8.4.13
"Human lampshade: A Holocaust Mystery" o notas sobre la investigación del Holocausto
Durante los últimos años, el canal National Geographic ha propuesto algunos de los mejores trabajos sobre la divulgación del Holocausto. Concretamente, el terrorífico Hitler´s Hidden Holocaust puede ser considerado, en justicia, el mejor documental rodado sobre la "shoah por balas" hasta la fecha. Pero no es una excepción: Human lampshade cierra el círculo infernal de resonancias proponiendo una suerte de investigación sobre las famosas lámparas con piel humana encontradas tras la liberación del campo de Ravensbrück.
No hay que confundir algunas ideas básicas. En primer lugar, y a nivel puramente formal, la pieza de la National Geographic corresponde únicamente a una lógica de discurso radicalmente espectacularizado en la que se sigue el proceso de análisis de esa hipotética lámpara encontrada entre los escombros de la catástrofe del Katrina. No hay espacio para la reflexión ni para la duda sobre la imágen: se trata de un thriller puro y duro que permite incluso pinceladas de humor y utiliza a mansalva técnicas de reconstrucción y de Storytelling. En esta dirección, puede ser un producto que muchos tacharían de banal, sin pensar que Human Lampshade no es ni más ni menos que un reflejo de su tiempo, y no del tiempo de los campos. Sin embargo, lo que realmente me interesa de su desarrollo es su hermético y angustioso final. Tras una hora de laboratorios, entrevistas, anécdotas detectivescas, la anécdota se retrata a la contra: la lampara no pertenece a Ravensbrück, y su pantalla no está construída de piel humana.
Aquí reside, aunque parezca una contradicción, el auténtico valor de la propuesta. La investigación sobre el Holocausto es una investigación fundamentada sobre la decepción, la corrección, la eterna matización. Y no se trata -y esto quiero remarcarlo especialmente-, de una lógica negacionista que conduzca a contradecir la verdad que hay tras el hecho. Antes bien, el encuentro con la verdad exige que una y otra vez nos obliguemos a desmontar teorías, volver sobre nuestros pasos, corregir defectos de las memorias. Hace ya cosa de un año se me desplomó encima un huracán de mierda por citar erróneamente que El judío Süss había ganado el León de Oro de Venecia. Ni siquiera me sirvió que la información proveniera de un libro de Saul Friedlander. Lo cierto es que Friedlander se equivocó, yo con él, y descubrí que los errores en el pensamiento holocáustico se pagan. Dicho sea de paso, me parece bien.
Cuando fracasamos, los negacionistas ríen con sus aullidos perrunos de satisfacción y nos señalan. Cada paso en falso es, bajo su punto de vista, una catástrofe que hace que todo el edificio histórico tiemble. La realidad es precisamente la opuesta. El estudio del Holocausto no se basa en el cómputo concreto de muertos -el "baile de los números", como lo designó la magnífica Deborah Lipstdat-, ni en la carrera por demostrar la mayor de las atrocidades. En 2013, ya sabemos con bastante precisión que, a la contra de los primeros y delirantes estudios soviéticos de la época, no murieron seis millones de personas en Auschwitz, sino probablemente un millón y medio. También sabemos que no se fabricó jabón con los cuerpos de los judíos. Pero sí sabemos positivamente que ese millón de muertos es una cifra terriblemente real, que las cámaras de gas existieron y que los cabellos fueron utilizados para confeccionar ropa. En nuestros textos no está en juego ningún record histórico.
Por eso, por su valentía, me interesa que Human Lampshade acabe precisamente con el error y el fracaso absoluto. Seguimos sin encontrar las lámparas de piel humana. Seguimos sin saber quién manipuló las pruebas del juicio de Ilse Koch, con qué intereses, con qué contactos. ¿Lo ven? La historia del Holocausto está siempre llena de fracasos, y hacer historia del Holocausto es coleccionar, pacientemente, todo el tapiz de equivocaciones, correcciones, reinterpretaciones. La única manera de ganar a los negacionistas es, contra todo pronóstico, correr más deprisa que ellos para encontrar las hendiduras de nuestras creencias. Cuando Yad Vashem, en un momento crítico de su historia, decidió voluntariamente anular una parte de los testimonios recogidos en los campos por su inexactitud no estaba perdiendo la batalla. Al contrario, estaba demostrando una capacidad de asumir los errores y las manipulaciones interesadas que todavía hoy me parece digno de asombro. Lo mismo se puede decir de las revisiones anotadas y estudiadas del diario de Anna Frank -alguna de las cuales sobrepasa las mil páginas de extensión-, de la edición crítica que Franciszek Piper realizó sobre las memorias de Miklos Nyizsli, de la cantidad de estudios que se publican año tras año señalando incongruencias entre testigos. Todo son pasos hacia la verdad, y Human Lampshade pone narración y textura al drama del historiador.
Lo extraño de nuestra disciplina no es que nos equivoquemos. Antes bien, lo extraño es que seamos capaces de levantar, con inmenso esfuerzo, pequeñas colecciones de hechos, fotografías, testimonios que no sean meras intuiciones y que no se desmoronen como un castillo de naipes. Lo extraño es que hayamos podido sobrevivir a la destrucción de pruebas en manos de los nazis, a las manipulaciones y "reconstrucciones" del aparato soviético, al saqueo desmedido de un sector de los aliados, a los ataques furibundos de la extrema derecha negacionista, a los ataques furibundos de la extrema izquierda propalestina, a los intereses partidistas y políticos de los gobiernos implicados. Pero se lo he dicho -y se lo seguiré diciendo- muchas veces. El pensamiento sobre el Holocausto tiene una única fórmula. Pensamos pese a todo.
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