11.9.14

Carta de amor para Claudia Bomb

Claudia Bomb

   
    Querida Claudia:

    De la escritura de la mujer en la pantalla siempre queda un margen abierto, que es el de la ternura y la inocencia. Mis amigos, los que escriben cosas con gran seriedad, me miran con ojos de tormenta cuando les digo que la inocencia y la pornografía no son polos opuestos. Ellos, por otra parte, han cambiado el corazón por una cátedra, un relicario o una barricada. Lo importante siempre es la manera en la que las chicas duras pelean cuando aprieta el hambre, la tristeza, la soledad y la nostalgia. En este país amargo muy poca gente le da las gracias a las chicas duras del porno, las niñas que se dieron el piro y dejaron detrás confesionarios, corazones rotos, aulas semivacías y profesores que nunca hablaron de lo que realmente importaba: pelear la belleza.

    Yo -que no soy especialmente mejor que ellos-, me enamoro siempre de las niñas kamikazes que salieron de las casas oscuras de la periferia, que abandonaron sus pueblos y sus novios de toda la vida para colarse en el espacio que ocupa una ventana en mi pantalla del ordenador. Un tipo alemán llamado Heidegger escribió por algún lugar que la belleza era la manera en la que una obra de arte mostraba la verdad. La belleza es, entre otras cosas, la manera en la que el porno escribe la letra pequeña de los contratos del deseo, la manera en la que respiras antes de entrar en un plató o encender la webcam, la manera en la que de alguna manera has acompañado y dado cobijo a toda esa gente que pasea por los arcenes de lo cotidiano, los que nunca hablan de ti a la hora del trabajo o en la cola de los centros comerciales y los que, sin embargo, te recuerdan con una sonrisa cómplice.

    La vida viene pegando duro, corazón. Tú ya lo sabes, pero ahí fuera nos han engañado para que se nos olvide ese margen del que hablaba el principio, el de la ternura y la belleza. La ternura es un tuit que te dejaste a medio escribir una noche de insomnio y que demostraba -y esa es, finalmente, tu magia- que seguías siendo la chica loca y díscola que corrió pasada la adolescencia a toda hostia pensando que el mundo le pertenecía. La chica a la que no iba a parar nadie, la que derribaba los miedos, la que soñaban silenciosamente todos los chicos tímidos que se acurrucaban en la sombra de tus pasos. Ternura y pornografía no son incompatibles, y por eso das cariño en tus fotos improvisadas y te conviertes en el ángel custodio de todo lo que merece la pena en nuestra vida cotidiana.

    La vida viene pegando duro, corazón, y en tu sonrisa todavía queda el gesto de la boxeadora que puede permanecer de pie cuando el estadio se derrumba y las apuestas caen en picado, la hechicera que hacía aplaudir con sus curvas a la chavalada del barrio cuando caía la primavera, la escritora que tiembla y hace temblar en el engranaje pornográfico de la madrugada online. Mientras todavía sonríes y escribes un corazón en las redes sociales, ahí fuera, se aproxima el invierno y desafinan todas las otras mujeres, las cansadas, las rotas, las que han recibido tantos golpes de la vida que no encuentran la manera de resucitar ni la ternura ni la inocencia. Nos queda tu gesto, tu belleza -en el sentido de Heidegger-, tu valor. Y eso, por supuesto, es mucho más de lo que nos ofrecen otros seres humanos.

    Te quiere:

    Aa. R.

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