23.9.05

Stalker (1979)


La zona

Stalker, 1979 - Tarkovsky, Andrei

La simple idea de acercarme, con un análisis ramplón e inocente, a una de las películas más hermosas, complejas e irrepetibles de la historia del cinematógrafo me parece un atrevimiento casi vergonzante. No es gratuito. "Stalker" es una de esas obras que han conseguido que el séptimo arte haya llegado más lejos en el siglo XX que cualquier otra manifestación artística. Si es cuestión de ser sincero, ninguna otra baza cultural ha tenido (ni por asomo) el mismo relieve e importancia que el cinematógrafo. Ni los "ismos" de la literatura, ni el expresionismo pictórico, ni el teatro de vanguardia. Nada. El arte del siglo XX ha sido el cine, lo que da que pensar en cuanto es síntesis de las demás artes y en cuanto es un arte defragmentado: la unidad mínima de narración (el plano) se articula en torno a un caos narrativo para crear una pieza con mayor o menor sentido.
"Stalker" es, según muchos, la mejor película de su autor. Si me paro a reflexionar sobre el corpus de Tarkovsky, me siento tentado a encontrar dos referentes anteriores que parecen anunciar lo que iba a llegar. Por un lado, el ensayo casi perfecto de "Zérkalo" (1975) y por otro, la reinvención del género espacial con "Solaris" (1972). Y de pronto, como si fuera una articulación lógica, llega "Stalker", que es mucho más que una película de ciencia ficción y mucho más que cualquier ensayo sobre poesía o filosofía publicado a partir de los setenta. No sé, quizá pienso en McLuhan, o en Derrida, o en los semióticos que empezaban a gatear en un estructuralismo limitado. Y luego vuelvo a ver "Stalker" y creo que alguien supo dar en el clavo, que por un momento, alguien pudo llegar a entrever una no-explicación a casi todos los terrores del siglo XX: la catástrofe atómica, la destrucción de Dios, el vacío existencial... Una no-explicación, porque el siglo XX ha sido el siglo de las negaciones: la negación del arte, la negación de la filosofía, la negación del amor, la negación del hombre...
Es imposible llegar hasta el fondo de "Stalker", del mismo modo que es imposible llegar hasta el fondo de "Persona" o de "Ordet". Son obras/pozos sin fondo, obras/sin respuesta (o no-respuesta) que sólo sirven para que la terrible angustia que injertan al espectador acabe por crear (¡increíble paradoja!) un cierto espejismo de calma, una catársis, una puerto al que llegar. Y además, obras respetadas por el tiempo, obras que alguien se ha molestado en mimar y en luchar, contra viento y marea, para que no se olvidaran. Lo digo, principalmente, por el fabuloso tratamiento del sonido que se incorporó a su última versión en DVD, probablemente uno de los mejores 5.1 que he tenido el placer de disfrutar. ¿Cómo puede sonar tan bien una película de 1979? Efectivamente, por lo mismo que suenan tan mal otras de 2005. Otra increíble paradoja.
Enumerar los méritos de "Stalker" es una tarea absurda y sin demasiado sentido. Quizá, el primero que acude a mi mente es la tremenda pasión que invade la obra. PASIÓN. Pasión en la interpretación, pasión por el cine, pasión por el pensamiento, pasión por la música, por la imágen... Tarkovsky parece inundado de una fuerza aterradora al crear esta pieza: mima cada detalle, nos regala una fotografía para quitarse el sombrero, construye un universo tan perfecto que parece mucho más real (y hermoso) que nuestra propia realidad. Real en el sentido de vivo, de auténtico, de brillante. Hay tal pasión en "Stalker" que el espectador es arrollado y atrapado en la telaraña, es encerrado en el corazón de esta espiral/película, consiguiendo algo imposible: Convertir los 160 minutos de duración en una experiencia única, irrepetible, en ningún momento tediosa. Hay películas lentas (la propia "Zérkalo", cualquiera del tan de moda Kim Ki-Duk, todas las del reeditado Angelopoulos) que no se molestan en disimular su propia lentitud, sino que se sazonan de tiempos muertos y encuadres artísticos para intentar marcar una huella autoral (lo que, de entrada, no me parece nada malo). Sin embargo, y aquí está la clave, el universo de "Stalker" no responde a ninguna lentitud cinematográfica. No hay tedio, no hay aburrimiento: hay hipnósis. ¿Por qué? Simplemente porque hay PASIÓN en lo que se cuenta y en cómo se cuenta. Una auténtica pasión cinematográfica, que nada tiene que ver con las mismas pretensiones de Almodóvar y su rídiculo cierre de "La mala educación". ¿Pasión? La pasión entraña, por terminología propia, un sufrimiento teológico. No hay sufrimiento teológico en dos tipos sodomizándose en las salas del 2005. Hay sufrimiento teológico en este "Stalker", hasta unos extremos tan insoportables que rozan la divinidad misma. Hay tormento, y una responsabilidad para con el hombre como pocas veces se observa en la pantalla.
Quizá me queda una duda. ¿Por qué demonios este tipo de películas sólo surgen en el seno de la vieja Europa o en sus países adyacentes? ¿Por qué nunca nos han llegado películas norteamericanas, o islámicas, o quizá incluso asiáticas, que se atrevan a condenar/salvar al hombre y a su religión, que se atrevan a diseccionar la miseria hasta un punto en el que los extremos del cine, la poesía, la filosofía y la verdad se distorsionen y se pierdan? El debate está abierto.
"Stalker" es una película que nos espera, cada noche, con los ojos abiertos.

4 comentarios:

Luis Fernando Areán dijo...

Tienes razón. Tarkovski en general es hipnótico, pero sobre todo en esta película indefinible e inenarrable. Veo que no te has tomado la molestia de intentar describirla narratológicamente, y haces bien. Me has hecho querer volver a verla....

Agustin Acevedo Kanopa dijo...

Y nos dimos cuenta de que realmente no importaba. No importaba si algún día llegábamos a la zona de Stalker, o a aquellos baños italianos que el Tarkovski desterrado creaba como un Dios es supuesto de crear montañas, cuevas y océanos. No impotaba. No importaba siquiera la resignación amarga de creer que aquellos paraísos no eran tan naturales como se los veía y serían desmontados de toda su irrealidad en el mismo momento que culminara la filmación. No importaba. Todo lo que había, todo era aquello detrás de la pantalla, inmortalizado a cuantos REWIND aguantara el pulgar y el control remoto de uno, REWIND, el rumor del agua, REWIND, la lluvia que cae de un techo lejano, incorpóreo, REWIND, el repiquetear de las gotas en las botellas vacías. No importaba cuanto ovejeros alemanes lloraran la muerte de su amo autoinmolado por el fuego, no importaba el hecho de que nunca llegaríamos a la zona, sólo REWIND, la lluvia, el agua, la sangre del mundo, REWIND, el tiempo esculpido como las rocas por las olas, REWIND, y la nostalgia se vuelve anhelo, el dolor se hace sacrificio y la soledad se convierte en hogar.

Anónimo dijo...

sólo leí las primeras palabras... es cierto Tarkovski fue un genio... ni dudarlo... pero creo que desestimas demasiado a la vanguardia de los 20... creo que deberias comenzar a leer. saludos

Anónimo dijo...

...y se nota la influencia del taoísmo y del zen, en el sentido en que, cuando vuelves a ver esta película siempre te dice algo nuevo. Una arriesgada y sincera obra de arte que culmina en una iluminación al estilo más oriental.