21.8.13

Agosto en llamas #01: "After porn ends" o la pornografía (emocional)

After porn ends

    El mundillo de la crítica pornográfica pareció mostrar ciertos síntomas de excitación ante el lanzamiento de After porn ends, enésima relectura plañidera del mito de la autodestrucción de la pornstar. La pornografía, amigos, crea extraños compañeros de cama y de gang bang, por lo que resulta sintomático cómo a lo largo de una hora y media larga -un cuarto de lo que duran las mejores epopeyas de Jay Sin-, desfilan frente a la cámara los tópicos habituales en los discursos ultraconservadores: el porno humilla a la mujer (feminismo), el porno destroza el espíritu (cristianismo), el porno impide la formación de una familia, el porno conduce a las drogas, el porno te hace peor persona...

    La cosa viene de lejos, quizá de ese repugnante panfleto titulado Ordeal que firmó Linda Lovelace tras ver la luz y convertirse en la Hija Pródiga del feminismo totalitario y castrante de Dworkin y sus discípulas. El hecho de que la Dworkin y su cuchipanda traicionaran posteriormente a Lovelace cuando ya no les sirvió para sus intereses económicos e ideológicos sigue siendo un tema tabú que se trata, muy de refilón, en el excelente documental Inside Deep Throat

    Pues bien, After porn ends puede ser entendido como la continuación lógica de Ordeal, con la diferencia de que aquí la gramática audiovisual ayuda en sus tácticas manipuladoras para generar ese efecto tan exquisito que es la manipulación del espectador mediante la culpa y la emoción. Tomemos como ejemplo los dos siguientes planos:

Raylene

Asia Carrera

    En ellos, las actrices Raylene y Asia Carrera comparecen, en un violentísimo primer plano que da cuenta de sus lágrimas, lógicamente acompañados del tradicional piano "emocional" de fondo. La primera pregunta que deberíamos formularnos es: ¿Acaso funcionan estos planos, en esencia, de manera diferente a cómo funcionaban en la producciones pornográficas que protagonizaron? De ninguna manera. La lógica del dispositivo pornográfico es, contra lo que sus detractores afirman, exquisitamente sincera: mostrar directamente aquello que puede generar un impacto sensorial mayor en el espectador. En After porn ends, las lágrimas de las actrices funcionan como disparadores también de una emoción: la culpa, el descubrimiento de su hipotética humanidad, la restitución de su dignidad como personas.

    Nada más lejos de la verdad. Si llegamos al núcleo del discurso, sería tan descabellado como ver llorar a Christian Bale porque la gente le llama Batman por la calle. Las actrices afirman que su actuación es simulación, pero a su vez, entregan a la cámara por exceso lo que no podían darle por defecto en las producciones X: su verdadera intimidad, su ser privado, su angustia. El plano de Raylene, tartamudeando que su hijo es lo mejor que le ha pasado en la vida, es mucho más desagradable y perverso que cualquier plano pornográfico que podamos imaginar.

     Hay una norma básica en el cine postmoderno: toda imagen remite a otra imagen realizada con anterioridad. Entabla un diálogo con ella, la niega, la afirma, se apropia de su contenido significante. Ahora bien, detrás de los rostros que lloran o que cuentan sus tristes vidas en After porn ends también hay otras imágenes: sus penetraciones, su gesto de satisfacción, su exigencia, pongamos por caso, del money shot. Y lo único que da sabor al tormento de su contemplación es, no nos engañemos, el goce morboso de saber que ese mismo rostro ha sido retratado en plena fascinación eyaculatoria. Les propongo, pongamos por caso, un simple ejercicio: ¿Verían ustedes un documental de una hora y media sobre antiguas operadoras de Telefónica que lloran porque se han dado al alcoholismo, sus maridos las han abandonado, tienen cáncer o se han arruinado? La respuesta parece evidente: probablemente no. After porn ends no sólo funciona igual, sino que a nivel de significación es incluso peor que cualquier cinta XXX.

