13.2.06

ANGELOPOULOS #03 - La mirada de Ulises (1995)


Hace tiempo comencé un ciclo de comentarios sobre el realizador Emir Kusturica que se me quedó a medio hacer por aquello de publicar mucho y a toda velocidad. Si bien con Angelopoulos estoy intentando ser un poco más metódico (la racha no durará mucho, me temo, principalmente cuando ya se han estrenado joyas como Caché de Haneke o Manderlay de Von Trier sobre las que no he podido "onanizarme" a gusto), es cierto que hoy revisando "La mirada de Ulises" he descubierto un extrañísimo nexo de unión entre ambas figuras. Los dos (Angelopoulos y Kusturica) han sido, con toda probabilidad, los mejores directores europeos a la hora de tratar la guerra de los Balcanes, sus antecedentes y sus consecuencias. Kusturica quiere hacer el retrato salvaje y gamberro de una Bosnia llena de gitanos y orquestas. Angelopoulos quiere hacer el retrato de una Grecia llena de referencias bibliográficas, pedante y un tanto culturetilla. Eso es porque Kusturica es un gamberro y Angelopoulos un pedante, obviamente. "La vida es un milagro" (y la fabulosa "Underground") se enroscaban con singular brillantez en las consecuencias del gobierno de Tito sobre el pueblo bosnio. "La mirada de Ulises" sigue ese mismo camino, pero lo atraviesa con la claqueta, con la intención del director que habla sobre dirigir películas.
En uno de los comentarios sobre "La mirada de Ulises" que se puede encontrar en el IMDb se lee: "¿Es Theo Angelopoulos el director más pretencioso de la historia del cine?". Es una cuestión interesante, lanzada con muchísima mala leche y algo de razón. Pero voy a jugar a la locura y voy a responder a esa pregunta con cierta cautela: No, pero casi. Angelopoulos es lo suficientemente pretencioso como para intentar adaptar la obra clave de la literatura universal (si es un clásico puede decir "La odisea", si es un moderno puede decir el "Ulysses" de Joyce) en la clave de una subjetividad que a veces incluso nos parece obscena. Es obscena, quiero remarcar, en tanto es de una sinceridad demoledora. Angelopoulos se retrata a sí mismo en la coraza de un Ulises/Harvey Keitel que busca el cine, que llora por su madre, que se pierde en la niebla de Europa. La película funciona (quizá sea la mejor del director) porque sus normas son muy sencillas: créanse ustedes lo que les de la gana, sientan las imágenes como les de la gana (desde fuera del cine, a juzgar por los muchos espectadores que abandonaron la sala en tiempos del estreno) y vivan la historia como les de la gana. "La mirada de Ulises" se lleva de la mano la pasión metacinematográfica (por la que pasan también figuras como Kiarostami, Wilder o Welles, por poner tres ejemplos) y la traslada a una Guerra de Bosnia llena de magia, cinematográfica, dolorosísima. El personaje del anciano (un soberbio Erland Josephson) que colecciona las latas de película mientras el país se desintegra es, a grandes rasgos, el retrato más poético de la figura del cinéfilo que yo he visto en una pantalla.
Theo Angelopolous es (sumo y sigo) lo suficientemente pretencioso como para atreverse a hacer películas de una duración exagerada, de un ritmo intolerablemente lento y con ideas brumosas que vienen y se van. Por otra parte, es capaz de conseguir que esas películas funcionen precisamente por su innegable pasión por la imágen, algo que ya he comentado aquí. "La mirada de Ulises" sería perfecta para explicar a alumnos de Comunicación Audiovisual cómo construír un plano secuencia, un plano fijo o un montaje paralelo. También sería perfecta, por supuesto, para demostrar que en otros países no muy lejanos es posible hacer películas que hablen con criterio de las guerras civiles y que no se resuelvan en el exabrupto nacional/nacionalista.
Theo Angelopoulos, por último es lo suficientemente pretencioso como para limpiarse el culo con la norma dorada de que las películas tienen que durar 90 minutos, tener unos 600 cortes de edición en montaje y ser lo suficientemente fáciles y digestivas para que se puedan disfrutar por espectadores mediocres que acudan a las salas a hablar por el móvil y comentar la cinta con el de al lado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No deja de sorprenderme la malquerencia que habitualmente se manifiesta hacia el cine de Angelopoulos, malquerencia nada sutil por cierto, sino más bien abierta y exhibicionista, casi jovial. ¿Por qué cebarse en Angelopoulos? ¿Por qué no en Kieslowski o en Trier? O, retrospectivamente, ¿por qué no calumniar a Ingmar Bergman, Dreyer o Mizoguchi? El cine de estos autores tiene algo que ver con el humanismo, con la sensibilidad, con el sentimiento, con la creencia de que otro mundo es posible y, en última instancia, claro está, con el arte. Cierto critiquillo de medio pelo de nuestro solar hispánico no deja pasar la más pequeña oportunidad que se le ofrece para poner verde a Angelopoulos (y le va bien: casi vive de ello). En último extremo, la validez o invalidez del cine de los autores nombrados más arriba tiene relación con el viejo debate acerca de si el cine tiene derecho a ser arte o si debe permanecer fiel a sus orígenes de barraca de feria. Este no es lugar para empantanarse en esa discusión. Mientras tanto algunos disfrutamos con las excelsas películas de Angelopoulos, las aguardamos con impaciencia, las amamos y sabemos íntimamente (de un modo que en el fondo es incomunicable) que en ellas queda un, quizá, último resto de esperanza en el futuro de esta desdichada humanidad. Los demás no tienen de qué quejarse: pueden disfrutar a su manera, es decir, coleccionando capítulos de "Aquí no hay quien viva", viendo de un tirón las obras completas de Stallone y saboreando, como corresponde a sus paladares de cerdos exquisitos, cualquier otro producto del "mediático" y triunfante vertedero capitalista.