Me escribe Hermes Manyés, futuro periodista en ciernes, y me comenta que anda dándole vueltas al problema del cine postclásico. Desde luego, no me extraña en absoluto que semejante rompecabezas teórico nos tenga mareados a propios y extraños. Con su permiso, dejo caer por aquí el director´s cut de sus preguntas y mis respuestas, que pese a su carácter acelerado y un tanto provisional, pueden servir para desbrozar algunas ideas generales.
H.M. :¿Qué nos atrae tanto del cine postclásico?
Aa. R: En primer lugar, que se trata de un cine
generacional, nuestro, que plantea sin ambages una cierta cara de la
postmodernidad –y de sus malestares- en la que nos reconocemos. En segundo
lugar, su enorme potencia estética y su capacidad para poner en jaque los
viejos lugares comunes atribuidos al relato clásico. En el postclasicismo hay
una reivindicación también de la fiesta, lo dionisíaco, el placer y la libertad
más allá de los corsés ideológicos que se habían establecido anteriormente.
H. M.: ¿Por qué El club de la lucha y El
silencio de los corderos son dos de las obras audiovisuales más importantes
del cine postclásico?
Aa. R.: El
silencio de los corderos sigue funcionando bien
como thriller seminal, si bien sus particulares exploraciones sobre el mal y la
violencia han sido, a mi juicio, ampliamente superadas en otras películas como A serbian film, o en la propia serie Hannibal. En contraposición, creo
que El club de la lucha sigue siendo
un texto fundamental para explicar el catálogo de malestares que atraviesa
Occidente, y que comienza, por supuesto, en el problema de la identidad. Sin
embargo, no me gustaría caer en análisis simplificadores, ya que El club de la lucha designa
topográficamente con gran precisión un pánico que está más allá de lo sexual:
el pánico económico, la amenaza de los grupos totalitaristas y de pensamiento
único allí donde se generan enemigos fantasmáticos, el fracaso de los grandes
relatos…
H. M.: ¿Por qué es recurrente la aparición de
psicópatas y psicóticos en cine postclásico?
Aa. R.: Aquí convendría hacer una
matización. En mi opinión, la aparición y la fascinación ante los psicópatas
forma parte de la experiencia textual universal, no exclusivamente del cine
postclásico. Otra cosa es que existiera una cierta regulación, dentro del
Hollywood de los grandes estudios, que intentara limitar esa fascinación
mediante una serie de códigos de control. La fascinación hacia la contemplación
de lo monstruoso atraviesa toda la filmografía de un Tod Browning, o fábulas de
intenso sabor textual como La noche del
cazador. En cuanto a la presencia de
psicóticos, habría que dar incluso un paso anterior y preguntarnos qué es lo
que el psicótico aporta a la experiencia cinematográfica más allá de una
inmediata fascinación. Del psicótico se pueden hacer muchas lecturas,
incluyendo la de la experiencia de la pérdida, pero también la de la
iluminación en el delirio, la de la lucidez o la del extrañamiento ante los
lugares comunes que impone el marco social. El psicótico da testimonio de algo
fundamental que hay en el ser humano, una violencia, una no-adaptación, un
no-cierre con referencia al sistema que se le impone desde fuera. Y, del mismo
modo, el psicótico es una amenaza para el sistema –el narrador de El club de la lucha- porque se ha
obligado a sí mismo a construirse un lenguaje único en el filo de la
autodestrucción. El cine postclásico, lógicamente, se deja seducir por estas
ideas, pero generalmente para neutralizarlas ideológicamente –proponiendo la
posibilidad de que un refuerzo normativo en el tejido social, generalmente
vinculado al pasado, puede ayudar a trasponerse frente a la psicosis-, o para
proponer un espectáculo estético a partir de ellas.
H. M.: ¿Sabrías decirme qué abunda más en cine?
¿Psicóticos o psicópatas?
Aa. R.: En general, creo que en los productos
audiovisuales abundan, casi sin género de dudas, los psicópatas. No hace falta
más que pegarle un vistazo a las series de éxito –Breaking bad, Juego de Tronos,
Dexter…- para realizar una ardua
topografía de los psicópatas. Ahora bien, hay que leer con mucho cuidado lo que
esos arquetipos están diciendo: que hay una crisis en los mecanismos del saber
(profesores-Breaking bad), o del
control (policías- Dexter, The Wire),
y que el viejo problema de la violencia sigue sin estar bajo control.
H. M.: ¿En qué se diferencian Hannibal Lecter y
el personaje que interpreta Edward Norton en El club de la lucha?
Aa. R.: Creo que he respondido anteriormente,
aunque sea al sesgo, a esta pregunta. Lecter no deja de ser un monstruo bello,
heraldo del saber y, en cierto sentido, con un código moral basado en la
retribución del mal. Es, además, un sujeto que ha elevado lo estético a la
categoría de la vida misma, muy por encima de códigos morales previos. Esto queda infinitamente clarificado en el segundo episodio de la segunda temporada de Hannibal: la elevación de la vida a obra maestra, la negación del punto de vista de Dios, el señorío total del hombre-artista. Es una inversión -o quizá una respuesta- perfecta de Kierkegaard. En
contraposición, el Narrador de Fight Club no es sino un personaje roto, quebrado, banal pero
lo suficientemente inquieto como para que las respuestas que le ofrece la
sociedad del bienestar no sean suficientes. La diferencia está situada en la voluntad de poder misma: Hannibal es un creador total, mientras que Norton es un pobre desgraciado que se tragó el cuento de la seguridad y la tranquilidad occidental. Otra cosa sería, por supuesto, si pudiéramos analizar a Durden con Hannibal.
H. M. :¿Hacia dónde evoluciona la narrativa
cinematográfica?
Aa. R.: Responder a esta pregunta
se me antoja especialmente complejo. Por un lado, creo que hay cada vez mayor
capacidad para incorporar elementos transmedia –por ejemplo, el caso Plot 28 en España. Por otro, creo que
hay una cierta lógica de dislocación en el relato que me parece muy positiva en
tanto levanta acta sin la menor nostalgia de nuestra actual incredulidad
científica y existencial. Por último, no hay que olvidar que, mediante otras
fórmulas –mediante estilemas postmodernos, igualmente útiles y productivos,
pese a quien pese-, el relato clásico sigue estando completamente vigente y
sobrevive. La narrativa cinematográfica seguirá adoptando en su seno, más bien
que mal, a propuestas apocalípticas e integradas, respondiendo tanto a nuestra
necesidad de sentido como a la necesidad de prescindir de él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario