25.10.11

Cocaína, Apocalipsis y Pop. Dos discos sobre el fín del mundo


"It´s not the side effects of the cocaine/I´m thinking that it must be love"
(David Bowie, Station to Station)

   Hace cosa de un par de semanas estuve hablando con Raúl Pérez Iparra, amigo y músico, sobre los tránsitos entre cultura pop y cocaína, y ambos coincidimos en la fascinación que nos provocan dos discos apocalípticos y grabados en plena crisis física y existencial de sus creadores: el Station to station de David Bowie y el Antichrist Superstar de Marilyn Manson. Cierto que el embrujo de la dama blanca ha dibujado surcos y surcos que atraviesan a los Beatles, a Lou Reed, a los Depeche Mode o, ya puestos, al techno poligonero de la peor estofa - muchos recordaran el hit drogadicto rompepistas de baile intitulado, con un par, Como la cocaína.

    Curiosamente, ambos trabajos suponen extraños puntos de inflexión para sus intérpretes y sendas visiones sobre el final de los tiempos. Station to Station fue la negación directa del "plastic soul" que Bowie había ensayado en Young americans, y de hecho, se abría con una pieza megalítica y terrorífica de casi diez minutos de duración. También supuso el trampolín directo para la trilogía berlinesa con Brian Eno, un disco rarísimo y fascinante que incorporaba reflexiones inmisericordes sobre los media (TVC15) o la impresionante balada Wild is the wind, quizá una de las cimas desconocidas de la época del duque blanco. En contraposición Antichrist Superstar anticipaba la muerte artística de Manson, que después de su apoteósico canto de cisne futurista -Mechanical Animals- no volvió a levantar cabeza y arrastró la sombra de su personaje en una serie de resurrecciones menores. Entre ambos artistas, sirviendo de puente, la figura de Nine Inch Nails y la banda sonora de Carretera Perdida como el eslabón perdido, la pieza del puzzle que cierra un círculo de tiza caucásico y apocalíptico en el siglo XX. 

    Bowie ha reconocido en múltiples ocasiones que es absolutamente incapaz de recordar ni una de las sesiones de grabación de Station to station. Se encerraba desnudo en su casa norteamericana presa de una anorexia galopante con tintes ocultistas, encendiendo velas, estudiando la Cábala y esnifando sin parar todo lo que sus obedientes y satisfechos camellos le ponían bajo la nariz. Manson, por su parte, tenía ataques de llantos desgarradores en las tomas de Tourniquet que combatía puntualmente por vía nasal. Su hijo nacería en pleno proceso de grabación, pero estaba demasiado colgado como para darse un rulo por el hospital y hacerse las fotos de rigor con su chiquillo. Ambos hombres -ambos genios y avistadores del fuego- sabían que la creación musical les estaba robando la vida, y sin embargo, se ofrecieron en un delirante show autodestructivo a la verdad desnuda del micrófono. No nos pilla de nuevas. El propio Bowie lo dijo al final de Ziggy stardust: el profeta pop sólo puede morir decapitado y fagocitado por sus fans. Es carne pública para el otro, y su música es el festín distópico que alimenta a la masa enferma. Gimme your hands, cause you´re wonderful.

    La cultura popular siempre ha tenido en el apocalipsis uno de los más intensos compañeros de cama. No hay nada más pop que el 1984 de Orwell, ni nada más aterrador que los primeros segundos de Be my baby. Los ingenieros de sonido -Pérez Iparra lo sabe mejor que nadie- siempre andan detrás de un chispazo que le queme los dedos. Son entes extremos, coleccionistas de máscaras. Por eso Bowie/Manson encierran con precisión la fórmula del vacío. Toma dos discos como el Diamond dogs o el propio Mechanical Animals: son trozos que estallan, esquirlas, herederos de una política de la explosión total. So long, Marianne, Leonard Cohen escribió The future y lo dejó completamente claro: Otro Manson -Charles, en este caso- lo había leído con precisión en el álbum blanco de los cuatro de Liverpool. Estábamos en llamas, baby. Seguimos en llamas. El auténtico héroe pop sonríe a las masas en mitad de ciudades en llamas pobladas de extraños habitantes, mirando por ventanas llenas de polvo y rascaduras. 

    Frente a la pertenencia -la permanencia y la pertinencia- de los apóstoles del Apocalipsis Pop, toda esa otra materia adiposa de pseudoproductos culturales de sonrisa estudiada y pose indie de andar por casa. El fracaso sonadísimo de esas dos cantautoras reconvertidas en quiero-ser-un-clon-de-Russian-Red (véase Azahara y Vega) dice las cosas a las claras. El auténtico artista de nuestros tiempos es un artista de la autodestrucción, esto es, de la reinvención, esto es, de la mascarada y la bufonada en el baile del final de los tiempos. 

     Y en estas cosas, por cierto, andamos pensando mientras cae el otoño. 

  

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