamente la palabra. Incluso -como Elie Wiesel dijo- la tiene para afirmar que no tiene palabra alguna. Incluso -como Amery dijo- la tiene para afirmar que sólo tiene culpa y remordimiento. Von Trier se ha arrancado a sí mismo la palabra, convirtiéndose en el ejemplo absoluto de la coherencia entre obra y creador, entre angustia e Historia. El silencio de von Trier es un silencio necesario, y además, honesto.

     Por supuesto que en el cenagal de la vergüenza queda toda esa cháchara que ha dejado atrás, esa imbecilidad, ese resto-de-goce-pringoso que lanzó en Cannes contra la prensa mundial. Pero von Trier es su cine, un cine inmenso y lleno de esquirlas, y no ese personaje público (esa máscara bufa) que se acostumbró a pasear por los escenarios mediáticos del cine de autor en busca de aceptación, sorpresa, amor. Von Trier/persona no tendrá más amor que el de su silencio o el de su miedo. Von Trier/director es un coloso que se desgarra interiormente y expone su bilis ante el objetivo de una cámara. Von Trier/obra es Europa entera, nunca ha dejado Europa, y cintas como Dancer in the dark, Dogville o Manderlay hablan mucho más de nosotros que de Estados Unidos. Todo es culpa y dolor, y todo está infectado por el lugar del verdugo. Todo fluye en el interior del verdugo. Sobre todo una mala palabra.

    Von Trier, al cerrar la puta boca, ha devuelto a su figura una dignidad que nadie esperaba. La paz merecida. La pregunta, por supuesto, es si será capaz de aceptar su propia salvación o, por el contrario, defraudará las esperanzas puestas en el inmenso poder de su desaparición de la escena pública.

2 comentarios:

Marco Méndez dijo...

Al Cesar lo del Cesar. Von Trier tiene lo suyo en cuanto creatividad y el mensaje que quiere transmitir. Fuera de ellas quizá más de uno le gustaría dejar un ojo morado.

Jamás me atrevería afirmar que entendería a Hitler (en un tono como recordando a un amigo de infancia), pero no tendría en reparos en comprender (aunque no comparta ideas) a este danés que es el José Mourinho del cine.

Callado dice lo mejor persona que puede ser que si se propusiera articular algo.

Unknown dijo...

Marco, llevas toda la razón del mundo. Te robo lo del "Mourinho" de cine. Y como podría haber dicho su Némesis/Guardiola: "Von Trier es el puto amo de las ruedas de prensa". Se equivocó, sin duda. Eso sí, detrás de la cámara se ha equivocado pocas veces.