4.8.14

En la palabra arrasada por el fuego. Notas desde el Arenal Sound 2014

Arenal 2014
 
   Bajaron desde las atalayas de Levante los cuerpos distantes quemados por el sol o las niñas de Leeds que le pegaban al costo por las estaciones de Cercanías que atraviesan la línea que sube desde Valencia para celebrar la belleza antes de la danza del último verano -yo he estado siempre un poco enamorado de Jimena Queijo, la bajista de Gatomidi, y me la perdí porque andaba todavía encerrado en la oficina soñando en dirección contraria de la Dirección Por Objetivos-, y así las calles eran la extensión patria y dubitativa de Spring Breakers...

    [aquí es importante hacer un inciso: los que criticaban el cartel del Arenal Sound por estar demasiado orientado a una chavalada postadolescente sin ínfulas hipsteriles quizá llevaban razón pero también se equivocaban en tanto los verdaderos canis de la cosa se quedaron en la puerta pegándole al MDMA, bárbaros y crucificados en su analfabetismo, los auténticos protagonistas de la versión cañí de la cinta de Korine de los que nada queremos saber los cinéfilos apóstoles de la película de marras, lo dejo por escrito]

    Por la tarde se hacía música y por la madrugada pinchaban los djs de la cosa con el arabesco poligonero de la Comunidad Valenciana. Nos habíamos pasado ya demasiados kilómetros y sesiones de diván, habíamos leído demasiado a Freud y nuestro trauma estaba ya lo suficientemente localizado como para clavarse en ese techno de extrarradio, himno lumpen, es decir, para decirlo claramente y con otras palabras: el techno que nos recuerda a los exiliados del éxito que nunca tuvimos una oportunidad en serio con las gogós ni con las rubias de bote del tribal, Dios las bendiga. 

     Nadie escribe la crítica que me interesa del Arenal, la de la niña que iba tan ciega que se violó a sí misma con los ojos cerrados durante la actuación de Biffy Clyro, la de lo que pensaste cuando tocaba Ivan Ferreiro, la de la tipa solitaria y visiblemente embarazada que fumaba un Nobel detrás de otro mirando con gesto de horror la actuación de Triángulo de amor bizarro. Nadie escribe a propósito de Alison -de la que escribí por aquí y a la que volví a encontrarme-, que andaba de bajada de su propio rostro, un rostro/máscara que me recordaba el sonido que le sacaba la peña de Miss Caffeina a MM en el directo. Alison, que era una de las mujeres más guapas que he conocido en la vida, se ha acostumbrado a meterse un pollo en los baños de Barajas antes de acudir a negociar contratos y aunque me jure que Ha tenido un año de puta madre yo sé que anda destrozada de escucharse a sí misma y no tener otra voz con la que compararse. Me recomendó a una cantautora nueva de Oslo pero he olvidado su nombre y, unas horas después, mientras Placebo atacaba  Meds y aquello soñaba como Dios supe que no quería recordarlo nunca. Alison se marchó a las tantas puesta de Droga Caníbal diciéndome que ya nos veríamos el domingo. No. No nos vimos.

     Por la tarde se hacía música y por la madrugada pinchaban los djs de la cosa con el arabesco poligonero de la España engalanada que acude al Arenal para saludarse, darse la mano, marujear, ver y dejarse ver como costaleros del Levante Inmortal. Por ir, fue hasta Alberto Fabra, con la coña aquella de la camiseta. Intuyo que en las frondosas y sensuales oscuridades del camping se ha jugado mucho a la ruleta de la ETS y en unos nueves meses los paritorios de la contorná recibirán cuerpos trágicos conjurados en un orgasmo brutal -dos desconocidos en la tienda: él piensa en Azealia Banks, ella en el cantante de Bastille. Por mi parte, recorro silencioso y con los ojos recientes por la pérdida el recinto fantasma del Festival, en el que ahora ya sólo queda la sinfonía de los vasos de plástico, chustas, moras, cáscaras de pipa, pulseras rotas, olor a cerveza, todos los fantasmas que pueden resistirme hoy, en la palabra arrasada por el fuego. 

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