22.2.13

Deseos afterpop: Christina Ricci

Christina Ricci

    Ayer, a eso de las diez de la noche, dos meses después del Apocalipsis Maya, cenando una sopa gélida y mirando con ojos ausentes las figuras sugeridas por un televisor que todavía no he terminado de pagar, enfundado en mi batín rojo de señor pequeñoburgués en su casa de la periferia, tuve una especie de triste epifanía siniestra: Christina Ricci ya tendría que haber cumplido 33 años y 9 días. No entraré en cábalas teológicas, pero tras consultar la wikipedia, contemplé sin la menor sorpresa toda esa colección de títulos menores, teleseries, papeles secundarios y otros estertores de una muerte escénica anunciada que decoraban los últimos apartados de su biografía. Ay, Christina Ricci, uno de los muchos retratos de niña distópica que le introdujeron a uno en los usos y costumbres del deseo, la revolución inmediata de la piel, Christina Ricci, ese gesto de frustración permanente y tristeza crónica que hacía suya la famosa cita de Godard en Vivir su vida: "La felicidad no suele ser alegre".

    A raíz de haber comenzado a hilar la trama del deseo afterpop hace unos meses en Miradas de Cine, de un tiempo a esta parte me vengo preguntando por las configuraciones simbólicas de los iconos de mi generación. No sé. Entre Christina Ricci y Alice Glass, por ejemplo, hay una finísima línea que pasa de puntillas por el postpunk, de tal manera que entre esos dos cuerpos se detecta una reactualización, un chispazo, una intimidad. Ahora pienso que quizá la Ricci era la niña que nos gustaba a los chavales tristes que despreciábamos a las Spice Girls. Si lo han pensado, había una Spice para cada deseo masculino más o menos integrado: una Spice-deportista, una Spice-pija, incluso para los futuros cocainómanos de la Fabrik, una spice-picante-y-cachonda-recauchutada(Geri), que acabaría por meterse los dedos frente a la taza del WC y, un poco más tarde, vivir de cuentos para niños firmados por su negro. Lo que no había, y no es extraño, es una Spice-intelectual, una Spice-Distópica o una Spice-lectora-de-Tolstoi. Hasta las minorías raciales tenían su Spice, pero nosotros, los de las gafas de culo de vaso, no teníamos una mierda. Una Spice-Escuela-de-Frankfurt hubiera sido todo un detalle.

    De ahí que la Ricci fuera otra cosa. Niña fantasmal siempre enredada con la muerte -a principios de los noventa la muerte estaba muy mal vista y asustaba mucho a nuestras madres y a nuestras abuelas, pero claro, eso fue antes de que se pusieran de moda los emos y las calaveras bordadas en la ropa- de extrañas orfandades. Su gesto siempre contenido de asco ante la humanidad la convertía en la Spice-Schopenhauer, la Spice en la sombra que hubiera podido descabezar a las tontipavas de sus compañeras mascullnado entre dientes aquello de Los inagotables esfuerzos por alejar el dolor sólo sirven para cambiar su aspecto. Y cómo cambió el aspecto, la topografía emocional de toda una generación, el inmenso desgarro económico y la evidencia de que nadie nos había llamado para reescribir ninguna línea interesante en la Historia. La línea pequeña del fracaso, de la mediocridad, la celebración del hundimiento de este Titanic generacional, corazón, en el que apuramos nuestros últimos cigarrillos.

Casper

    Christina Ricci, convertida en una nota a pie de página de ninguna historia del cine, y sin embargo, qué importancia tuvo en la construcción romántica, la verdad que estaba escrita en Casper pero que nadie quiso leer con claridad -Casper es una historia de necrofilia sentimental, la historia de amor entre un muerto y una niña muertaenvida-, la verdad de su resurrección pasajera en Sleepy Hollow, tan rubia pajiza y ya frágil como el suicida en el borde mismo de la azotea, a veces me imagino qué suicidio le hubiera rodado Wim Wenders a Christina Ricci, un sucidio necrófilo y generacional, ovación y vuelta al ruedo. Pero el pasado -veremos qué tiene que decir Luhrmann al respecto en unos meses y cómo lo dice- nunca puede volver, la piel amada no puede volver a conjurarse y el niño fantasma crecerá hasta convertirse en adulto fantasma y ya finalmente, en muerto sin fantasma y nota a pie de página de ninguna historia del cine, como Christina Ricci, pero el pasado, decía, que nunca puede volver y nuestros trucos no funcionan como no funcionó el revival de las Spice, ni el revival de Take That, ni el revival de nosotros mismos, 29 aniversario de lo mismo chavales, ni el revival de los Smiths, ni el revival de The Police, porque el mundo, simple y llanamente, no funciona así y lo único que realmente vuelve, el auténtico revival irrefrenable, es el del deseo y su construcción pulsional.

     Christina Ricci, desenfocada, la sopa gélida, el frío de febrero. Pero, ya digo, lo único que siempre es capaz de trazar un arco que retorna no es ya ni siquiera la Historia. Es -deberé repetirlo hasta que lo pensemos definitivamente- el deseo.

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