6.1.12

Crítica: "The yellow sea" (Hong-jin Na)


   Coincide mi primer -y tardío- visionado de The yellow sea con ciertos escritos en los que se hace hincapié en la necesidad de erosionar, poner en duda, cargar contra los mecanismos habituales y alienantes de la representación audiovisual como postura necesaria por parte de la crítica. Una resistencia crítica frente a ciertos efectos ideológicos del MRI y sus derivados. Levanto la vista y me topo cara a cara con las imágenes de los ciudadanos de Corea del Norte llorando la muerte de Kim Jong-Il. El visionado de la cinta de Na -pertinentemente estrenada en salas justo ahora- comienza a ser un problema. En primer lugar, por lo que no dice. En segundo lugar, por los mecanismos manifiestamente tramposos con los que dice lo que dice.

    Sigamos la cinta. Na dibuja a un expatriado, un paria, una víctima del sistema. Su vida está llena de dolor y de sufrimiento, y casi como si de un peregrino Rashkolnikov se tratara, encuentra en la posibilidad de un crímen la manera de ir capeando el temporal. Na bucea muy superficialmente en los tópicos del cine social: apuestas perdidas, extorsión de la mafia, inmigrantes hacinados, cuerpos muertos. Hasta aquí, la cinta podría ser discutible, pero dialogable. De pronto, y sin solución de continuidad, todo el discurso estalla y se viste como una puta barata con olor a thriller: interminables secuencias con persecuciones espectaculares que hinchan el metraje, giros de guión descabellados entre muñequitos de un poder inexplicable, algún chistecillo de humor negro no demasiado inspirado... En un momento, ya digo, hemos pasado de una radiografia pálida a la traca de la trilogía Bourne, y en ese parpadeo oscuro, nos han robado la cartera. Corea del Sur es occidental, aquí también volcamos camiones con trailers, vénganse a rodar Misión Imposible 5.

    ¿Qué hace Na? Muestra al expatriado y lo convierte en héroe romántico de acción. Con un par. Héroe impulsivo que en dos horas de metraje burla a toda la policía de la ciudad, a dos mafias paralelas, salta por los tejados cual Águila Roja coreano, y por último, encuentra un final poético por aquello de la necesaria catársis mitológica. Al pobre, al humillado, al hundido, hay que dejarle hablar sobre su pobreza, su humillación, su hundimiento. Y por supuesto, hay que buscar con él un lenguaje cinematográfico propio para que hable, para que cifre su experiencia, su odio, su universo. ¿Hay alguna pincelada sociopolítica, alguna información valiosa, algún análisis de la problemática en Corea? No. Lo más descorazonador es acabar pensando que quizá una cinta como Muere otro día ofrecía -no se lo pierdan- más información sobre el horror y la miseria en el terreno del totalitarismo que la propia The yellow sea. Lo más descorazonador es que el humillado, el hundido, aparece de pronto luchando contra treinta antagonistas con un cuchillo en la mano y sobrevive una, dos, tres veces. Bond, Proletario Bond.

    Dicho esto, me permito una última pincelada. Na, como tantos otros directores contemporáneos -empezando por el último Brad Bird y acabando por los inclasificables clones contemporáneos de Michael Bay- se ha tomado muy en serio aquella estúpida máxima que enunció Tarantino al afirmar que "el buen director de cine es aquel que sabe rodar escenas de acción". No perdamos el norte. El buen director de cine es un creador total, un tipo que no necesita desplomar un coche contra otro para estremecer, un director de orquesta que pelea el significado profundo de cada encuadre. Quizá la cinta de Na ha salido perdiendo porque todavía tengo demasiado frescas las implacables y brutales construcciones narrativas de Guilty of Romance (Shion Sono, 2010, ojalá tenga tiempo de hablar de ella por aquí), pero cuando veo un encuadre de un tipo parapetado tras una puertecita de metal en un barco siendo perseguido por una legión de torpes esbirros anónimos me dan ganas de emitir una burlona carcajada y afirmar: "¿Otra vez? ¡El cine puede llegar mucho más lejos!".

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