10.11.11

Melancholía (III): Lacanianos enamorados

"Los dejo entonces en esa cama, a su inspiración. Salgo, y una vez más, escribiré en la puerta para que a la salida puedan tal vez recapturar los sueños que hayan hilado en esa cama. Escribiré la frase siguiente: El goce del Otro, del Otro con mayúscula, del cuerpo del otro que lo simboliza, no es signo de amor.
Escribo eso, y no escribo después he terminado, ni amén, ni así sea"
(Lacan, Seminario XX)

"Solaris de Tarkovski [es] una de mis películas preferidas. Cada vez que vuelvo a verla o que veo alguna escena suya en YouTube, me echo a llorar. Antes prefería El espejo, pero ahora es Solaris"
(Von Trier, entrevistado por Stéphane Delorme)

    El problema siempre es el cuerpo. Lo que me interesó en su momento de un cierto psicoanálisis lacaniano estaba precisamente en relación con el cuerpo, situado en el tránsito entre melancolía y cuerpo. Si el cuerpo es un texto, habría que preguntarse cómo se canaliza la insatisfacción, y por supuesto, si existen otros diques que no sean el arte, la ideología o la religión. Dicho con toda su brutalidad, porque el cuerpo -en tanto forma parte de lo real- es brutalidad pura de la que sólo escapa la palabra.

     Ahora bien, ¿qué dice la palabra? Dice: estoy roto. O dice: yo deseo. O dice: yo deseo el deseo del Otro. Y ahí la cosa se complica, porque el Otro siempre desea cosas extrañas y extravagantes, goces inconfesables, pequeñas peculiaridades y fetichismos que -a lo peor- a la postre acaban por volverse en mecanismos del cansancio. ¿Qué desea Justine -la de von Trier, no la de Sade, claro? Desea, sin duda, no desear desde ese anclaje que es su cuerpo y desea, del mismo modo, que la palabra sea capaz de cifrar su propio mal. Basta con ver ese acto supremo de arrancar de los expositores los libros de arte que reproducen abstracciones para imponer, con toda su furia, testimonios -textos- que hablen de la catástrofe. ¿Por qué intuímos como soberano el acto en la biblioteca de Justine? Por lo mismo que se nos antoja soez y angustiosa toda la panoplia de la noche de bodas: ¿qué palabra, qué buenas intenciones, qué campo de manzanas -¿un edén como el de Anticristo?- nos salvará del apocalipsis total?

     Melancholía cierra el círculo del sujeto obligado a convivir con su propio cuerpo, y por lo tanto, el tránsito del deseo como fuerza mayor que lo arrasa todo. Lo real del cuerpo es, en todos los sentidos inimaginables, escrutado y sometido a prueba en los últimos treinta segundos de la cinta. Lo que más me fascina del preludio de Tristán e Isolda es, muy precisamente, la manera en la que sirve como un espejo de la partitura que Bernard Herrmann compuso para Vértigo. Al final todos los textos mayores de mi pequeña historia de la cultura acaban encontrándose y manteniendo un debate silencioso entre ellos, o mejor aún, entre los cuerpos que (no) existen frente a los deseos que sí que existen. Madeleine/Hari es un cuerpo fantasmal puro, y por ello mismo puede llenarse de un contenido total/textual que vuelve el deseo intolerable. Judy es el cuerpo desconchado, el cuerpo presente, el cuerpo de un otro que no interesa tanto, o incluso, de cuya presencia al otro lado del deseo nos resulta obscena, estúpida, risible. ¿Quién es Judy para desear a Scotty? ¿Quién es su marido para desear a Justine, para pensar que puede/tiene algo que decir en el espinoso territorio de su goce?

    Justine, queda dicho en otro post, mira al cielo en busca de una conexión entre destrucción y deseo. Pero tiene clavado en el cuerpo un dolor que se superpone a lo simbólico y que exige como pago más dolor. En su círculo/abismo se proyecta el rostro descompuesto de Scotty, y a lo peor, la caída final de Melancholía sobre la tierra no es sino la caída de Madeleine desde el campanario. ¿Podría ser Hitchcock una de las muchas sombras de Von Trier? ¿Y no es el cuerpo del fantasma, cuando deja de ser fantasma, una amenaza tal que puede destrozar absolutamente todo nuestro leve aparato psíquico? En el amor -suponiendo que tal cosa exista- nos refugiamos dentro de nuestra pequeña casita mágica fabricada con palos de madera. Pero en el deseo -suponiendo que exista más allá del mismo- miramos hacia el cielo observando cómo el planeta desciende y fingimos brindar por la vida.

    Una de las cosas que más me interesó de un cierto psicoanálisis fue la puesta en juego total de la enfermedad, del síntoma exquisito en el amor, y del amor como abismo definitivo del sujeto. Seminario XX, ya lo he dicho en otras ocasiones. S(olaris)eminario XX, esto es $ (melancólico) <> a.

1 comentario:

PÁJARO DE CHINA dijo...

Qué hermosura de respiración tienen tus textos-cuerpos.