1.11.11

Highway 20N(acionalismo) Revisited

 
  Cuenta la historia que Bob Dylan, cansado de sí mismo y del muñequito pseudorevolucionario que se había montado, se plantó en el Newport Folk Festival del 65 con una banda completamente eléctrica. Años después, Todd Haynes le mostraría en I´m not there disparando con toda su furia contra la concurrencia. La metáfora es válida y cualquier persona medianamente aseada debería invertir un par de tardes de su vida en estrujarla y, ya de paso, escuchar a un volúmen insano el Highway 61 Revisited. La lección de Dylan es sabia e inmortal, y se remonta a un tipo llamado Jesús de Nazaret ataviado con un látigo repartiendo a diestro y siniestro contra los cambistas y los fariseos que habían invadido su templo. Dylan era radicalmente cristiano desde mucho antes del Slow train coming, aunque casi nadie lo haya dicho claro.

    Desde el 65 han estallado trenes, se han derrumbado edificios, grupos terroristas han firmado incontables treguas, se han hundido mercados, han llorado brokers, se han firmado contratos, se ha inyectado pasta en los bancos para que no faltaran cigalas lustrosas en los platos de los Fariseos Reloaded, pero el panorama no ha cambiado demasiado. Cuando Bauman afirmó que el 15M acabaría siendo la fiesta sin cimientos del malestar le iluminaba el ángel maldito y líquido de la política postmoderna, esto es, de la no-política.
 
  Dylan se pasó al formato eléctrico porque se cansó de los cánones, o quizá porque estaba hasta las narices de sí mismo, o quizá simplemente porque le vino en gana. La politica española se ha autodestruído hasta los cimientos porque no hemos tenido modernidad, o porque hemos dejado que crecieran demasiado las deudas de la bendita Guerra Civil (con mayúscula, of course), o porque hemos asumido simple y llanamente que somos España. Es decir, que somos corruptos, mentirosos, y un tanto estúpidos. Al español se le permite robar hasta en las vueltas del pan cuando es pequeño, tener una educación de chiste y un sistema cultural a medio camino entre la zarzuela y la sardana. Sistema cultural de guardarropía nacionalista: cuidadito con la gente de Madrid, que nos roba la industria, la subvención, la tradición y la identidad.

   Hasta que no he vivido dos meses fuera de Madrid no he comprendido ese profundo odio que se proclama desde ciertos altares ideológicos contra el fantasma del centralismo. El madrileño -el españolazo, que es como el español pero con la diferencia de que trabaja, y mucho, a favor del mal- es un ser pérfido encerrado en un despacho que se masturba pensando en el cadáver de los otros nacionalismos, que lo privatiza todo y que a veces tiene el rostro de Esperanza Aguirre. Es como el judío de Zizek: sin identidad, sin asidero, sin una figura sólida. El centralista no es nadie, pero a la vez son todos. Es la Amenaza Total, culpable al mismo tiempo de la crisis, la marginación, la mala sanidad, la mala educación, el mal cine español, la mala literatura. Todo.

    Dylan comprendió antes que nadie que todos los garitos políticos eran una inmensa estafa: los circos de la autoayuda revolucionaria, las convenciones de la tercera vía, el vuelva usted mañana de las administraciones públicas. No es de extrañar que acabara hasta la peineta de la petarda de Joan Baez, de los AntiVietnam, de las proclamas folk, de los colectivos minoritarios y del puto Blowing in the wind. Algunos nunca se lo perdonaron. Pero yo escucho Like a Rolling Stone o Tombstone Blues y me parecen infinitamente más interesantes y afilados que sus orígenes cantautoriles.

    En España, por supuesto, ni Dios se ha electrificado. Y así nos pasará el 20N, que todo cambiará para que todo siga igual. Cada noche, antes de dormir, me pregunto si lo más sensato no sería quedarme en casa ese día escuchando buena música y dejar que sean otros los que piensen que metiendo el papelito de rigor en una urna están salvando el país.

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