Cuando digo que en España no hemos realizado todavía experiencia del trauma puedo querer decir dos cosas. La primera, que todavía no hemos realizado una escritura al respecto, en parte porque el papel de la casta política de ambos bandos ha sido tan repugnante que ha bloqueado cualquier posibilidad de decir algo. La segunda, que ante dicha imposibilidad, la sociedad española ha asumido de manera incomprensible una lógica de la inefabilidad que hiere gravemente a los procesos democráticos. Si el 11M levantó acta de algo, probablemente, fue del fracaso de la democracia española: primer fracaso ante una decisión unilateral de un gobierno que desoyó la voluntad no bélica del pueblo al que decía representar en uno de los espejismos delirantes más terribles que hemos vivido, segundo fracaso ante el esclarecimiento de los hechos -desaparición de pruebas e instrumentalización de las víctimas por ambos lados-, tercer fracaso ante la reestructuración simbólica del trauma. Para la izquierda, el 11M siempre será la escritura de la venganza islámica contra la administración Aznar, para la derecha, el 11M siempre será la escritura de las elecciones injustamente robadas.
Y así, en el medio de los dos temblores, la víctima y la ciudadanía. La ciudadanía anda muy ocupada viendo La que se avecina y pagando los drymartinis del capitalismo, así que no es nuestro problema. La víctima, por su parte -y esto es una de las pocas ideas básicas que realmente he interiorizado después de tantos años estudiando el Holocausto-, nada quiere ni nada exige, porque muy desgastada está ya en el ceremonial de su misma muerte. Bajo el sol de la capital y la sombra grisácea de las torres de Florentino, bajo la efigie borrosa de CR7 o las pisadas de los hipsters que zumban por las tiendas vintage de Fuencarral y bajo mi propio recuerdo de mi ciudad, una ciudad a la que he querido con todas mis fuerzas -siempre seré un exiliado de Madrid, un cuerpo en la diáspora postmo que tanta gente expulsa hacia otras levedades buscándose el pan o la cama-, la víctima lo único que hace es permanecer en la paz perpetua de su ausencia, flotando en el fondo del imaginario colectivo que ni la quiere ni sabe qué hacer con ella. Hubo algún hijodeputa que se alegró cuando lo de los trenes de Madrid, pensando que así los señoritos centralistas tendríamos una experiencia más cercana de la injusticia política, olvidando quizá que los verdaderos señoritos centralistas no se pagan el ticket de cartón del Cercanías sino que tienen el coche privado de papá para hacer parada y fonda en las sucursales del Éxito. La víctima tuvo un rostro, ya olvidado, y posteriormente, un borrado miserable. Otra cosa que he aprendido estudiando el Holocausto: las víctimas de la Historia nunca mueren triunfalmente porque entonces se convierten en mártires, sino que reciben de la muerte ese beso estúpido con sabor a regaliz negro inesperado, beso de posibilidades anuladas. Vuelva usted mañana, comentan las gárgolas fundamentalistas del Eterno Retorno mientras la víctima se marcha hacia un territorio grisáceo que nada sabe de homenajes ni de filosofías.
El 11M generó los únicos segundos buenos de la emisión de Telemadrid: el brevísimo spot con la partitura que Preisner escribió para Azul. La Canción para la Unificación de Europa. A veces pienso que Dios se coló de refilón en la cabina de montaje y creó el spot cuando nadie le veía, nadie creía en Él y nadie le esperaba.
Hoy, diez años después, me pregunto dónde está la filosofía del 11M, por qué nadie la ha escrito y por qué nadie la escribirá nunca. España, pobre imbécil, necesita una Escuela de Francfurt pero le compra los libros a Risto Mejide y piensa que la bendición descenderá sobre sus heridas locales gracias a un chamán de la autoayuda. Está por escribirse el Holocausto y Modernidad del 11M, pero si alguien comenzara a hacerlo, las editoriales entrarían en pánico y probablemente, la ciudadanía acabaría linchado en todas las plazas mayores de todos los pueblos al filósofo de turno. Una vez más, quiero decir. Dejemos. pues, que la pobre España siga celebrando las fallas, descuartizando animales, tomándose el finito del sol triste de la feria, montando su caballo, jurándose odio eterno, suspendiendo oposiciones, enchufando al primo del Alcade, comiéndose el puto pollo de Andreíta.
Dejemos pues, que la pobre España siga siendo pobre. La hemos querido tanto. Diez años después, todavía no hemos conseguido decir nada bueno a propósito de ella.
1 comentario:
Estupendo artículo. Supongo que en esta época de engaños, engañados y gañanes, hay de todo. Gente que de buena fe es intoxicada. Sectarios prestos a pensar que el rival tiene cuernos y rabo.
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