6.1.14

Un temblor de Lubitsch

Lubitsch

01.
    Lubitsch en pantalla grande, esto es, el espejismo del MRI antes del MRI y antes de los pendones al aire de David Bordwell y de los pozos postestructuralistas. Lubitsch tiene la extraña capacidad apenas compartida por unos pocos -Ford, Hawks- de borrar toda la teoría aprendida y convertir sus cintas en un paréntesis en el que la sinrazón externa se ordena, de alguna extraña manera. Es impresionante cómo ciertos directores consiguen ordenar de manera tan aparentemente ingenua lo real. Uno ya se sabe todos los trucos -para algo es hijo de la postmodernidad-, los resortes de cada personaje y el lugar concreto de cada punto de giro de guión y, pese a todo, el espejismo cinematográfico se despliega. Algún día deberíamos pensar en cómo hemos podido sobrevivir a Bordwell, a Kristeva y al resto de la tropa sin prender fuego a las filmotecas. Después de todo, quién puede seguir creyendo en Lubitsch.

02.
    Los estudiosos del Holocausto, por ejemplo, llevan dándole vueltas a Ser o no ser desde hace casi cinco décadas, y apenas consiguen generar algo realmente valioso. Algo parecido se podría decir con respecto a Ninotchka, que es una cinta maravillosa en la que no hay más que angustia por todos lados: angustia ideológica, angustia sexual, angustia histórica. "Garbo Laughs", afirma el eslógan, y sin embargo, qué terrible sensación de horror la primera vez que la hermosísima mujer comienza a carcajearse en el restaurante, qué incomodidad, qué sensación de vacío en el pecho. La risa de Ninotchka es el deshielo de todos los dormitorios capitalistas, como la caja registradora de El bazar de las sorpresas es el medidor del pánico que esconden las compras en estos días, me llena de orgullo y satisfacción

Garbo Laughs
   
 ¿De qué se ríe Ninotchka? Sin duda, de un hombre que cae. De un hombre que no ha podido hacer nada con su palabra -el protagonista intenta contarle chistes, anécdotas-, y entonces queda claro que Ninotchka es la madre de todas las histéricas de izquierdas, su risa emerge de La Salpetriere y -de nuevo en París- se posa sobre los labios de esa mujer hermosísima. Lo sabemos desde la Augustine de Charcot: no hay belleza más grande que la de las histéricas.

    O al menos, eso creemos Lubitsch y yo.

03.
    El saqueo constante al que los grandes estudios han sometido a la herencia de Lubitsch intentando generar contorsionismos mediante remakes y pseudoversiones insostenibles de sus clásicos sólo demuestra una cifra capital de nuestro sistema contemporáneo: hemos olvidado cómo rodar la angustia/el amor sin caer en el vacío más bochornoso. Lubitsch creaba esos sujetos rotos, destrozados, tan locos como Ninotchka, y sin embargo, podía redimirlos frente a la cámara. El famoso "toque Lubitsch" -esa idea de esconder tras las puertas un polvo o un asesinato- no es sino la generación dentro del texto de un espacio vacío en el que la angustia queda controlada, ausente, en sordina. Ahora queremos mostrarlo todo, la cabeza decapitada de Ned Stark, los planos explícitos de Nymphomaniac, ahora podemos mostrarlo todo y por eso el amor en la pantalla ha quedado reducido a un caramelo repugnante que succionan maripepis, adolescentes y señoritas bien en las minisalas mientras sus novios miran los resultados de los partidos del domingo en as.com. 
    
Hemos ganado la mostración. 
  
Ergo, nos hemos arrancado los ojos.

1 comentario:

Javier Castellote dijo...

Gracias Aarón por este texto, de verdad.

Un fuerte abrazo.