Siempre que viajo a otros países procuro ver las filmotecas y los cementerios. Ambos espacios forman parte de mi constelación sagrada y, por lo demás, no suelen estar atestados de turistas histéricos subiendo sus fotos en tiempo real a las redes sociales. Israel me ha enseñado a odiar la fotografía, ese talibanismo triste de la inscripción en pixel, y creo que hay algo insano, algo como de quiste social, en eso de proteger al ojo del espacio real tras un código alfanumérico. El turista no puede ser invadido por Israel porque el lugar del espíritu lo ocupa ahora una lente, y así no se puede.
La cineteca de Tel Aviv tiene cafetería, aire acondicionado, una biblioteca modesta pero coqueta y largos pasillos de moqueta roja en la que alguien ha bordado citas cinematográficas. No cierra en Sabbath, y por eso nos acoge como una madre laica a los que no creemos o a los que no tenemos familia ni cuerpo alguno que santificar. Ahora andan liados con un ciclo de Luis Buñuel, con lo que de pronto se nos aparece un Israel maño, una diáspora aragonesa, y uno está como en casa, esto es, como en una filmoteca o en un cementerio.
Tel Aviv es como su filmoteca: la inscripción del vértigo del neoliberalismo en el desierto. Las casas de la modernidad perdida de dos alturas se deslizan bajo el bostezo vertical de los rascacielos, y las calles están infectadas de cuerpos jóvenes y casi perfectos que no sospechan que tendrán que envejecer algún día. Me dicen los contactos que la crisis está llegando a Tel Aviv, pero no creo que este anuncio de Colgate tridimensional pueda pagar deuda alguna. Aquí las nínfulas beben Tuborg de botella a un precio excesivo y miran con desconfianza a los extranjeros tristes que quieren compartir con ellas cama y desayuno. Esto es, filmoteca y cementerio. Los futuros maridos de las nínfulas -porque se casarán, Dios los perdone, y tendrán muchos hijos- vuelven del ejército y producen, titanes capitalistas, torneados y hercúleos tiburones. La poesía en Tel Aviv es un tatuaje en el hombro de una doble de Shannyn Sosamon -cadáver de nuestro deseo perdido, pero esa es otra historia-, o el gesto de sujetar un subfusil y no decir nada, no decir siquiera una puta palabra. Yo creo que en Tel Aviv la peña folla mucho pero se quiere muy poco. Romántico que es uno, que querría matrimonio y viudedad con la nínfula/Sosamon pero se irá del país sin lo uno y sin lo otro.
Por lo demás, la carencia y el corazón se deslizan por las azoteas y en la cineteca programan a Buñuel, manda cojones, sales de España para acabar en una sesión de noche que resuena a tambores de Calanda, a incienso y a incertidumbre. No sales. España la llevas dentro y tu alma de Bárcenas no interesa gran cosa a las desconocidas. Por eso este país sobrevivirá mientras el nuestro acaba convertido en un museo, una terracita y una sacristía. Y si no, al tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario