7.7.14

De Jeunet, a quien debimos tanto

Os juro que he buscado "Amelié" en Google Images y me ha salido esto. No puedo superarlo. No puedo.

A Jeunet aprendimos a odiarle tanto que, en algún momento, la ira misma nos cegó la mirada. Llevó la posibilidad de un cierto cine a un punto tan extremo que supimos que nunca jamás volvería a ser capaz de prendernos fuego de cierta manera. Lo mismo le pasó a Wong Kar Wai o a Wim Wenders: esculpieron un chispazo de nuestro rostro en el fondo de su cámara, nos robaron el alma, nos cobijaron en un pliegue del cine y después, simplemente, se desvanecieron.

[Miro mi perfil de Filmaffinity por pura curiosidad y recuerdo que puntué con un 3 a Amelié. Con eso está todo dicho. O casi todo]

A veces uno tiene el cuerpo para narraciones rococó y otras veces prefiere simplemente la simplicidad expresiva de un buen plano que nos permita reposar la mirada sobre él y dialogar en el silencio de la sala. Poder confiarle el dolor de los huesos a un único plano, o a la relación silenciosa que establece al encontrarse con el siguiente en un susurro significante. Jeunet no sabe jugar a la introspección reflexiva, y quizá por eso nos gustaba tanto cuando pensábamos que el amor y la creación era como el mal viaje de ácido de una diseñadora histérica de Desigual jugando con un caleidoscopio. Luego, pasada la tormenta, la pose y el acné tardío, descubrimos la forma fílmica como fortaleza mayor del milagro de la existencia -el flujo de la vida de Kracauer, de nuevo- y ahí Jeunet no pasó el examen. Se quedó suspendido en el pasado, casi un poco como esas fotos vergonzantes de las vacaciones a finales de los noventa.

[Miro mi perfil de Filmaffinity y recuerdo que puntué con un 6 a Largo domingo de noviazgo. No recuerdo muy bien por qué, pero desde entonces sus imágenes han ido creciendo de manera grisácea e interesante en el fondo de mi inconsciente, reducidas a un ruido de fondo, un zumbido eléctrico que emerge del contraplano de la foto de Hitler con su uniforme de correo en las trincheras, yo me entiendo]

Amelié reescribiendo una versión de Juego de Tronos en la que Ned Stark lidera una revuelta pacífica contra la tiranía de los Lannister y, tras múltiples peripecias épícas llenas de fantasía en las que se demuestra que el amor triunfa, recupera Desembarco del Rey, perdona a sus enemigos, instaura la paz sobre los siete reinos, sodomiza brutalmente a un oso hormiguero y ofrece un gran festín en el que actúan My Chemical Romance
Es necesario arrancarse las escamas de los ojos para seguir aceptando el cine que nos rodea con auténtica libertad. Pocas cosas me aterran tanto como acabar convertido en uno de esos tertulianos balbuceantes que se arrastran por los saraos jurando que nada ha superado a El hombre que mató a Liberty Valance. Los hombres más sabios de nuestra generación matarón a Amelié con un gesto de furia el día que comprendió que aquel despliegue de belleza artificial no nos ayudaría a encarar de ninguna manera los grandes retos que nos esperaban. Amelié, con la cabeza aplastada a martillazos tras hacer alguna gilipollez que había leído en la edición de bolsillo de un tratado de autoayuda y psicomagia, había resucitado convertida en la Gainsbourg de Anticristo y ahí, junto a su cadáver, encontramos la paz. Yann Tiersen sigue tocando su tonadilla en los conciertos y cobrando los royalties de los anuncios de compresas y las pastillas para la impotencia marca Hacendado. El reto de los que vienen detrás de nosotros será matar a las cuatro tipas de Spring Breakers, pero de eso hablaremos otro día.

De Jeunet, a quien debimos tanto, no quedó casi nada. Ahora nos ha estrenado una cinta nueva que es un prodigio de vacuidades y tics conservadores, una especie de carnaval triste como el gesto del anciano enfermo de parkison que pasa el cepillo en la Iglesia. Uno deposita sus ocho euros en la taquilla, pero no espera salvación ni epifanía alguna. Nuestro pecado fue habernos creído aquella mentira y haber seguido empeñados en seguir amando Montmartre cuando Dios nos apagó las luces, apagó la música y se marchó en silencio a casa.

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