17.8.04

El ladrón de bicicletas (Ladri di biciclette, 1948)




Ladri di biciclette, 1948 - Vittorio de Sica

Llueve lentamente sobre la capital. Un poco extraño para una mañana de Agosto.
Asomado a la ventana, con el primer café y el cigarrillo distraídamente colgado de un labio (quién fuera Sam Spade), recuerdo difusamente la vieja calle italiana donde, al caer la noche, un hombre recorría su propia tristeza con una maleta atada.

El ladrón de bicicletas, o cómo aprendimos a llorar sin hacer ruido. En tiempos confusos, tiempos de hambre, tiempos de ese blanco y negro donde apenas nos quedaba la nicotina y la mirada como defensa. Hoy, que los paquetes de tabaco llevan esquela y que las bicicletas se regalan a los niños crueles, hemos olvidado (o casi) la pequeña gran tragedia cotidiana, la tragedia de los días y las noches encerrados en los cafés para matar el hambre.

Nunca he sido un defensor del neorrealismo italiano (como bien decía Mar Marcos, al final el neorrealismo italiano son nueve películas y para de contar), pero me fascina en lo que tiene de grito, en la vocación insoportable que mostraron sus hombres para hacer cine. Las ciudades abiertas de hoy (abiertas en canal y en corazón) no tendrán realizadores de hierro. Lo malo de las guerras, después de todo, es que dan de vivir a muchos pero dan de morir a otros tantos. Nadie nos contará jamás la historia de las guerras de los noventa en blanco y negro, porque la lluvia del fundamentalismo no permitirá que alguien pueda ser tan condenadamente humano.

Llueve sobre la capital.

Casi he terminado ya el primer cigarro de la mañana

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