01.
Tenemos derecho a esperarlo casi todo de Rob Zombie.
Tenemos derecho a esperar que tenga valor, que nos haga aullar de pánico y de dolor, que sus películas comiencen precisamente allí donde terminan las de Malick, que construya paisajes extraños, que nos vomite nuestra propia Historia del Cine, que nos haga temblar, que sea más importante que toda esa tonelada de nombres escritos en los libros que nos leímos en la Facultad, la Historia del Cine de Gubern, la Histeria del Cine de Méndez Leite, la Pústula del Cine, pero mira, aquí en mi interior, si te asomas, podrás ver a Rob Zombie prendiéndole fuego a Candilejas, prendiéndole fuego a ¡Qué bello es vivir!, prendiéndole fuego a la filmografía de Ozu, prendiéndole fuego a Diario de un cura rural, Rob Zombie prendiéndole fuego a todas las obligaciones, todas las deudas, mirando la pantalla con ojos vacíos y pensando: "¿Por qué coño no me emocionas, Bresson, sacrosanto Bresson, por qué me repugnas, Chaplin, sacrosanto Chaplin, por qué coño me aburres Kiarostami, adorado Kiarostami?", y ahí entra Rob Zombie, y hace sus cosas, cosas intensas como esa sensación de naufragio y éxtasis la primera vez que me derrumbé sobre Los renegados del diablo y tuve que contener un gesto de triunfo orgiástico, contener las ganas patear los deuvedés que regalaban con los periódicos, y los packs de oferta de la Fnac, y salir a la calle con el coche a toda velocidad atronando con el Free Bird de Lynryd Skynyrd.
Es mi topografía del cine. Creo que moriré antes de volver a ver Al azar, Baltasar, pero los créditos de La casa de los mil cadáveres me acompañarán toda la vida.
02.
He esperado The lords of Salem con la cautela precisa. No quería cortarme los dedos pero intuía el filo, el salto mortal, la mueca burlona. A ciertas cintas hay que dejarles un hueco. Quizá si To the wonder no me hubiera provocado tal repugnancia, quizá si no hubiera pensado siempre que el día que me autodestruyera contra una mujer debería sonar necesariamente The venus in Furs, quizá si no pensara que al cine de Rob Zombie hay que pedirle todo, sin condiciones. Pero ahí está la película, se despliega, aterradoramente, se vuelve resbaladiza, contradictoria, pretenciosa, grotesca, una carcajada, luego un tic de pánico. Puta montaña rusa. To loco, chaval, to loco.
Y en la introducción de las cuatro notas que componen el tema de los Señores de Salem, deslizándose exquisitamente en un vinilo viejo, coño Aarón, sientes miedo, algo de miedo, una cierta inquietud, las ganas de mirar por encima del hombro, la película funciona y Sheri Moon Zombie está hermosísima -su marido la rueda con auténtica locura, en el plano inicial semidesnuda, y es todo feminidad y todo vanguardia, un Icono blasfemo de nalga y seducción, pero también era blasfemo cuando tenía 14 palos y lo único que me mantenía a flote era una cinta en la que tenía grabado el EP de The angel with the Scabbed Wings, así que no me jodas. No me jodas Bresson, antes compartiría pulsión con una pin-up gótica enferma de oscuridad que con una nínfula piadosa de referencias dostoievkianas.
03.
A The lords of Salem muchos contemporáneos no le perdonarán que descarrile en una traca -mojada- de fuegos artificiales. Yo tampoco se lo perdoné cuando, tras el crescendo final, me quedé mirando el monitor y pensando: "Y ahora, ¿qué?". Ahora, la realidad, ese territorio que Malick quiere vestir con el ropaje místico de la epifanía new age y que Zombie destierra de su interior como un error de sistema, un fallo cognitivo, una puta mala suerte. El demonio de Zombie se refleja en la luna de Meliés, y ya sólo por eso creo que la cinta es hermosísima, por esa sugerencia, ese deslumbramiento del horror -pero también de la intolerable belleza- que entraña el sueño del cine, un cine que a veces parece un fantasma y otras veces parece decir cosas extrañamente indescifrables pero conmovedoras. Como el enano que habla hacia atrás en Twin Peaks. Como el acto de amor y entrega gore sobre el que se apoyan Tiresias y L´apollonide. Como la luna de Meliés en el infierno, ¿te imaginas? Acaricia con cuidado la frase y déjala caer sobre tus rincones íntimos. La luna de Meliés en el infierno. Mi puta autobiografía. Tu puta autobiografía, quizá.
La peli de Zombie no llega a ningún lado. Sus personajes están completamente desdibujados -¿por qué la adicción a las drogas de Heidi? ¿qué pinta el negrata cool en un programa de radio entre satánico y arty? ¿qué demonios implica realmente todo lo ocurre en sus últimos veinte minutos?-, y sin embargo, qué hermosas son todas las sugerencias que el director deja sobre el tapete, qué potentes sus imágenes, qué exquisito el juego de no ver, sino de imaginar lo que hay realmente detrás de la cinta, lo que hay tras sus cortinajes, todo es desfile de prohibiciones y sacrilegios sobre los que corona una extraña diosa que emerge de la bestia/Velvet Underground -¿es Nico? ¿Acaso no es Nico? ¿Y no es Rob Zombie, a su manera, un Garrel mucho más Garrel que todos los que dicen ser Garrel, que no son pocos?
04.
No debo pedir perdón por no lapidar al último Zombie. Antes bien, creo que su cine es de una imperfección maravillosa, de un trastabilleo realmente potente. No me atrevería a decir que The lords of Salem es su mejor pelicula -ahí están, indudablemente, Los renegados del diablo-, pero quizá sí que se trata de su película más bella. Es un truco de magia hipnótico, el vacío, la falta, el hecho de poder asomarse a una laceración inspirada, una poética de la autodestrucción, ese sincero estremecimiento que nos atraviesa al contemplar los videos extremos de María Ozawa. Ese momento de poesía pura, epifanía y vómito en el que tras el horror uno sólo puede quedar desarmado por el extraño arrebatamiento, un placer sádico y sórdidamene voluptuoso que casi le lleva a uno a decir, como el Fausto de Goethe: "¡Detente, instante, eres tan bello!".
Siempre he sido un romántico, ya lo sé. Detente, instante, shine bright like a diamond.
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