3.5.12

FASSBINDER #05: Rio das mortes


   Las primeras cintas de Fassbinder acusan demasiado una fascinación descontrolada por los primeros trabajos de Godard. En cierto sentido, rueda entre el epitafio del Oberhausen y la posibilidad de una post-Nouvelle Vague alemana, preguntándose quizá cómo encarar el exorcismo cinematográfico total de su país, gesto estúpido y contradictorio que le pierde en un laberinto de tiempos muertos y gestos gélidos. Fassbinder tiene un monstruo dentro, y todavía le duelen las noches de burdel y cama sucia con los inmigrantes griegos y africanos que compartía con Udo Kier, siempre a tope, siempre en la brecha, siempre despertándose de resaca y bajando al bar homosexual de la esquina para tirarle la caña por un puñado de marcos -si los paga o si los cobra, no se sabe-a cualquiera que se deje llamar Günther Kaufmann.

    El chapero cinematográfico, el genio de la chupa de cuero que se destroza el hígado y sale para rodar a salto de mata, tiene un mal afeitado como el del sofá poblado por los ácaros de Bismarck. Y de todas esas películas iniciales, modestas, quizá la que más me guste sea Rio das mortes, por lo que anticipa y por lo que susurra, por su colmillo retorcido y su profunda inquina. Creo que todavía no le pegaba a la coca, y que todavía no había llorado con todas sus fuerzas viendo Tiempo de amar, tiempo de morir, y por eso su cine era otra cosa, era un cine que besaba las pisadas enfangadas de Alexander Kluge y que no reivindicaba la figura total y políticamente incorrecta de la maruja alemana. El bueno de Rainer construyó marujas a medio camino entre la RAF y el Mistol de los pobres, pero de eso hablaremos en otro momento.

    Rio das mortes es una respuesta previa a esa sobredosis de espiritualidad que el maestro Roberto Amaba atacó con su pluma genial hace unos días en su blog. El niño pobre que no quiere/no puede hacer la revolución social -hay un bostezo revolucionario total en toda esta primera etapa- se inventa la patochada mística, el encuentro tántrico, el más-allá de la cultura del Otro para cubrir sus propias carencias. Las carencias, para más señas, son una guapísima Hanna Schygulla que bajo su máscara progre quiere casarse y tener hijos -uno se atrevería a sugerir: hijos arios y lustrosos, hijos del postIIIReich que se exciten más con el milagro económico que con las Isoldas de la periferia-, y por allí anda mareando la perdiz y luciendo palmito. Pero la espiritualidad -¡oh, los sacrificios humanos! ¡oh, el retorno a la Pachamama!- cuesta un pastón, y además, tiene tapiz de colonialismo y de falo alemán (negro, militar, portentoso, falo SS).

    Hasta los veintimuchos fui conociendo a propias y extrañas que siempre andaban con la tontería de darse el piro y buscarse un paraíso artificial para encontrarse a sí mismas. Tatuándose versos de Hermann Hesse y pidiendo exóticos bebedizos en las teterías del centro de la ciudad, siempre ponían carita de pena y miraban con los ojos perdidos jurándome que la solución estaba en la India, en África, que allí la gente era diferente, que daba más el que menos tenía, que Occidente estaba podrido de corrupción pero que, por alguna extraña razón, en un pueblucho sin electricidad de la selva amazónica se podía encontrar el candor, la verdad, la jodida espiritualidad que aquí no teníamos. Casi todas tenían un Iphone. Con algunas me encamé, pero casi todas me endilgaron un ejemplar descuadernado del Libro tibetano de los muertos, que era una cosa que me sentaba fatal a la libido. Casi todas ponían incienso en sus casas, y tenían extraños compactos de músicas del mundo con los grandes éxitos del Coro Famélico de Intérpretes de Shitar Recordando La Inundación De Turno.

     Un coñazo.

     Yo creo que Fassbinder tuvo que pasárselo pipa rodando Río das mortes, riéndose por dentro y vengándose dulcemente de los iluminados, de los que habían realizado una mala digestión de los textos Beat, de las nínfulas y los súcubos post68 que se compraban el vinilo de George Harrison con los Hare Krishna. Adelante, todos a la India, todos al Perú, todos cantando la internacional en sánscrito tomados de la mano de Evo Morales. Pero hasta entonces, casi que me doy una tregua y me fumo uno de los Marlboros fassbinderianos, le tiro los trastos a Veronika Voss y me recreo en mi excrecencia occidental, pútrida, autodestructiva. A lo peor, os encontráis a Richard Gere rezando -rodeado de ratones- en un templo budista. A lo peor, todo el puto mundo está buscando el espíritu, pero nadie se ha leído a Hegel. Y así, ustedes ya lo saben, complicado.

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