21.11.11

El español sentimental


"Cuántas veces, Don Quijote, por esa misma llanura
en horas de desaliento así te miro pasar...
y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura
y llévame a tu lugar;
hazme un sitio en tu montura
caballero derrotado,
hazme un sitio en tu montura
que yo también voy cargado
de amargura"
 (León Felipe, Vencidos...)

    Acodado en esta barandilla, sacudiéndome el polvo y la paja de la Historia reciente, contemplo el mapa indescifrable de este país estúpido y tozudo en el que vivo. País desencantado y desmemoriado, país en el que uno soñó primero con bailar en la verbena socialista y beber el vino fresco del pueblo y acabó sangrando en la lona del nacionalismo, escuchando a mi espalda la carcajada de los inútiles. Ese tipo que entró en el ring mientras atronaba La internacional y que no pudo pasar del segundo asalto, ese que se marcha ahora entre los abucheos del público con los ojos entrecerrados y la mirada clavada en los vestuarios, ese que lleva las palabras "El español sentimental" bordadas en el albornoz con rojo y amarillo. Ese tipo soy yo.

    Si tengo la política clavada en el costado y si mendigo ideas por los debates de la cosa como otros mendigan céntimos oxidados por las cafeterías del centro es, precisamente, porque pensé que la política nos salvaría de España. Pero España es siempre España y a veces es una puta entrada en carnes que fuma Chester y fornifolla sin ganas, y otras veces es la niña con aparato y pecas que nos rompió el corazón hace ya demasiados veranos. Lo dije en otro post: yo soy español, español, español. Y por el camino, derramo mis lágrimas ideológicas sobre los pósters desplegables de la Penthouse, llamo a teléfonos eróticos preguntando por el Mayo de 68, me pregunto quiénes son los traidores y qué implica votar&no votar&creer&no creer.

     Con setenta y cinco kilos de peso, en la esquina derecha del ring, encomendándose a Doña Concha Piquer y a Doña Estrellita Castro que Dios tenga en su gloria, con los Episodios Nacionales a la espalda y versos del Romancero Gitano tatuados en la espalda, el español sentimental se permite el lujo de perder todas las batallas. Ay, quién pudiera coger el penúltimo barco de la madrugada y marcharse a otras costas que no tengan las calles inundadas de sangre, indignados, falsos poetas, masías, niños que sueñan con ser mataores y olé, casitas de la feria, viva la madre que te parió, 11M, bares faisán, puta España, cuánto te quiero y cuánto me dueles, putísima España que estas joyas pá otro ahora lucirás.

     Quién pudiera marcharse a otras costas, darse el piro, fingirse ciudadano del mundo, hombre universal y completo, ser íntegro y multicultural capaz de sentirse en su casa en cualquier lugar, rollito Bunbury o rollito Manu Chao, así de campechano y de completo en la alegre aceptación de la diferencia. Pero estos ángeles custodios que me guardan son de piedra antigua y de meseta castellana, estas tierras que tú edificas son mis cementerios, esta sangre derramada, esta fosa común, esta brutalidad tallada sobre mis manos y mi genealogía homicida, esta experiencia de picaresca, estupidez, odio prístino por el Otro y miedo católico... esta entraña, esta entraña descompuesta y pútrida, es la mía. Este país como un alud de muertos gobernado durante las últimas décadas por imbéciles incurables, esta colección de libros sobre la Guerra Civil, este cine desajustado y malo, estos bares de Torreuropa, esta música de mierda, este Berlanga, este Paco Umbral, este Real Madrid, este no tener a un Antoine Doinel pero tener un Max Estrella, este grito que me sale de dentro y que me tendrán que requisar como único equipaje y una única etiqueta. Todo esto eres, meretriz rota de cal y hambre que asesina a sus escritores y celebra a sus verdugos.

    Y sin embargo, te quiero.

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