Scorsese se acerca a la figura de Harrison siguiendo la misma clave que Corbijin utilizó para acercarse a la figura de Ian Curtis: la palabra, la pasta, y la mirada de la viuda. El resultado, ya se sabe, es una suerte de hagiografía laica con una pequeña gota de bromuro para que no se diga, diluída pacientemente durante tres horas y media de metraje que suponen un tour de force para el espectador no acostumbrado a estos menesteres. San Scorsese rueda al santón hindú Harrison abriendo con fuerza el obturador para que todo se sature de una luz que a ratos es de éxtasis místico, a ratos de éxtasis profano, a ratos de éxtasis cultural. Los mártires de la cultura pop -con Lennon a la cabeza- se abrazan y se besan entonando un Hare Krishna, Hare Hare.
Living in the material world no es, por sí misma, una buena película. Si acaso por momentos parece un documental más bien tirando a clasicote y a mediocre.
Pero.
Pero la explosión de la música y del testimonio es por momentos tan conmovedora, quiero decir, tú sabes todas las noches que has estado tirado por los parques cantando a voz en grito While my guitar gently weeps con dos copas de más o de menos y la pantalla se suceden los acordes, fotografías de los Beatles, mira, Ringo Star resucitando de su agonía en los tardosesenta, Paul, Yoko, el maldito Eric Clapton, el maldito Phil Spector, y entonces todo el amor y toda la fuerza de la cultura popular te golpea, el sueño imposible, el amor imposible, all you need is love, acuérdate de los años en los que éramos capaces de ver las películas de Lester cuatro, cinco veces al mes, ¿ese no es el principio de Love you to? Roy Orbison, los pelos de punta, tienes ganas de aplaudir y hay gente en la sala que baila en sus asientos, mueve la cabeza, hay un magma de recuerdos, en fin, tú mismo lo dices en tus clases, quizá los Beatles fueran más famosos que Jesucristo y quizá los Beatles sean más importantes que cualquier otro filósofo en el siglo XX, y ciertamente My Sweet Lord era un pequeña maravilla, Layla, la historia de la verdadera Layla, la verdadera Layla de Clapton hablando sobre sórdidas habitaciones de hotel, secretos, rabia, furia, noches sin dormir, ahí está Bob Dylan, y la gente sigue bailando en la sala y quizá sean tres horas o quizá sean tres minutos, y Ravi Shankar dice unas palabras maravillosas y brutales que se quedan flotando en la sala como una araña gigante -dice, creo recordar, algo sobre la música como una conexión directa con Dios, cosa que yo mismo he defendido con todas mis fuerzas en este blog y en otros lugares- y el concierto por Bangladesh, por supuesto que la película no deja de ser un documental clásico pero al mismo tiempo está sonando Blue Jay Way, que parece una manifestación de sabios esqueletos deslizándose por cañerías oxidadas, y en fín, Ringo Star deja escapar una lágrima y realmente tienes la impresión de que la lágrima es sincera, de que no hay ni trampa ni cartón, un secreto oculto y triste tras el más sonriente de los cuatro muchachos de Liverpool, y la cinta...
...y la cinta termina.
No es buena película. Pero es una fotografía de grupo tan brillante como la portada del Sgt. Pepper´s. Y es un trozo de mi autobiografía, un breve recorrido por las muchas cosas que me han mantenido de pie a este lado de la trinchera. Mi ejército, mi ideología -lo he dicho siempre- es la cultura popular. Y sólo desde la cultura popular tiene sentido reivindicar la belleza, el equilibrio, la verdad.
No es buena película. Pero es una película especial para un público especial. Y simplemente por eso, porque has llegado hasta aquí en el texto, te recomendaría que la vieras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario