28.2.14

Sokurov #01: Moloch

Eva Braun
    
El cuerpo de Eva Braun se desliza desnuda haciendo acrobacias sobre las almenas del Kehlsteinhaus. Ya se podría escribir un post completo sólo sobre esos primeros cinco minutos de belleza, carne y homicidio. Eva Braun, aburrida del sexo grisáceo de la piedra totalitarista del Reich de los Mil Años, convertida de pronto en funambulista para los soldados pobres que mastican esvásticas y cuproníqueles. Carne de onanismo en la trinchera para una guerra ya perdida. Que nadie hable de lo que ocurre en el frente, se ruega a la hora de las facturas por los pasillos del Nido de Águilas. Es como el cierre de la Bernarda Alba pero en Hitleriano: Stalingradoilencio, Silencio he dicho.

     La cámara de Sokurov es un prodigio de ópticas aberradas y de nubes de polvo que se deslizan entre los cuerpos. Si alguien escribió que el prodigio de Velázquez había estado en pintar el aire que se deslizaba entre los distintos planos de profundidad de Las Meninas, yo creo que el golpe maestro de Sokurov es su captación del polvo que se desliza por los espacios, la legión de ácaros apasionados que sonríen al objetivo, las células muertas, la putrefacción de la carne y el perdón de todos los pecados. Nadie rueda el cadáver que llega como Sokurov, y por eso su cine está lleno de elegías, madres que agonizan, continentes que agonizan.

    En oposición a Hitler, a los ácaros, y al polvo -que parece niebla, y quizá es una niebla de osarios dignísimos-, el cuerpo de Eva Braun, que como todos los cuerpos estúpidos y atravesados de goce no quiere hacer nada más que vivir, escuchar música, bailar a este lado de la podredumbre europea. Eva Braun fue la mujer que no se enteró de que la fiesta había acabado y siguió pegándole a la petaca del subidón milenario, pidiéndole al dj temazos con sabor a crematorio, haciéndose selfies en el fotomatón de la barbarie, cuchíbiri cuchibiri, la única que siguió bailando y bailando y dándolo todo cuando Dios apagó las luces, aproximadamente cinco o seis segundos antes de que estallara la última tormenta sobre la tierra. En la que estamos ahora naufragando, por cierto.

Eva Braun

    Sokurov es inteligente y delira a una Eva Braun que delira enamorada de un Adolf Hitler que ya venía delirado desde principios de los cuarenta. En el marco de la Kehlsteinhaus el amor y el sexo todavía es posible, aunque se concreten en lo alto de una calavera arrojada sobre una montaña. La Kehlsteinhaus es la terracita de verano tras la que se apilan las fosas que bostezan bajo el cielo de Europa, y por eso ella puede trazar el espacio con su tremenda desnudez. Si hubiera rodado la película del bunker de Berlín Sokurov lo hubiera tenido mucho más complicado, especialmente para sustentar esa boda terrible, boda desesperada in extremis que uno se imagina más bien en el envés de los fotogramas sobre el nazismo/fascismo de Pasolini o de Visconti. En Sokurov queda todavía una cierta nostalgia, quizá inconsciente, la bruma rusa que tanto sabe de la niebla que emerge de los osarios, y así su Eva Braun y su Adolf Hitler parecen mascullar la lengua del enemigo, el enemigo que retorna tantas décadas después para volver a mirarse en lo profundo de la cuenca. Como todo el mundo sabe, los cadáveres -especialmente los históricos- guardan en lo más profundo de su cuenca la única verdad que han conocido en vida.

    En uno de los momentos más sobrecogedores que he encontrado en una novela, Vasili Grossman delira la idea de que Hitler y Stalin, en el momento preciso del cambio de rumbo de Stalingrado, se cruzaron una mirada interior, imposible, íntima, la mirada que cerró las puertas de una barbarie y abrió las puertas de otra. Esa mirada imposible es la que retoma Sokurov para su tour de viajes tristes por la Kehlsteinhaus, ese parpadeo casi impúdico, el fantasma de las navidades futuras tomándose un chupito de lágrimas en las balconadas austríacas. 

    Eva Braun, que se quitó los zapatos de tacón de la cordura cuando pusieron su tema favorito, ese que sonaba la noche que un cadáver lleno de larvas le besó en los labios bajo la luna de la Kehlsteinhaus. Eva Braun, que se apuntó al proyecto hombre del cianuro y la pólvora en 1945. Eva Braun, que como ya nos enseñó Roe Rosen, está pudriéndose en el infierno.

Eva Braun

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