29.3.14

A propósito de "La tumba de Bruce Lee" [Canódromo Abandonado]

Canódromo Abandonado

Era necesario recorrer el inmenso camino del cine español a ciegas, sin esperar nada de nadie, con todo el cansancio de imágenes ya oxidadas, generalmente detestadas por su propio pueblo -que, por norma general, está más ocupada votando ultraderecha y deslumbrándose públicamente ante series patrias que generarían arcadas en una muestra al azar de chimpancés poco dotados- para llegar a La tumba de Bruce Lee. Lo mejor de toda la tormenta (en la tetera) que ha desatado el cine Low Cost es que, en fin, se ha podido visibilizar el modesto interés de un cierto sector audiovisual por no tener que explicar nada a través de su propia escritura. Basta con señalar la existencia de unos objetos y de un pensamiento. A ser posible, enfrentados.

La negación ante cualquier hermenéutica que proponen cintas como Gente en sitios o La tumba de Bruce Lee es la respuesta inesperada ante un cine de la mostración neorrealista que había generado una esclerosis en el pensamiento cinematográfico español que nada tenía que envidiar a las toneladas de basura que emiten las mismas cadenas que patrocinan películas nauseabundas. Duelen tantos años rodando cintas que pudieran entender las abuelas - abuelas que, por lo general no iban a verlas, ya que con ver Noche de Fiesta ya lo habían visto todo, se habían llenado los ojos y las fajas de imágenes y no necesitaban nada más. Visillos 2.0 con sabor a alcanfor, anisete y tampón usado por Ana Obregón.

Pero hoy ya podemos reivindicar la negación del sentido y de las expectativas, el bloqueo de las tradiciones y la posibilidad de no depender del gesto caspaglamouroso de las divas del bótox patrio aullando perseguidas por su tinte en mansiones encantadas de Serie B. La no-significación como agresividad, ese vaciado total de los marcos reflexivos que permiten, entre otras muchas cosas, que La tumba de Bruce Lee sea una cinta extrañamente filosófica en un país que, como rasgo identitario, detesta a sus filósofos y se excita al imaginarles haciendo un trabajo de verdad.

Qué marxista es España, que nos mandaría a todos los pensadores a picar piedra - aquí cuenta el trabajo mecánico del obrero que no tiene ni el Graduado y le pega al tercio en el bar de la esquina. España siempre encuentra la poesía necesaria para seguir siendo la puta y el payaso de Europa. Me pregunto cuántos ojos incrédulos entrarán en su buscador de confianza -a España sólo le falta usar bing como prueba de su derrota metafísica total- y teclearán: "Significado de La tumba de Bruce Lee". Propongo, a la contra, un acto terrorista: entrar por la fuerza en todas las cadenas privadas un sábado a mediodía y cambiar las copias de esas películas infumables exportadas de Austria y Alemania (Pensamientos fatales, Matrimonios y Sospechas, Divorcio Letal) y enchufar en todo el Estado Español a la hora del adormecimiento una copia de La tumba de Bruce Lee. De hecho, propongo emitir durante un lustro, sin interrupción, en todas las parrillas de la TDT, vídeos de Canódromo Abandonado.

El Hércules Furioso de Séneca, una mierda al lado de la que se montaba. Y entre medias, incorporar anuncios de Cillit Bang o de Colgate como si no pasara nada. En realidad, nunca pasa nada.


Reconozco que me apunté al carro del Atlántida Film Fest precisamente por la película de Canódromo Abandonado. Era mi apuesta fuerte de la programación, la chica guapa a la que conocí en el instituto y que ahora hacía vídeos de Bukkake. Tenía una curiosidad casi enfermiza por ver qué demonios hacían con noventa minutos de metraje, si me iba a descojonar tanto como con su Tutorial para jóvenes poetas. Y no. A los cinco minutos de metraje ya estaba claro que la cinta iba en otra dirección mucho más arriesgada. La actriz del Bukkake se gira hacia el objetivo y se arranca los ojos con dedos manchados de semen. Y entonces, precisamente por la densidad y la extrañeza de las imágenes, el espectáculo comenzó a resultar verdaderamente interesante. La contemplación de los objetos, la absoluta sensación de vacío por la que se deslizan los protagonistas, los extrañísimos tiempos muertos, las pequeñas perversiones. Todo gira en torno a un vacío: una ciudad en la que los cementerios desaparecen, los cuerpos se bloquean, los actores parecen títeres que interpretaran papeles de guiones de Serie B escritos en colegiales amateurs de otra dimensión y dejados de lado por falta de presupuesto. Se busca la cita cinematográfica, pero el cine está en otro lado y todo lo que queda alrededor de la película es la huella misma de la ausencia. Hércules Furioso de tripi llorando en una Sala X deshabitada.

"¿Qué significa La tumba de Bruce Lee?" preguntarán en bing los menos dotados de la clase, los yonquis de la narración aristotélica, los yonquis que se fuman el cine clásico en papel de plata y de mayor quieren compartir mesa con Garci para hablar de William Wyler. A veces una película simplemente se significa a sí misma, se despedaza a sí misma y marca sus propias reglas del juego. El hecho de que cada detalle esté a medio camino entre la tomadura de pelo y lo sublime sólo demuestra una cosa: el truco de magia de la hermenéutica fílmica está en crisis. Nosotros, los espectadores, somos la chica del Bukakke. Es sorprendente -y dice mucho de la falta de humildad del cine contemporáneo-, las pocas películas que son capaces (como ocurre con La tumba de Bruce Lee) de decírnoslo a la puta cara.

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