25.7.13

Apuntes sobre el "Auschwitz" de Uwe Boll

Uwe Boll

Uwe Boll

01.
    Uwe Boll rueda una cinta que no se pretende documental ni ficción, sino síntoma.

    Síntoma dicho así, como un disparo, sin la menor piedad. Síntoma de su propio estilo cinematográfico -Boll no deja de ser un auteur en la mejor tradición cahierista, pese a quien pese-, pero síntoma también de su identidad alemana y de la incapacidad para generar un relato que conecte la culpa, el prestigio y el perdón. Ya se sabe -todos hemos tenido amigos que lo hacían- que llorar de cara a la galería no sólo garantiza una empatía pueril e inmediata, sino que además ofrece una pátina de impostada responsabilidad. El mea culpa, al caer la tarde, es muy compatible con la lógica pequeñoburguesa de Occidente.

    Ahora bien, su Auschwitz es una pieza que puede ser entendida también como brújula y como afortunada acumulación de errores. No tanto en lo referente a los límites de la representación -Boll demuestra por exceso que la cámara de cine se puede introducir en la cámara de gas, si bien sus decisiones formales son poco inspiradas-, como en lo que tiene que ver con la responsabilidad histórica de la escritura sobre el Holocausto. Únicamente por esos dos vectores -la reflexión sobre la culpa y la torsión de la historia- su Auschwitz debería ser tomado en consideración.

02.
    En la última habitación de Yad Vashem encontré proyectada una cita de Jean Amery que decía algo así como que el lenguaje debía detenerse allí donde se manifestaba el extremo más radical de la realidad. Nuestro director intenta demostrar que Amery se equivocaba -idea, por cierto, que comparto con Herr Doctor Boll, como le llaman sus seguidores-, y tiene los suficientes arrestos como para no dejarlo en una simple declaración de intenciones, sino para intentar llevarlo a la praxis. Boll se cuela de refilón en el debate entre Lanzmann y Didi-Huberman, pero perfumado de una cierta pose punk en la que queda claro que le importa un bledo lo que piense el resto del mundo.

   Y eso, debo confesarlo, me llena de respeto. Sobre todo a la hora de hablar del Holocausto. A la contra de muchos de mis contemporáneos, pienso que si hay un territorio en el que el artista o el ensayista debe equivocarse formalmente para intentar llegar más lejos, ese es precisamente el Holocausto. Y repito: formalmente, pero no en el compromiso con el tema, esto es, con la Historia.

03.
    La parte central de la cinta de Boll -la referente al proceso de exterminio-, tiene una gran virtud y dos tremendos errores.

    La virtud tiene que ver con la propia negación inicial de cualquier narrativa. Durante más de veinte minutos, la cámara y el montaje saltan de un personaje a otro bloqueando cualquier tipo de identificación. Las imágenes están construidas con una suerte de pathos borroso, grisáceo, a medio camino entre el vídeo casero y la pieza amateur de videoarte. En cierto sentido, esa fealdad en la enunciación le otorga a la cinta una especie de feísmo torpe que, de puro abstracto, acaba por resultar interesante. Boll se introduce, probablemente sin buscarlo, en una especie de zona gris enunciativa en la que los movimientos, las líneas de composición del encuadre y la torpe corrección de color tienen una suerte de interés confuso, una especie de indefinición desapasionada que le otorga una réplica nueva tanto a la demoledora potencia emocional de, pongamos por caso, La lista de Schindler.
Uwe Boll


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    El primer error es, lamentablemente, la falta de cualquier tipo de rigor histórico. Boll comienza mal introduciendo en la película imágenes de archivo en color que no corresponden a Auschwitz, sino probablemente, a Buchenwald o a Dachau.

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 Las imágenes de Auschwitz rodadas por los operadores rusos no sólo fueron tomadas en blanco y negro con otro modelo de cámara, sino que además fueron inmisericordemente manipuladas por las autoridades soviéticas y resultan, a la contra, mucho menos impactantes que las de los campos aliados. A partir de este punto, intenté hacer una reconstrucción mental para ver en qué momento concreto de la historia del campo insertó Boll la narración. Objetivo imposible: los pocos datos ofrecidos no coinciden en el tiempo. Por un lado, no hay rampa en Birkenau, sino que las víctimas descienden en un paraje que recuerda remotamente a la Judenramp, lo que nos lleva -por la climatología de las imágenes- a pensar que están localizadas, como muy tarde, en Otoño de 1943. Sin embargo, los soldados alemanes hablan de la cercanía de los soldados rusos, y se quejan del mal funcionamiento de ciertos hornos. Boll podría haber intentado ubicar su narración en algún momento de las deportaciones finales húngaras, antes del levantamiento de los Sonderkommandos -cuyas funciones, por cierto, tampoco están correctamente retratadas en la cinta-, pero entonces ya estaríamos hablando de principios del otoño de 1944, con lo que podemos entender por qué se niega a realizar ningún tipo de conexión directa con Birkenau. Básicamente, este tipo de errores hacen que lo que el propio Boll propone en el prólogo como una película comprometida con la obligación de decir la verdad se caiga a pedazos.
   
El segundo error es, por supuesto, la torpe humanización de los verdugos. Boll no pone palabra alguna en las víctimas, pero los alemanes que trabajan en las cámaras de gas se pretenden personajes tridimensionales, complejos, atormentados. Al final, las escenas de Auschwitz no hablan tanto de los difuntos, sino de sus verdugos. Y lo hacen, por supuesto, con las herramientas habituales: familia, codicia, culpa, arrepentimiento. Ni siquiera son los hombres grises de Browning.

04.
    Siempre me han interesado las cintas que, contra sus limitaciones, intentan decir algo. Probablemente, Auschwitz sólo significa para Boll una excusa narrativa con la que intentar llamar la atención en su intensa carrera de enfant terrible. Sin embargo, eso no evita que en ocasiones acierte de refilón en el blanco, o que muestre precisamente las carencias de los tics de nuestro modo de representación a la hora de enfrentarse al Holocausto.

    Y aquí me permito el lujo de cerrar con una pregunta en la que podrían encontrarse algunas pistas interesantes: ¿Por qué un tipo especialista en adaptar videojuegos decide, de pronto, hablar sobre el Holocausto? Prometo darle unas vueltas.

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