26.5.11
Lo que nunca dices cuando terminan las clases
Los alumnos siempre se marchan a otras lejanías. Tienen que conquistar un mundo extraño que todavía no les pertenece, tienen que equivocarse, arrepentirse, sentir miedo, creer que son dioses que distinguen el bien del mal. Unos cuantos te odiarán profundamente. La gran mayoría te olvidarán y te dejarán en un pequeño rincón polvoriento de sus inventarios. Alguno recordará algo. Los alumnos siempre se marchan y, cada año, al terminar el curso, me tomo varias tardes para repasar mis propios apuntes, mis errores, mis aciertos, las cosas que me gustaría mejorar el año que viene.
Luego pienso en todas las cosas que nunca dices en las clases. Cosas que atesoras con cuidado entre las páginas de los libros de Didi-Huberman, de Freud, este año ha sido el "Esculpir en el tiempo" de Tarkovsky o el "Solaris" de Lem. Detrás de los powerpoints siempre guardo esas pequeñas cosas, esas ideas temblorosas que susurran secretos inmemoriales y análisis impronunciables de los mejores textos. Muchas de esas cosas son fuegos artificiales que dibujan tarántulas sagradas en el cielo, otras son inmensísimas carcajadas nietzscheanas, otras son un parpadeo de un Dios crucificado. Algunas veces dejo que asomen levemente su sombra y luego las sumerjo de nuevo en la chistera. Otras, pienso en ellas y luego pienso en que ciertos saberes sólo se pueden adquirir -ay- mediante los excesos de la experiencia. Teoría, praxis, volvemos de nuevo a Horkeimer.
¿Sobre qué hablo en mis clases? Sin duda, sobre cine. Pero la respuesta es, generalmente, parcialmente incorrecta. En mis clases intento hablar de ellos. De sus demonios, de mis demonios, de Occidente. Algunos, los más afortunados, tienen a sus demonios perfectamente domesticados y no necesitan que un gafapasta con aire funesto venga arrastrando sus pasos con un plomizo libro bajo el brazo. Otros, los menos, quizá ya están heridos en sus pequeñas intimidades inconfesables y comprenden, experimentan, reciben herramientas. Les respeto a todos por igual, porque el sufrimiento es aleatorio y muchos de los que hoy juran no haber sentido gran cosa ante El espejo se descubrirán en unos años recorriendo de nuevo sus fotogramas.
Uno de los grandes errores que cometen ciertos profesores universitarios es confundir el saber académico con el saber ideológico. Yo no tengo un púlpito, ni pretendo profetizar nada sobre nadie. Trabajo mis películas con mi sonrisa cansada y mi satisfacción de relojero puntilloso. Algunos días soy Houdini y otros, un vulgar titiritero. Todos los años me dejo algunos temas en el tintero e, indefectiblemente, me pongo triste al acabar las clases. Ya saben lo que decía Confuncio: "Escoge un trabajo que te gusta, y así no tendrás que trabajar ningún día de tu vida".
(Aunque no sea el lugar ni el momento, me permito un pequeño excursus: cada nuevo año de docencia me voy dando cuenta de aquello que sugería Gadamer, aquello de que hay un saber verdadero que está mucho más allá del positivismo, del conocimiento objetivo, de lo empíricamente demostrable. Cada año que pasa me voy dando cuenta de que en una clase, si se trabaja bien, algunas veces se consigue un auténtico saber inconsciente, inexplicable, no delimitable, irrepetible, y sin embargo, verdadero).
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