[Por supuesto, contiene detalles de la trama de, al menos dos series: Homeland y Juego de Tronos]
01.
Cuando hace ya unos cuantos años se comenzó a hablar del resurgimiento televisivo, de la enésima edad dorada y de la muerte de ese artefacto obsoleto que llamaban cine surgieron todo tipo de extrañísimos fenómenos: repentinos expertos en la narrativa televisiva que poblaban los congresos sin haberse leído siquiera a Aristóteles, escritores de libros de mercadillo que realizaban sonrojantes análisis de más de trescientas páginas con muchas fotos, incluso imberbes bienintencionados -no hay raza peor- que sentenciaban: "Yo ya no voy al cine. El cine de verdad ahora se hace en la televisión".
Y bien, el cine de verdad.
Que hay gente en España que escribe muy bien sobre series y que se ha molestado en conocerlas minuciosamente es algo que está fuera de toda duda. Que de pronto se empezó a mercadear intelectualmente en los Starbucks de los barrios cool sobre The Wire como en los setenta se había mercadeado sobre Ingmar Bergman, también. El problema no es tanto qué se espera de una serie, sino cómo es el arma más precisa de entretenimiento dentro de la fragmentación del tiempo que impone el sistema capitalista, o en otras palabras, esos 45 minutos diarios que le deja respirar su trabajo de mierda -si lo tiene- dándole la falsa impresión de que está disfrutando de un producto cultural de calidad.
¿Qué es el capitalismo? Tiempo escindido, sexualidad explícita que siempre es una promesa nunca consumada, violencia controlada en los límites de lo decible. ¿Qué es la HBO? Les dejo responder a ustedes mismos.
Y no quiero decir con esto que me oponga, cual académico old school, a los nuevos lenguajes audiovisuales: sigo enamorado de Evangeline Lilly y lloré como un animal en el último episodio de Lost, pienso que el mundo es un lugar peor desde que no me llegan noticias de los suburbios de Baltimore a través de Jimmy McNulty, cada día le pongo unos cirios a los dioses viejos y a los nuevos para que comience de una vez la nueva temporada de Juego de Tronos. El problema es, por supuesto, el tic, el manierismo, el agotamiento del gesto.
02.
La incomprensible última temporada de Lost -a excepción, como dije en su momento, del capítulo final-, el fracaso estrepitoso de Dexter -con dos temporadas finales de juzgado de guardia-, toda la primera temporada de Motel Bates o el tremebundo cierre de la tercera temporada de Homeland son sólo temores y temblores que ponen de manifiesto hasta qué punto los guionistas de series -esos Nuevos Dioses Narrativos ante los que todo el mundo se arrodilla- pueden destruir un potentísimo relato cuando el capital les realiza una proctología. El caso concreto de Homeland ha sido tan brusco e incomprensible que sólo se puede explicar como un capricho tontipavo de Claire Danes, protagonista y productora, cansada quizá de que el bueno de Brody le quitara minutos de mohín y gesto esquizofrénico en prime time.
Sin embargo, es necesario llegar al fondo de la cuestión desde una metodología maoísta: ¿Contra quién muere Brody? Sin duda, contra el espectador y contra todas las tramas generadas a su alrededor. Homeland se ha basado en una lógica destructiva desde el primer minuto: demoler a la protagonista (temporada 1), demoler la CIA (temporada 2), demoler a Brody (temporada 3). Se cierra un triángulo de cuerpos heridos que proyectaba su sombra sobre el intento de suicidio de Dana, magistralmente recogido en una elipsis entre temporadas, suceso capital malgastado al ser convertido en una suerte de road movie adolescente. ¿Por qué matar a Brody precisamente ahora? Precisamente, one more time, porque hay que matar al Padre a cualquier precio. El Padre Real está tan loco como su hija y es un secundario gracioso. El Padre Simbólico (Saul) es expulsado por fuerzas oscuras y se vende al capital sin pelear apenas su puesto. Brody -el Padre que llega, el Padre inminente, a decir del Predictor- muere ahorcado en un espectáculo público, esto es, para el goce general de las masas. Todo lo que se había construido en la primera temporada -y de lo que hablé por aquí- de pronto se ha desvanecido en el aire.
Sólo hay una verdad en todo este dislate. Es normal que ante tanto Padre muerto o imbécil, Carrie entre en pánico.
El espectador con dos dedos de frente no pondrá semejante cara de horror, pero sin duda podrá realizar un acto más que coherente: no ver la cuarta temporada.
03.
La estrategia para borrar a Brody del tapiz de la serie ha sido simplemente pueril: exiliarle a una esquina de la narrativa, dejarle apenas unos minutos, unas migajas de ese tiempo capitalista, para borrarle como ser humano. Hablando claro: al espectador, allá por el capítulo seis, le importa ya un bledo si Brody es yonqui, dj en la ruta del Bakalao, performer en Camboya o tertuliano en 13TV. Brody es erosionado del guión, presente únicamente por su hijo nonato y reivindicado en una lucha quijotesca por parte de Carrie que nadie termina de creer -¿cuál es el deseo, por cierto, de Carrie? ¿Un padre para su hijo, el propio Brody, la cordura, o simplemente, como demostró en la primera temporada, llevar razón y punto pelota?
Dicho con otras palabras: los guionistas han querido hacer un Juego de Tronos, pero les ha salido el tiro por la culata. Los paralelismos entre las ejecuciones de Ned Stark y de Nicholas Brody dan pura vergüenza ajena: asesinato público ante los ojos de un ser querido, en tierra extranjera y bajo un régimen dictatorial terrible. La diferencia, sin embargo, es clave: mientras que en Juego de Tronos los mecanismos empáticos y de relato con Ned tienen lugar desde el primer minuto, en Homeland se nos exige que nos sentamos arrebatados por la injusticia en apenas cien minutos de metraje (episodios 10/11). Arya no quiere ver morir a su padre Stark, pero Dana le exige, casi literalmente, que muera.
Y hay, por lo demás, un último detalle:
¿Cómo que Cuatro meses después? ¿Recuerdan ustedes alguna elipsis más cobarde en la historia de la televisión? Antes bien, habría que plantearse por qué los guionistas no han llegado al fondo de la cuestión: el proceso de duelo de Carrie, su desplome, su angustia. Lo realmente interesante, lo que hubiera sido la cuarta temporada de Homeland hubiera sido el llegar de Carrie al hotel, su salida del país, sus lágrimas, su humanidad, el sabor de la tragedia. No hay nada trágico, ustedes lo han visto. Cuatro meses después, lo único que queda es una asepsia lejana hacia Brody que sutura el Capital -Carrie, después de todo, asciende en la CIA, tiene más poder y más dinero, "es lo que mereces", le llega a decir Saul-, y por supuesto, al espectador no se le da espacio para ningún luto, para ningún duelo ni para ninguna melancolía.
2 comentarios:
¡Llevas toda la razón! Da mucha rabia cuando se desaprovecha una història y una vida como la de Carrie.Además, jode porque te agrian el buen sabor de boca de las dos primeras temporadas y te dejan una sensación de impotencia que debería ser denunciable.
Enhorabuena. Te ha salido un post para enmarcar. Espero la segunda parte aunque para mí ya es un texto redondo que ni decir tiene suscribo punto por punto. Recuerdo leer comentarios al tercer o cuarto episodio. El público preguntándose, preguntándonos, a qué estaban jugando con el personaje de Brody. Por desgracia se cumplieron las más oscuras elucubraciones de más de uno.
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