29.1.06

ANGELOPOULOS #02 - El paso suspendido de la cigüeña (1991)


A veces tengo la impresión de que el cine europeo es un cine que se realiza desde la frontera. Desde el concepto mismo de frontera. Un cine limítrofe que intenta conjugar con paciencia las distintas identidades de lo que podríamos llamar el "alma europea", o la "realidad europea", una tragedia mucho más constante y notable que nuestros nacionalismos de andar por casa. Hay una Europa disgregada, deshilachada, confusa. De esa tensión europea, de esas dolorosas fracturas del alma, surge la tragedia, un invento que (nos guste o no) es netamente europeo.
El otro día debatía con un conocido sobre si la postmodernidad es, en realidad, un invento europeo como respuesta al ultra-pragmatismo estadounidense. Apliquémoslo al cine: Estados Unidos crea una de las maquinarias de producción y distribución más implacables del planeta y llena salas del mundo entero durante los cuarenta y parte de los cincuenta. Sus películas son, básicamente, propaganda del "American Way of Life" y alguna que otra pieza gloriosa (pienso en "The misfits", que es el auténtico "Brokenback mountain" de la historia del cine, y no la patochada de Ang Lee). Frente a esto, en Europa comienza una corriente de "No-cine" o de "Otro-Cine" que no se personifica solamente en la Nouvelle Vague (aunque Godard sea, sin duda, uno de sus máximos exponentes), sino en una realidad territorial/cinematográfica que engloba desde las lejanías de Tarkovsky o Sukorov hasta las dramáticas cercanías de Kieslowsky o nuestro mentado Angelopoulos. El cine "de autor", como algo que no sirve absolutamente para nada. No sirve para hacer dinero, no sirve para llevar una ideología "europea" a otros países (quizá, en todo caso, que los europeos somos unos seres muy atormentados que fumamos mucho y sufrimos amargamente frente a una realidad insoportable). El cine de autor europeo ha respondido a un subjetivismo tan apasionante que ha configurado ese curioso (y dudoso) fenómeno que es el "cine independiente norteamericano".
Dicho esto, "El paso suspendido de la cigüeña" comienza con el inteligentísimo acierto de crear, desde el inicio, una trama fronteriza, un espacio mágico (la frontera entre Grecia y Albania) donde un paso más allá de la línea incorrecta nos llena la cabeza y el cuerpo de plomo. Las familias dispersas, los inmigrantes confusos, las tabernillas pobres donde bailan las parejas feas. Todo es Europa en esta cinta, incluyendo la decisión del político (un aceptable Marcello Mastroianni incapaz de hacer sombra a un glorioso Gregory Kar).
La película parece negar, incluso, su naturaleza onírica. No hay casi sueño en "El paso suspendido de la cigüeña". Todo parece hilado como si se tratara de un extrañísimo documental o de un "making of" incomprensiblemente largo. La sensación espectatorial es casi extraña, observando aquellos decorados quebradizos, aquellos claroscuros en los que la cámara se desliza como un asesino que buscara una víctima. Esta manera fabulosa y absolutamente personal de planificar las escenas nos recuerda al espiritu mismo de la frontera que se deslizara por ese extraño pueblo en el que todo el mundo espera.
Y aún hay más: un segundo o tercer visionado más detenido nos acerca a un dato absolutamente sobrecogedor: no hay ni un maldito primer plano en toda la película. En una cinta que sobrepasa las dos horas y en la que se tratan conflictos insoportables de los personajes, ¡ni un primer plano! Angelopoulos hace la revolución estética de la revolución europea y construye la imágen desde lejos, desde fuera, consiguiendo quizá que sus personajes nos recuerden a títeres confusos que vagan por una Europa quebradiza.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy bastante de acuerdo con lo que dices de Angelopoulos. Sería mentir si uno no dijera que lgunos momentos de sus películas pueden resultar tediosos. Pero a mí me pasa que, después de verlas, las historias de Angelopoulos (y casi me sale Antonioni) te dejan ese poso de buen cine, de que has visto algo que te llena, que te hace más rico, cultural y humanamente. Que a lo largo de tres horas, sí, puede haber altibajos, pero es que hace falta tener bemoles para hacer tres horas de cine de autor (y no las pretenciosas tres horas que acostumbran a realizar últimamente en USA con vistas a que te digan que es tu obra cumbre); hace falta tener bemoles para contar lo que cuentan en esas tres horas de la manera que lo cuenta Angelopoulos; y eso, que a la salida del cine o del ordenador, películas como La eternidad y un día o La mirada de Ulises te dejan con ganas de ver muchas más de esas tres horas de cine europeo, que diría el otro.

Ah, y por fin he encontrado a alguien al que, como a mí, no le ha entusiamado la de Brokeback Mountain!!!

Un saludo en mi estreno comentador (te descubrí gracias al enlace de Olvido)

Anónimo dijo...

Si no recuerdo mal, Angelopoulos era un insufrible objeto de culto para los pedantes y entendidillos de mi época.
Qué curioso.

calendar_girl dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Nos pusieron esta pelicula en la universidad y casi me da un yuyu.
A ver si apruebo acción social --alleyiv--