"A los terroristas, tendemos a demonizarlos -es sabido que la palabra locura recubre hoy la región que en el pasado fuera nombrada como la de lo demoníaco. Es algo casi inevitable, pues se han convertido en nuestra pesadilla (...) Encarnan y realizan en lo real una pesadilla que es la nuestra, como lo demuestra el hecho de que el acto terrorista del 11S haya sido prefigurado con antelación en forma de múltiples pesadillas cinematográficas"
(Jesús González Requena)
(Jesús González Requena)
La rabia. Danny Boyle era uno de los directores que más sabían de la rabia antes de ponerse a rodar peliculitas sobre niños indios que se hacen ricos en la tele. En sus comienzos era otra cosa. Había vomitado sangre contra los mochileros en La playa, y un poco después, había rodado la que sin duda es mi película de zombies favorita, 28 días después.
La rabia es siempre un deseo insatisfecho que se pone en los altares de un Gran Otro: una ideología, un dios, una relación sentimental. Pero en el fondo -el psicoanálisis lo sabe mejor que nadie- la rabia es un lugar de posición en la cadena simbólica: yo, que querría ser como tú. Yo, que querría gozar como tú gozas, tener el coche o el teléfono, acudir a El Gran Resort de vacaciones. Yo, que condeno un régimen económico pero lo deseo, secretamente, dulcemente, sexualmente, intolerablemente. Yo, que tengo mis secretos pero te los ofrendo en el ejercicio de mi rabia misma para que los puedas masticar, acariciar, clavártelos en la piel. Bondage del deseo mismo: eso es la rabia.
28 días después es la fábula del zombie/consumo, un zombie aleccionado en el odio que tiene tres caras y tres delirios: un simio que contempla imágenes violentas en infinitos televisores y delira con escapar, un mutante de ojos rojos que delira con un festín de carne, y por último, un soldado erecto que delira con infinitas perversiones antes de que la muerte lo alcance. Tres rostros para la misma realidad (Europa), porque la infección zombie ocurrió en los Balcanes mucho antes de llegar a Londres. Boyle no lo cuenta, pero la Gran Fiesta de los Infectados se llamó Grvabica, Lady Sarajevo, Atocha, y termina -en la secuela de la cinta, no podía ser de otra manera- en el íntimo corazón de la belleza europea: París.
Zombie, c´est moi.
Ahora bien, 28 días después habla también un lenguaje que USA venía ensayando desde hacía años: la puesta en escena de su propia destrucción. Esto es, que entre Independance Day y un Londres apocalíptico e infectado apenas hay un paso -el paso del deseo al paso, todo sea dicho. ¿Qué sentido tiene invertir todo ese dinero en vestir con imágenes la Gran Fantasía de Destrucción Europea? ¿Por qué casi todas las cintas de Zombies acaban indefectiblemente apuntando al Apocalipsis como una cifra inmediata? O lo que es mejor todavía, ¿por qué precisamente ahora estamos enganchados al zombie, hipnotizados por su carne descompuesta, fascinados por la textura de su descomposición?
Algunas teorías optimistas señalan al Zombie como portavoz de un hipotético consumidor alienado que se merienda al prójimo en un gesto de alegre metáfora capitalista -en esta dirección, la estupenda Amanecer de los muertos sería poco menos que un manual de instrucciones. Otros opinamos que la presencia Zombie es algo mucho más complejo: algo que apunta a un deseo, a una voluntad, a una celebración de la destrucción que cada uno viste como puede -primitivismo, animismo, energía positiva, wishful thinking...-, pero que acaba apuntando siempre al latido único del fascismo. Es necesario volver al doble rostro Caligari/Hitler para pensar cómo los zombies, en fin, se parecen a la pulsión pura: exigencia, celebración destructiva, festín antisistema.
Pero Boyle introduce -y por eso su cinta es por momentos una genialidad- una variable en la ecuación, la variable con la que abríamos el post: la rabia. Rabia y deseo, unidas de la mano, más allá de la muerte. Los muertos no resucitan -eso lo sabe hoy toda Noruega-, pero la rabia engendra y amamanta muchos, muchos muertos. La rabia explica las mil máscaras de la locura, y por fín, la máscara verdadera del zombie.
Rabia/Zombie, festín revolucionario, fogonazos mesiánicos. Made in Europe. Lo decía nuestro Marqués de Sade en Justine, utilizando la boca de uno de sus desgarradores curas libertinos: "Todo placer es poco al entregarse a estos oficios".
4 comentarios:
Los zombies, algo tan simple y "tonto", han venido rodeados de polémica. Desde la primera película de Romero, donde el jefe de los supervivientes eres negro, hasta las últimas revisiones del género que no vienen a ser más que una revisión del "Homine lupus homini".
Lo de autodestruirnos creo que viene impuesto por un morbo secreto, pero soy más de la teoría de que es más fácil llegar al consumidor creando empatía. Creo que desde que lo usó H.G Wells quedó claro.
Sólo una corrección, "sin acritud" que diría el otro: la formulación correcta es "homo homini lupus".
Tienes que ver la mini serie "Dead Set". Es inglesa. Seguramente, te diga muchas cosas.. (juntar un Gran Hermano con muertos andantes es una mezcla interesante..)
"Amanecer de los muertos" la ponen esta noche en Telemadrid, a la 1:05, bien de madrugada, para que nos dé miedo...
Y antes, a las 22:00, ponen en laSexta3 la de "Reality bites", con Wynona Rider y el "My sharona". Nunca la he visto, pero es tan mítica que la echaré un ojo. Seguro que es una de las habituales pariditas de Ben Stiller, pero bueno...
Publicar un comentario