    Por último, hay un pequeño dato que no deberíamos olvidar. La pornografía se lleva muy mal con los totalitarismos precisamente porque es un ejercicio apasionante a la hora de defender la libertad del sujeto. Los lloros y quebrantos de After porn ends siempre apuntan hacia el mismo lugar: era joven, era inexperta, necesitaba dinero, había tenido una infancia triste... No hace falta leer a Foucault para saberlo, aunque su primer tomo de la Historia de la Sexualidad daba en el puñetero clavo: cuidado con las palabras que hablan de sexo, y de cómo el poder quiere apropiarse del sexo mediante las palabras. El viejo canto de sirena arrepentida emitido por Lovelace es, ante todo, político. Ahora bien, el documental pasa de puntillas por la facilidad con la que manejaban el dinero, la cantidad de posibilidades económicas que tuvieron, o, en el límite y como una actriz misma afirma: "Yo ganaba en dos días trabajando pocas horas infinitamente más de lo que gana una persona que trabaja cuarenta horas a la semana". El porno es una cuestión económica, y la libertad del sujeto gira alrededor no únicamente de las decisiones que toma, sino de la coherencia con la que es capaz de encarar y asumir las consecuencias de esas decisiones, especialmente a largo plazo. Defender lo contrario es volver a una óptica infantil y absurda de protección que, resulta obvio, es contraproducente incluso para la propias actrices: elegir un trabajo es también elegir una dignidad. Respetaba infinitamente más a Asia Carrera por su maravillosa labor en los últimos años del VHS que por haber empañado con su inmundicia emocional el monitor de mi ordenador. Si no garantizamos la libertad total del sujeto para elegirse, ¿cómo le vamos a pedir responsabilidades por nada? Y, en otra dirección, ¿cómo vamos a prosperar hacia lo humano si no exigimos responsabilidades a los demás por sus decisiones?

    Aunque no lo crean, el porno responde a estas y a otras muy interesantes cuestiones. La pornografía emocional políticamente manipulada, a la contra, nos impide pensar con claridad.

PS: Y aquí lanzo otras preguntas al aire: ¿Por qué los actores que son entrevistados en la cinta dan una visión tan diferente de los hechos, a no ser que para generar una lectura obvia: el porno hace daño a las mujeres y no a los hombres, que lo disfrutan? ¿Por qué en la cinta no hay apenas datos de su ficha técnica? ¿Quién la ha pagado? ¿Por qué no se ha distribuido más que por internet, ni tiene ventas oficiales? ¿Alguien invierte años en rodar un documental y no quiere sacar dinero ni prestigio a cambio? ¿Qué organismos hay detrás de esos testimonios? ¿Por qué hay un desfase de años entre que se grabaron las entrevistas y se distribuyó...?   

2 comentarios:

Cavaleante dijo...

Bueno, es interesante lo que dices, pero a veces patinas. por ejemplo, la comparación con C. Bale y Batman no es acertada porque el porno y batman juegan roles/funciones diferentes. Al menos hay que buscar esta difernecia o argumentar la similitud (nevertheless la sugerencia es interesante)

Tampoco me parece acertado el final con esas preguntas fucauldianas de archivo para examinar el porno, algo así como llevar la tuneladora del metro de madrid a londres, helsinki o sydney, que es algo que se hace, pero que se podría esperar otra cosa en esta critica de la cultura (quizás un poco más original que repetir el mismo esquema de preguntas como haciendo brotar champiñonees en el monte.. y en el desierto).

en todo caso una sugerencia interesante

Ethos dijo...

El conocimiento comienza haciendo preguntas. Si se pregunta será porque el documental no le explica. Y si, según usted, son preguntas de archivo, tanto peor para la cinta que ni siquiera se molesta en contestar lo obvio.

De acuerdo en todo. Aunque tanta referencia a Foucault ya me está empezando a revolver los intestinos. Parece que el francés fuera el primer pensador de la historia, joder.