13.7.13
Apuntes desde Israel #03 . Yad Vashem
Pienso quién soy en Yad Vashem. Pienso en los pasos recorridos y las páginas leídas y la peregrinación constante hacia el mismo territorio -grado cero de la escritura- como por ejemplo aquella mañana hace siete años -siete años es menos tiempo del que atraviesa el 39 y el 45-, en el que viajaba en un vagón barato con destino a Auschwitz leyendo "Aquellos hombres grises" de Browning y pensaba que iba a conquistar la Shoah, pensaba "Puedo lograrlo", pensaba "Estoy cerca, tan sólo me quedan mil, dos mil páginas", pensaba "Tengo una metodología" y pensaba en que por el camino aprendería a escribir como Imré Kertesz y pensaba que aprendería a compartir la Shoah dentro del aula y pensaba en que quería dedicar mi vida a estudiar lo ocurrido en los campos, dedicar todas las semanas, generar una Torah y sentarme en el banco de una sinagoga deshabitada, semana tras semana tras semana, y luego quizá ya con el tiempo aprendí que la Shoah era un peregrinaje, un viaje, una roadmovie en la que me había desplomado y recé en la capilla de Mauthaussen -hoy puedo confesarlo- y abracé a Santa Juana de los Mataderos en el pabellón seis de Auschwitz I y seguí leyendo "El libro Negro" hasta que las páginas me taladraron los dedos y la cabeza y el tiempo pasaba pero no había ni explicación, ni forma humana, ni lenguaje para decir lo que hay que decir, pero qué hay que decir para explicar quién soy en Yad Vashem, un hombre que mira un monitor en el que los disparos de las Einsatzgruppen con los mismos ojos con los que ha mirado a un Schindler imaginado pronunciar: "Ustedes pueden irse a casa como hombres, o regresar como asesinos", con los mismos ojos con los que ha mirado el gesto de desesperación de Jan Karski o con los mismos ojos con los que he recorrido libros y libros y libros y así mientras mis contemporáneos se hacen más sabios y leen a Ranciere o a Didi-Huberman yo sigo atado en los campos, y quizá durante una temporada cambio de idea y leo algo de filosofía por intentar ser más sabio -el último intento fue Heidegger, pero a mi qué me importa en el fondo la diferencia entre el ser y el ente, a quién coño le importó la diferencia entre el ser y el ente en esa capilla de Mauthaussen en la que recé, pero no arrodillado, recé de pie como volvería a rezar -o algo parecido- frente al muro de los lamentos en el que un ultraortodoxo me miró a los ojos -los ojos con los que había mirado "La llave de Sarah"- y me dijo, simple y llanamente: "Sabes la verdad pero no quieres aceptarla". Piénsalo: un ultraortodoxo te habla frente al muro de los lamentos mirándote a los ojos y quizá sabe que esos ojos han mirado detenidamente todos los fotogramas tomados por los operadores rusos durante la liberación de Auschwitz, realizando precisas tablas de minutaje y precisos análsis textuales, y quizá ahora pienso que tendría que haber respondido a aquel tipo: "Claro que conozco la verdad, pero no sé cómo escribirla, no sé cómo escribirla", y no sé cómo escribirla, pero miro los objetos apilados en las vitrinas de Yad Vashem y escucho hablar a los profesores de Yad Vashem y titubeo ante la puerta del Museo Yad Vashem porque el peregrinaje sigue adelante, no sé si te conté que subí en silencio los peldaños de la cantera de Mauthaussen o que crucé en silencio el campo de Birkenau o que atravesé en silencio el mar de rostros de metal del museo judío de Berlín o que permanecí en silencio en el interior de la cámara de gas, o que acompañé en silencio a los fantasmas de las marchas de la muerte a las afueras de Oranienburg, y pienso en la peregrinación, el acto mismo de peregrinar que antes era ir al encuentro de Dios pero ahora es, en mi caso, ir al encuentro del ángel de la historia de Benjamin, pienso quién soy en Yad Vashem, pienso si esto es un hombre, pienso quien salva una vida salva al mundo entero, pienso más allá de los márgenes de esta lista se abre el abismo, pienso en los primeros compases del "Like Horses" de Syd Matters, pienso en que estudiar la Shoah es un acto de silencio y de soledad, pero también es en cierta manera el sentido de una vida y pienso en la extraña sonrisa de ese rostro infantil de "El judío eterno" que me ha venido atormentando -¿cómo se llama? No tiene nombre y en Yad Vashem quizá no lo han encontrado todavía- y así atravieso cada sala, aunque los objetos y las fechas y los expositores no tienen sentido sino que son páginas arrancadas de todos los libros que leo, libros con dientes afilados a los que he acudido con desesperación porque son mis libros de oraciones, mi Ley, mi Torá, y se hace tarde, hay que salir del museo y en la última balconada cae el sol sobre Israel y estoy atravesado de esa verdad que el ultraortodoxo ya sabe que conozco, y en el contraste del sol hay una familia judía compuesta por cinco miembros, uno de los cuales es un adolescente en silla de ruedas que respira con dificultad aferrado a una máquina que emite un ruido extraño, como de fuelle oxidado, y también hay una niña de apenas seis meses, y me piden en inglés que les lance una foto, una foto en la salida de Yad Vashem mientras el último sol de Julio se desliza dulcemente sobre Jerusalem, y miro por la mirilla de la cámara, coloco mi ojo frente al hueco de la mirilla de la cámara y no puedo enfocar, tengo una lágrima enquistada, no puedo generar una imágen. Ni siquiera allí. No puedo generar una imágen.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario