14.6.15

De las víctimas y el prójimo

Víctimas

01.
    Ando estos días enfrascado en la lectura pausada y muy agradecida de Edith Stein. Hacia el final de su autobiografía inacabada -titulada, muy precisamente, Historia de una familia judía- ocurren algunas erosiones textuales demoledoras. Así, por ejemplo, en la página 524 se encuentra un breve epígrafe (9.4 La buena impresión de M. Heidegger), y apenas diez páginas después, en la 534, finaliza el texto la mañana siguiente a la lectura de su tesis doctoral, dirigida por Husserl.

    Siempre me ha obsesionado el viaje de las compañeras de Stein, carmelitas que se desplazaron a Friburgo para suplicar a Heidegger que intercediera por su antigua compañera cuando todavía quedaba alguna posibilidad de que no fuera fagocitada por las cámaras de gas de Auschwitz. Diez páginas antes de que la muerte le arrebatara la pluma y los recuerdos, Edith Stein recordaba, con extrema amabilidad, a aquel otro filósofo -y no lo olvidemos, político en la etapa del rectorado-, que después de escribir el que quizá sea el gran libro del pensamiento en el siglo XX, Ser y tiempo, no hizo absolutamente nada para salvar una vida humana.

    Me suelen preguntar: "¿Cómo puedes estudiar el Holocausto y, al mismo tiempo, intentar especializarte en la obra de un filósofo nazi?". Todavía no puedo responder a esa pregunta. He leído los libros de Farías con los ojos llenos de vergüenza. He leído los seminarios de Heidegger con los ojos llenos a la vez de admiración y de profundo horror.

    De ahí que, de un tiempo a esta parte, tenga que seguir aferrándome a Edith Stein y a Emmanuel Lévinas para no negar mi propia vocación como aprendiz de filósofo.

02.
    Todos sabemos que el tema del prójimo no interesaba a Heidegger en absoluto. Su rechazo hacia cualquier tipo de pensamiento que implicara una ética filosófica es público y notorio. También sabemos que el gran problema del prójimo es que cada uno elige sus propias causas y, sin el menor problema, traza una línea divisoria entre quiénes deben ser teorizados como Otros (salvables), como Víctimas, y por extensión, como Verdugos. De tal manera, hay algunos Otros que son mucho más Otros que otros, es decir, que merecen mucho más que pensemos sobre ellos, que les tengamos en cuenta en tanto Víctimas.

    La primera idea que surge a partir de esto es que todos los seres humanos -y yo el primero, vaya por delante, en tanto tengo mis propios Otros-, hemos perdido la capacidad misma de tomar la Humanidad como un todo. Esa idea (inmejorablemente formulada en Jn 13: 34-35), nos permite trazar líneas que entrañan diferencias entre muertes, modos de recuerdo y efectos de discurso. La víctima de pronto se convierte en mí victima, y así, queda irremediablemente politizada y definida por mí.

     No hay que irse muy lejos. La famosa disputa por la creación de un Carmelo dentro de Auschwitz -amén de incontables discusiones entre judíos, polacos y cristianos por diversos martirologios y lecturas en torno a lo ocurrido dentro de los campos- es buena prueba de ello. Ponerle un símbolo de copyright a una Cierta Víctima siempre entraña, automáticamente, generar una cierta lectura contemporánea del Prójimo. Hasta el propio Lévinas lo sufrió en sus carnes cuando le preguntaron claramente por su postura en el conflicto entre Israel y Palestina.

     El problema es que siempre hay un Otro. Detrás de cada palabra que escribimos. Detrás de cada decisión política que tomamos estamos generando un cadáver que llega o un sufrimiento que se manifiesta.

03.
    Se habla mucho en estos días de la "nueva política" y de los "nuevos políticos". Se habla mucho de la dignidad, de la ciudadanía, de la necesidad de cambiar las cosas. Yo firmo cada uno de los postulados que nos lleven a expulsar de sus poltronas a tantos descerebrados y malos seres humanos que, muchas veces incluso parapetados tras una coartada religiosa, nos han conducido a un sistema injusto, desigual y humanamente enfermo. Hace unos días, uno de esos jovencillos neo-brokers de centro de estudios económicos decía que "El concepto de igualdad era malo para la economía". Me pregunto cómo se puede llegar a una pobreza de espíritu tan gigantesca como para creer en eso.

    Ahora bien, hay otra pobreza todavía peor. La de aquellos que, parapetados tras las mejores intenciones, seleccionan primorosamente las víctimas para convertirlas en carne electoral o, por el contrario, en abiertos enemigos. Son, por ejemplo, aquellos que utilizan la marca ETA hasta desgastarla, de tal manera que igual resulta que este post es ETA. Son también aquellos que han olvidado que ser político debería ser, ante todo, respetar el inmenso problema del sufrimiento ajeno con la seriedad que exige. Arrojarse al abismo del sufrimiento ajeno para hacer que emerja de él una responsabilidad (social, asumida) definitiva.

    Todo aquel que sufre es el Otro. Aunque sea mi enemigo. Precisamente porque es mi enemigo. Y evitar las connotaciones de esta idea es el primer paso para hacer una política de mierda, una política de la desigualdad, del sobre, una política injusta. Lo difícil, por supuesto, es tener la humildad de pensar que para ser político (y pensador) no se debería nunca despreciar a ningún Otro. Pensar que las heridas del pasado no tienen fecha de caducidad, y que las del presente son merecedoras de una inmensa, sagrada y profunda responsabilidad.

     Por lo demás, en la era de la política-espectáculo los palmeros claman mucho a favor de la libertad (nada que objetar), pero muy poco a favor de la responsabilidad hacia el dolor del Otro. Exigir humildad, coherencia y humanidad a un político -incluso de aquellos que se autodenominan de la "nueva política"- ya suena raro apenas pocas horas después de que tomen el poder. Eso sí, sobre nuestras Víctimas, sobre aquellos que nosotros hemos decidido que son el Otro -los que murieron en nuestra trinchera, los que hemos sacralizado, los colectivos de riesgo a los que afirmamos proteger- exigiremos el respeto, el taconazo, el honor que sin duda merecen en tanto caídos por nosotros. Por nuestras ideas. Por mí, por mí mismo, por mi narcisismo, en definitiva.

    Yo no soy Charlie, ni soy ninguna otra víctima. No puedo serlo. Estoy condenado a seguir vivo, y por lo tanto, a intentar dotar de sensibilidad, razón y responsabilidad a mis actos. Es decir, estoy condenado a fracasar. Pero en lugar de parapetarme en la soberbia, lo único que puedo hacer es pedir el perdón silencioso de los -citemos, precisamente, a Silvio- muertos de mi felicidad.

2 comentarios:

Isabel Mercadé dijo...

No hay más remedio que leer a Heidegger, con admiración y horror, como muy bien dices, pero hay que leerlo. Mi tutor y amigo, Paco Fdez. Buey, recuerdo que cuando en sus seminarios aludía a él lo hacía dando compungidas cabezadas. Era con el único que lo hacía, para a continuación citar con su comedido entusiasmo a Newton, Einstein, Milton o Lévinas :) ... así que claro que un filósofo como tú puede especializarse en el sr. Heidegger.
Me ha gustado muchísimo la entrada.

Unknown dijo...

Muchas gracias, Isabel, me apunto tus palabras.
Es una decisión teórica compleja, pero andamos en eso. Entender a Heidegger es cosa de toda una vida, entender el Holocausto, cosa de otra entera. A ver cómo sale el experimento.
Un abrazo muy fuerte.