10.10.12

Un lugar donde quedarse: This must be the place/Away we go

    Ayer, impartiendo una de mis asignaturas, tuve un curioso lapsus. Al intentar recordar las películas estrenadas en el 2012 que he visto más de dos veces, las películas realmente conmovedoras que me han aportado algún tipo de pensamiento realmente útil, me he quedado trastabillado, incapaz de recordar nada más allá de Shame o de The deep blue sea. Lo bueno de los lapsus es que obligan a realizar algún tipo de gimnasia mental, no sólo para encontrar respuestas, sino también para pensar por qué ciertos datos se han escondido. Con lo que finalmente he recordado This must the place, traducida de manera incomprensible en nuestro país por Un lugar donde quedarse -traducción, por cierto, ya utilizada hace apenas un par de años para esa pequeña joya desconocida de Sam Mendes originalmente titulada Away we go.


Away we go

This must be the place

    El inconsciente propone el juego y nosotros bailamos.

    Ambas Un lugar donde quedarse podrían ser las dos caras de mi misma moneda. La primera habla de un futuro padre que busca junto a su esposa embarazada un buen lugar para su hijo. La segunda, sobre un padre muerto y un hijo atravesado que se remonta hacia los orígenes mismos de la culpa y el horror holocáustico. El centro de ambas es la conexión padre/hijo mediante un circuito de nacimiento (nonato) o de muerte (Auschwitz). Entre las dos se conecta un rotundo túnel de sensaciones que giran en torno a las relaciones de pareja y sus dificultades, la redención, la pérdida, la Velvet Underground, el futuro, el pasado, los Talking heads, el fantasma de los años que quisimos ser otra cosa, la responsabilidad, el perdón. Ambas son películas que te abrazan sin concesiones, películas en las que cobijarse y que disparan en nuestro interior intuiciones y sensaciones valiosas. Construyen una idea mayúscula del cine y de sus potencialidades. Ya sé que no es un criterio analítico válido, pero ambas cintas me emocionan mucho más de lo que me permitiría confesar en este espacio que, por lo demás, no es sino un diván o un confesionario, según el día.

    Del mismo modo, ambas películas son brutalmente honestas, se componen de elementos mínimos y emocionantes, escenas sencillas que se deslizan como susurros de viento en mitad de tanta estulticia fílmica. Están inundadas de eso que Kracauer llamó el flujo de la vida, son tan auténticas en su imperfección y tan hermosas que sólo pueden entenderse como films/carta, films/abrazo, films/regalo. Ambas son también dos road movies que buscan una topografía imposible, una topografía de la humanidad, una topografía de la empatía. Un lugar donde quedarse quiere decir, entre otras cosas, un pedazo de tierra habitable en el que recordar al padre/esperar al hijo, un espacio que haya sobrevivido a la catástrofe del hombre (la catástrofe Auschwitz, por supuesto), pero también que pueda garantizar un futuro digno para un sujeto esperado y deseado.

    Y es que quizá sólo sirva esa extraña certeza de que existe ese lugar, ese Home is where I want to be de Byrne y compañía. Cada día andamos a vueltas con nacionalismos patrios, nacionalismos de terruño grisáceo, homicidas y tribales. El nacionalista reivindica la tierra y la sangre como el espacio de Uno, cuando el espacio sólo tiene sentido si es para el Otro: el que llega o el que se acaba de marchar, el que abre las maletas o el que las cierra. El territorio compartido y regalado hacia el Otro, un territorio único que nada sabe ni de banderas ni de dogmas. Pero para intentar apostar en esa dirección sólo nos queda un cine que construya una Topografía del Perdón sobre la Topografía del Horror, y que al hacerlo, devuelva al espacio habitado la tremenda importancia que tiene. El espacio atravesado por la palabra y por el gesto, espacio textual para nacer o para morir con una dignidad mínima. En una serie de trabajos que presenté hace un par de años defendí la quiebra del concepto del espacio simbólico a partir de las cámaras de gas. Ahora intuyo que el siguiente paso es buscar el espacio suturado mediante el ejercicio individual de la dignidad y del Otro.

    Pero claro, ustedes ya saben, España anda ahora mismo a otras cosas. Ahí fuera la alegre chavalada de los nacionalismos (propios y extraños) afila los cuchillos de la Kristallnacht Reloaded. Aquí dentro a veces todavía pienso que el cine es capaz de seguir obcecado en su espejismo maravilloso más allá de esa cosa estúpida llamada realidad. La topografía imaginaria del perdón real. La sala de cine como el lugar donde el inconsciente, definitivamente, decide quedarse.

2 comentarios:

Lluís Bosch dijo...

Pues si, habría que pensar en esta topografía del perdón aunque parezca poco oportuno o poco a la moda, pero algún día (mas tarde) lo vamos a lamentar. Por ahora parece que lo divertido y oportuno es prepararse para la noche de los cristales rotos, que además nos lleva a nuestro querido imaginario violento y primitivo. Me siento como un extra en aquélla horrible cosa de "Braveheart", sinceramente.
Mientras tanto a mi el paro me va empujando a hacer las maletas porqué cada vez me gusta menos el paisaje de aquí y al fin y al cabo salas de cine las hay en casi todo el mundo.

Decireves dijo...

Me encantó tu blog, muy interesante, ya ando leyendo unas cosas y se me hacen una chingonada, saludos desde Monterrey México. Por cierto, te agregué a mi blogroll, abrazo!