8.11.11

Melancholía (II): Sexo/Solaris


    Las noches perdidas en los esquinazos de tu nombre. Fumándome los cigarrillos lentos y acunando un niño de putrefacción purísima entre mis dos pulmones. Niño Universo de ceniza que pensó que una casita con palos de madera le salvaría de la hecatombe total y coleccionó retazos de besos no deseados en busca de otra cosa. En el prólogo de Melancholía -Wagner, queda dicho-, Von Trier introduce la imágen ardiendo de Los cazadores en la nieve de Brueghel El Viejo. Es el último estertor del Arte, el único texto invitado a comparecer allí donde todo está completamente arrasado.

    Von Trier está obsesionado con Tarkovski, de la misma manera que Tarkovski y Bergman estaban obsesionados con Bach, de la misma manera que Bach estaba obsesionado con el Creador Total, o quizá, con el hombre crucificado que le preguntaba a su Padre por qué demonios le había abandonado. En Melancholía, el padre se suicida junto a ese caballo que es el símbolo mayor de la piedad en Dostoievsky. Dostoievsky estaba obsesionado con el hombre crucificado y le regalaba su delirio incontrolable de epiléptico iluminado.

    Melancholía es un planeta que destroza la Humanidad entera. Solaris es un planeta que conduce a los humanos a su propio suicidio por el camino del deseo. Melancholía y Solaris se cruzan en el lugar en el que el cuerpo enfermo se pregunta por su dolor -esto es, por su deseo insaciable e insatisfecho-, cuando la cruz de cada uno tiene forma de una nostalgia brutal y abrasadora. Yo mismo lo decía al comienzo de este texto: las noches perdidas en los esquinazos de tu nombre. Von Trier sueña con un final definitivo, es decir, con el final purísimo de su deseo fantasmático e irresoluble, de su sufrimiento absolutamente sexual, un deseo que en Anticristo tenía forma de bruja hermosísima y mutilada, y ahora tiene forma de nínfula acuática depresiva. Hari, el fantasma femenino de Solaris, era una mezcla de amor absoluto y terror absoluto, porque sólo en el amor -lo dicen los textos sagrados- seremos conocidos. Von Trier siempre supo que ese planeta azul y acuático que nos llenaba la cama de pesadillas húmedas y el alma de delirios teológicos era la clave para la autodestrucción más personal y más profunda.

    Te propongo un juego, mi amor. Deslízate desnuda entre esos dos planetas con los ojos llenos de tierra consagrada y las manos vacías de toda seguridad. Juega a la seducción de tu eterno femenino, allá donde la carne se convierte en posibilidad y la posibilidad en muerte. Te hicieron tanto daño, y acaso serían mis garras diferentes, yo que me marché hasta Solaris para encontrarme, en fín, con la destrucción del alma. Así, en el momento de ingravidez en la biblioteca, o en el momento de la destrucción total en Melancholía, podríamos amarnos con toda la responsabilidad de los mausoleos. No seríamos felices, pero quizá estaríamos menos solos.

    "¿Te gustaría un final en el jardín, bebiendo champagne, quizá escuchando la novena de Beethoven? Ese final es una mierda", afirma Justine, y sus palabras son Palabras de Diosa, te rogamos óyenos. Palabras de Diosa Negra de la muerte, hija enferma, Isolda abandonada de sí misma. Un pastel de carne que sabe a las cenizas de Auschwitz. Tarkovski intentó con todas sus fuerzas salvar a la humanidad del peso de todos sus pecados. Pecados del sexo, de la muerte, del hombre y de la mujer. Un pastel de carne como el cuerpo muerto de Hari. Hasta los fantasmas se suicidan. Hasta en las inconfesables fantasías onanistas del sujeto hay un poso de horror.



3 comentarios:

Kenny dijo...

Vaya dos entradas... Me he quedado sin palabras, incluso sin aliento. Gracias por haberlo escrito; de lo contrario, no podría haberlo leído (y sufrido-disfrutado)

Lluís Bosch dijo...

Cuando salí de ver Melancholia sabía que había visto varias referencias a Tarkovski, pero también pensaba que quizá entré esperando verlas. Me gusta comprobar que tu también le has visto. La presencia de "Solaris" es casi obvia, porqué el planeta Melancholía se le parece, aunque también le vi algo de Stalker y de Sacrificio (el tema del fin del mundo, y esa secuencia de nueve minutos inicial -curiosamente, Sacrificio se abre con un plano de nueve minutos a cargo de Bach y "La adoración de los reyes magos").

Saludos.

Adrían Caamaño dijo...

Von Trier y Tarkovski son los dos cineastas que más profundizan en el alma humana. Donde otros directores no se atreven, o no tienen talento para relatar, ellos inician su viaje; la mayoría solo tiene ojos para ver una parte de lo que tienen delante, los 2 genios tienen sensibilidad para ver la verdadera naturaleza humana (aún aquella que creemos ocultar a los demás).