Una noché soñé con aquel hombre. Era un anciano confuso que recorría una avenida brumosa paseando a un perro, en la búsqueda errante del tiempo. Un hombre que parecía haber perdido la historia entera, capaz de cerrar los ojos frente al ya imparable jaque de la muerte. No sé cómo he podido amar, de pronto, esta película que hasta hace poco me provocaba una sincera dentera (queda contado más abajo).
"La eternidad y un día" es una pacífica aceptación de la muerte. Nos recuerda muchísimo a las "Fresas salvajes" de Bergman, en cuanto al viaje insondable del anciano hacia el final, los conflictos con los recuerdos y la caricia hermosa de la decadencia social, como telón de fondo. Quizá esta cinta consiga dar un pequeño paso más allá de la obra clave del director sueco. En "La eternidad y un día" no hay una opresiva sombra religiosa, ni la necesidad urgente de asfixiar al espectador. Más bien al contrario, Angelopoulos parece haber dibujado en el lienzo en blanco de la pantalla una extraña trayectoria de colores y sonidos que buscan nuestro recuerdo, que se clavan con fiereza en nuestra propia experiencia, empujándonos así con toda suavidad hacia el concepto mismo de la muerte. Una muerte que no es tormento, ni angustia, sino tan sólo un final complejo pero necesario, un abrazo. El último abrazo, por supuesto.
El otro día, leyendo páginas de cine por la red me topé con una que se anunciaba como "La única página de cine donde los críticos no están amargados". El chiste, que aparentemente es bastante acertado, deja escapar una idiotez (en el peor sentido de la palabra) que sorprende a propios y extraños. Me gustaría decir que uno puede acercarse a la obra de Angelopoulos, o de Von Trier, o de Haneke, y salir con una sonrisa. Pero, ustedes estarán de acuerdo conmigo, si uno sale sonriendo de la proyección de "Funny Games" o "Rompiendo las olas", es un idiota crónico. El cine de verdad (el cine como arte, el cine como esperanza, el cine como contenido) ha conseguido llegar a una capacidad de reflexión (también de metareflexión, lo que ya es encomiable) que nos zambulle de cabeza en el túnel sin fondo del postmodernismo. "La eternidad y un día" no es un flotador, no es una película vitalista ni encierra ningún mensaje lleno de optimismo. Hay planos secuencia criminalmente largos, una narración entre lo confuso y lo frágil, unos diálogos afilados y concisos. No sobra una palabra en toda la cinta, no sobra un gesto, no sobra un puñetero personaje. Todo está enlazado para que una implacable conciencia de nostros mismos (de nuestra finitud, precisamente) nos invada cuando termine el espectáculo.
Sólo hay un espectáculo en "La eternidad y un día", ahora que lo pienso.
El espectáculo de la muerte misma.
2 comentarios:
Suerte con ese ciclo de Angelopoulos. Lo cierto es que es un creador muy especial y requiere un tempo necesario el acercarse a su obra. Personalmente, no consigo entrar en su juego, pero prometo darle otra oportunidad. Quizás el pesimo visionado de "Eleni" haya podido influir...
Un saludo
Excelente nota
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