5.11.11

La soledad del corredor de fondo

  
Aquel verano dieron un ciclo de Free Cinema, o cosa similar, en la vieja ciudad castellana. La cosa andaba llena de estudiantes, alguna señora mayor confundida que se colaba en el cine improvisado bajo la sucursal bancaria, cinéfilos como gárgolas y gárgolas como difuntos, total, un despilfarro de levedades y ancestros. La tarde que pasaron La soledad del corredor de fondo yo estaba en otro lado, ebrio o casi ebrio con los viejos amigos de Madrid que habían cogido un tren para venir a verme, jugando a la ruleta y pegándole al café con Baileys en uno de los bares viejos de la zona universitaria. No es muy correcto confesarlo a estas alturas, pero es verdad. El ciclo de Free Cinema me lo pasé entre copa y copa, hablando de mujeres como gárgolas y gárgolas como meretrices, sisándole tabaco al respetable y garabateando los primeros capítulos de la tesis en las habitaciones oscuras de la residencia universitaria.

    De ahí que tardara unos cuantos año en ver La soledad del corredor de fondo, porque siempre que pensaba en el Free Cinema me entraba una tristeza en el pulmón como de mujer perdida o así, y me sentaba a ver pasar las nubes por la puerta de atrás de la nostalgia. El año que dieron If... en la vieja ciudad castellana fue un año -sólo lo supieron los íntimos- de vivir en un estado de amor doloroso y purísimo casi permanente. De beber y andar vomitando religiosamente los jueves, viernes, sábados y algún domingo por la noche en las aceras de media geografía española. Yo quería ser dramaturgo, pero también quería ser doctorando, y por el camino quería ser el Vizconde de Valmont apoyado en los dinteles de un búnker semiabandonado. Las palabras son precisas. El semi quiere decir que no estaba abandonado del todo. Quedaban los amigos y los fantasmas. Qué cosa tan tremenda y exquisita el amor cuando parece una tormenta interminable de lluvia ácida sobre los párpados.

    A lo que -hoy ando dando rodeos por el texto- cuando por fín me convencí de ver La soledad del corredor de fondo tuve la sensación de haber finiquitado definitivamente una deuda histórica. La película de Tony Richardson era maravillosa: conmovedora, sucia, tragicómica, un cabaret social tan cuajado de espectros como mi recuerdo de aquel verano polvoriento. Tenía un crescendo final que parecía el Cabaret Voltaire la Semana Grande del Apocalipsis aullando con todas sus fuerzas. Hablaba con la seriedad de todas las oportunidades perdidas, de todas las promesas del liberalismo perdidas, de todas las promesas perdidas del existencialismo, del socialismo, del Bífidus Activo o de la etapa rosa de Picasso. Era una demolición total del Occidente pre-flower power. Luego dirán que La soledad del corredor de fondo es una cinta pop. Más bien, una cinta Pop-Apocalíptica, como lo son a su manera las novelas de Kiko Amat o las caras b de los Happy Mondays colgados de la heroína. Las cosas son siempre más complejas.

    Las cosas -las verdaderas cosas importantes- son siempre casi inexplicables. O casi siempre inexplicables. O inexplicablemente dolorosas. De eso habla La soledad del corredor de fondo: de la imposibilidad de escapar de nuestra propia libertad y de sus consecuencias. De las consecuencias de no haber nacido libre. Oh man! Wonder if he'll ever know/He's in the best selling show/Is there life on Mars?

    Pasados los años, me invitaron a presentar una proyección de Yo, tú y todos los demás -la de Miranda July- en la filmoteca de la vieja ciudad castellana. Antes de que el público entrara en la sala me quedé en silencio mirando la pantalla en blanco, pensando en la manera en la que Tony Richardson había rodado con aquella virulencia un estado de ánimo, una intuición, un pálpito de lo que podría ser de verdad la imposible postadolescencia. No sabría decirte si encontré algún tipo de respuestas. Pero me sentí razonablemente acompañado, nostálgicamente completo, como el que se levanta una vez terminada la batalla y contempla sus cicatrices con los ojos vaciados de todo sentido. La pantalla en blanco, por supuesto, me devolvió toda la cifra perfecta de aquel extraño sentimiento, de aquella neblina sentimental. Ya sabes a lo que me refiero. Claro que lo sabes.

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