5.6.15

Un esbozo de "Insidious 3"

Crítica


01.
    El espectador mira siempre una película a través de su propio tiempo y su propia experiencia. Lo vivido, lo que ya sabe, es como una especie de cristal que difumina lo que arroja la materialidad fílmica y nos permite acceder a un cierto saber. Por ejemplo, que el espectador de Insidious 3 sepa desde el primer momento cómo y cuándo van a morir ciertos personajes -lo ha visto en las anteriores entregas de la saga- baña toda la lucha propuesta en una cierta tristeza. En una cierta futilidad.

    Ahí está Elise Rainer, la anciana que carga entre sus dedos todo el peso de la comunicación fantasmal. Arrastra por el metraje una serie de estructuras narrativas eminentemente cinematográficas (el proceso de duelo, la aceptación de su don...) que conforman un pasaje conocido por el espectador. Y, sin embargo, desde hace años sabemos de su muerte, de su fracaso. Toda la evolución de su personaje tiene ese punto amargo del fracaso, de la insoportable inutilidad de su proyecto vital/mortal.

    Creo que se ha reflexionado poco sobre esto: Insidious es una de las sagas más desesperadas, más aciagas, más estrictamente pesimistas del cine contemporáneo. Por mucho que las cintas se maquillen puntualmente en ciertas secuencias con el espejismo de una cierta fe -en la paternidad, en la familia, en las estructuras estrictamente humanas de emancipación y encuentro-, al final lo único que queda es la mueca desquiciada de un fantasma. 

    Y no me refiero, por cierto, al típico giro final en el que el espectro de turno reaparece súbitamente para generar un susto inesperado. Me refiero al contenido estricto de las ideas del film: la manera grisácea en la que, tras las luchas en el límite de sus verdaderos protagonistas, no queda nada. 

02.
    Ayer, en la cola del cine, reflexionaba a propósito del hecho de que la primera parte de Insidious fue -creo que puedo reconocerlo- una de las pocas películas de terror que me provocó auténticas pesadillas. De alguna manera, escribió cosas en mi inconsciente que flotaron hasta tres semanas después de asistir a su proyección. De hecho, el gesto inicial de la primera parte -la aparición de la novia emergiendo del interior de un reloj con la mirada clavada en cámara- sigue siendo una suerte de cima simbólica que me demostró hasta qué punto el cine -el aparataje fílmico- nos conoce. Nos conoce íntimamente, de una manera intolerable, y es capaz de atravesar con toda facilidad nuestras resistencias e incubar en lo más profundo de nuestra existencia el latido del pánico.

    Insidious 3 no tiene esa potencia visual, qué duda cabe, pero realiza un ejercicio sobrio de reflexión sobre su propia escritura. De hecho, introduce un nuevo gesto que merece la pena explorar con toda seriedad: la recuperación, para el terror, de la figura sagrada de la mártir. 

03.

    La mártir y el cinematógrafo.

Dreyer

    La mártir, el terror y el cinematógrafo.

Cine

    Nueva mártir para que el cinematógrafo encarne un viejo terror.

Crítica

    El cuerpo femenino de Stefanie Scott, convertida aquí en una especie de doble de ese icono mayor del terror de nuestros días que se perfila entre las geografías de Chloë Grace Moretz Olivia Cooke. La mártir banal, como princesa torpe y letrada de barriada norteamericana, huérfana, postrada, sexual, quién sabe si virgen, deseable. Pero sobre todo inocente. Inocente en su propia ingenuidad, un poco como las tontilocas que nos cruzamos en la adolescencia que iban por el mundo de poetisas, seres únicos y bendecidos por la belleza y la cultura, niñas que querían ser estrellas del pop del conocimiento, hipsters y divas. Y toda esa activación del deseo de la oscuridad, la agresión, de ese tu-no-sabes-lo-que-es-tener-un-puto-problema que se nos pasaba por la cabeza después de escuchar interminables peroratas sobre las tragedias con su padre, su hermana, sus amigas, su autoestima, su dieta, su mascota, sus inseguridades, su exnovio, su exnovia, su físico, su químico, sus drogas, su falta de oportunidades.

    Tu-no-sabes-lo-que-es-tener-un-puto-problema, es decir, no tienes una experiencia verdadera del sufrimiento, una de esas experiencias que hacen temblar el lenguaje en toda su magnificencia y su alteridad, esas que nunca se cuentan porque están tan enquistadas en el fondo de la garganta que, de hacerlas emerger, a buen seguro nos destruirían. De ahí que el demonio de Insidious 3 nos resulte extrañamente sexual y extrañamente simpático, extrañamente cruel pero también extrañamente conocido. Moviliza, en su acontecer, un gesto pulsional que hace transitar nuestro deseo con mucha más precisión que los fantasmas de las anteriores películas. Podríamos decir que si el fantasma de Insidious 1 emergía de un reloj, este bien podría emerger de un espejo.

    La mártir cinematográfica es siempre sagrada en tanto recibe nuestra pulsión, pero paga un precio terrible por ello. La mártir, cuyo cuerpo nos otorga la cifra del horror de nuestro deseo. La mártir siempre es, en cierto modo, la figura ética que nos obliga a mirar lo que somos sin arrancarnos los ojos.

04.

    Entiendo que un cierto sector del público reniegue del cine de terror, de igual modo que entiendo que un cierto sector del público reniegue del psicoanálisis. Lo que (se) desvela, por la vía de la desintegración, es al mismo tiempo fascinante y terrible. No deja de ser curioso que cuando Heidegger construyó todo su aparataje estético, incluyera el ejercicio de desvelamiento como clave para acceder al ser de la obra de arte. Insidous 3 no desvela el ser, sino que desvela el envés del ser, la zona sombría del ser en el que mora lo impronunciable. Únicamente por eso, ya deberíamos sentirnos invitados a estudiarla con la mayor seriedad. 

    La otra opción, claro, es enloquecer.

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