1.6.11

Leonard Cohen, Premio Príncipe de Asturias 2011



I.
David Lyon, en la página tres o cuatro de su excelente libro Postmodernidad -título tan seco como un trago de Ron Pálido-, decidió incorporar una cita de The Future, uno de los temas mayores de Leonard Cohen. Nanni Moretti, en el primer fragmento de Caro Diario, incorporó las primeras estrofras de I´m your man. Morente reinventó el First we take Manhattan y aquello sonaba como un Dios de delirio, poesía y flamenco capaz de arrasarlo todo a su paso. Leonard Cohen se filtra por las junturas de la cultura del XX y está en todas partes: en Oliver Stone, en Los Soprano, en las mejores noches de La parada de los monstruos.

II.
Cohen recibe de sí mismo la pertenencia a una carnalidad sagrada que no puede entender casi nadie que no haya soñado con ser un hombre santo o un libertino incorregible. No se lleva bien con las modas ni con las emisoras de radio. Cuenta la leyenda que en su primer concierto sufrió un ataque de pánico y le espetó al público: "¿Acaso no véis que sufro más que nadie de los que está en esta sala?". A juzgar por sus letras, probablemente fuera cierto. Para escribir versos tan ásperos como los de Famous Blue Raincot un tipo tiene que tener una habitación alquilada en los suburbios del mismísimo infierno. Cohen es la pose del poeta, el cigarrillo, la mirada cansada, la lluvia total que arrastra una ciudad de huérfanos y mujeres desquiciadas, alcantarillas por las que se resbala un deseo profundamente peligroso... y, por supuesto, la grieta en la bóveda última del cielo por la que, finalmente, se filtra una luz dorada e incontestable. La luz en Cohen. Siempre soñé con conocer a una mujer que, al cerrar los ojos, fuera comparable con los primeros versos de If it be your will.

III.
En el universo de Cohen siempre me he sentido como en casa porque sus preocupaciones son -a grandes rasgos- las mismas que las mías. De hecho, a veces creo que Cohen sólo tiene tres grandes temas que, por otra parte, son Los-Tres-Grandes-Temas: el Otro, la Mujer y Dios. Es decir, que el universo de Cohen es el Occidente poético que no sobrevivió a los sesenta ni a la resaca beatnick pero que, bueno, en fin, es la mitología de los pequeñoburgueses que nos resistimos a cambiar nuestro Dios-Araña o nuestro orgasmo por una Blackberry o un mueble de Ikea. No me digan que no saben de lo que hablo. Es de esa promesa de multiversos que sueñan a veces, al caer la tarde, cuando se enfría el café en la cocina y las palabras pronunciadas retornan para cortarnos los labios.
It is in love that we are made;
In love we disappear.
Tho’ all the maps of blood and flesh
Are posted on the door
Todo esto valdría para conseguir el Premio Príncipe de Asturias, por supuesto, pero hay algo más. El año pasado, si lo recuerdan, el gran ganador en otra categoría fue el sociólogo Zygmunt Bauman. No piensen que la línea de reflexión no está clara. Cohen ha traducido en música popular lo que Bauman disparó a matar desde la sociología. First we take Manhattan y The Partisan, por poner dos ejemplos, son canciones que nuestro pequeño mundo líquido necesita urgentemente. Holocausto y Modernidad será la canción que Cohen soñaba en sus noches de pesadilla judía. Los textos hablan, y nosotros, gracias a Dios, somos los afortunados testigos de este mundo en el que los avistadores del fuego todavía pueden afinar sus violines mientras, a lo lejos, los Parlamentos arden.

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